viernes, 8 de diciembre de 2017

UNA VIDA DE LUJO


Tercera entrega de la serie de novelas que integran la Trilogía Negra de Estocolmo.

Última entrega de la trilogía negra de Estocolmo, los personajes de la primera vuelven en todo su esplendor para llegar a un final épico en el que cada uno recibe su merecido....o no????
He disfrutado de la prosa acerada de Lapidus, de su relato de una ciudad dentro de la ciudad, de los perfiles bien construidos y de un final a la altura del total de la obra.
Sin duda, muy recomendable.

Sinopsis (Ed. SUMA)
Tras Dinero fácil y Nunca la jodas, llega Una vida de lujo, la última entrega de la Trilogía Negra de Estocolmo, un acerado retrato de la sociedad en que vivimos.
El legado se ha transmitido. De padre a hija. De hermana a hermano.
La actitud, el honor, el poder.
El dinero sucio -no importa de dónde proceda- se pasará a efectivo cuando lo haya blanqueado la persona correcta: JW no ha malgastado el tiempo que ha pasado en la cárcel. Está preparando una reaparición por todo lo alto.
Jorge está cansado de su rígida existencia vendiendo cafés y capuchinos. Una vida llena de lujos surge en el horizonte cuando planea su último golpe. Esta vez se trata de mucho dinero, de algo grande. Un cerebro en la sombra se encarga de la planificación. Pero la policía le pisa los talones. Un policía de incógnito se ha infiltrado en los círculos criminales de Estocolmo.
Mientras, alguien quiere llegar al mismo Padrino, Radovan Kranjic. Varias personas comienzan a preguntarse ¿quién será el nuevo rey de Estocolmo cuando Radovan no esté? Las técnicas varían; protección, robo, coca, proxenetismo abren paso a nuevos negocios: la construcción, las empresas de trabajo temporal marcan los nuevos tiempos. La búsqueda de dinero, poder y una vida sin preocupaciones en un lugar al sol continúa. La meta es el dinero fácil, y una vida de lujo.

Una vida de lujo (fragmento)

Prólogo

Era la segunda vez que venía a Estocolmo para un trabajo.
La primera vez fue para una boda, como guardaespaldas de uno de los invitados. Habían transcurrido diecisiete años y por aquel entonces era joven. Recuerdo que tenía ganas de que llegara el día siguiente para ir de juerga por Estocolmo y ligar con rubias. La boda en sí era un acontecimiento importante, comparado con las de mi país. Decían que también en Suecia se consideraba importante; habría unos trescientos invitados. Y, claro, todo estaba muy bien organizado. Los novios salieron de la iglesia vestidos con abrigos de piel. También tenían una hija pequeña, una niña muy guapa, y ella también llevaba un abrigo de piel. La pareja de novios fue conducida desde la iglesia en un trineo tirado por cuatro caballos blancos. Su hijita se quedó con la niñera, saludando con la mano desde las escaleras de la iglesia.
El aire era limpio, la nieve brillaba y el cielo era claro. Recuerdo que pensé que Suecia debía de ser el país más limpio del mundo. Luego vi las caras de los invitados. Algunas mostraban alegría y otras admiración. Pero había una cosa que se reflejaba en todas: respeto.
El que se casaba entonces era el mismo del que tenía que ocuparme ahora: Radovan Kranjic. Era una ironía del destino el haber presenciado cómo se iniciaba la nueva vida que ahora me tocaba terminar.
No suelo calibrar mis sensaciones. Al revés, me aniquilo a mí mismo ante cada misión. Me han contratado y pagado, soy independiente: no hay nada personal en lo que hago. Pero esta vez venir a Estocolmo me parecía total, de alguna manera.
Iba a cerrar el círculo. A reinstaurar un equilibrio.
Entonces sucedió algo.
Llevaba todo el día en el Volvo. Cuando subí a la habitación, decidí limpiar mis armas de fuego. Las había comprado en Dinamarca, donde tengo contactos; después de la guerra contra el terrorismo, como la llaman los americanos, ya no entro en la Unión Europea con armas.
Había un Accuracy International L96A1 —un rifle de francotirador de un modelo exclusivo— y una pistola Makarov. Desmonté las armas y las coloqué sobre un mantel encima de la cama, limpias y relucientes. Sujetaba la última arma, un revólver, en la mano.
Entonces se abrió la puerta.



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