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jueves, 9 de noviembre de 2017

PALABRAS A MEDIAS


Primera novela que leo de esta autora y, tengo claro que no será la última. Me picó la curiosidad al leer la contraportada en la que, someramente, se dice:
"¿Te imaginas que tu padre, en su lecho de muerte, te confiesa que la noche del 23-F mató a un hombre?..."
Sin duda, un cebo insuperable para l@s que vivimos esa noche con angustia y expectación y la recordamos cada vez que tenemos oportunidad como "la noche que pudo cambiar nuestras vidas..." Pues bien, a través de cinco personajes de una misma familia,  Busquets desgrana una historia de sobreentendidos en la que todos saben más de lo que parece y algunos menos de lo que se imaginan. El hilo conductor es, precisamente, la noche del golpe de estado del 81, y desde ella asistimos al cambio de una familia, contado sin sentimentalismo pero con un profundo sentimiento.
Me ha gustado mucho.

Sinopsis (Ed. Grijalbo)
A partir de la confesión que les hace su padre antes de morir, Anabel, Albert y Nina recordarán qué era de sus vidas la noche del 23F de 1981. Anabel fue una de las pocas personas que no se enteró del golpe de Estado. En su piso de estudiante de Barcelona pasó toda la noche en vela esperando, ajena por completo a la política. Esa misma noche, Albert comenzó una historia de amor con alguien inesperado, que se convertiría en la persona más importante de su vida. Y Nina, la hermana pequeña y la más devota de la familia, era una estudiante de Enfermería que acababa de volver a Vic después de estar un año en un convento. Esa noche, mientras la radio retransmitía los acontecimientos, sus padres y ella recibieron una visita imprevista que modificaría sus destinos para siempre.

Palabras a medias (fragmento)

Annabel

Nos hemos quedado los tres estupefactos cuando mi padre ha pedido ver a un cura, porque siempre nos ha dicho que no ha vuelto a pisar una iglesia desde que hizo la comunión, pero todavía nos ha sorprendido más el motivo:
—He… matado… a… un hombre.
Lo ha dicho entre espasmos agónicos. Mis hermanos y yo nos hemos mirado un momento y luego Albert ha espetado:
—Te lo imaginas, papá… ¡Tú no has matado a nadie!
Pero al oírlo mi padre se ha inquietado todavía más y ha dado la impresión de que quería levantarse para ir a por el cura. Hemos tenido que impedírselo entre los tres y volver a acostarlo con delicadeza. Emite unos jadeos terribles, parece que busca aire y no lo encuentra. Pero, pese a todo, ha vuelto a hablar:
—Dejadme, que tengo que confesarme… No puedo irme así al otro mundo.
—Pero si tú no crees en Dios, papá…
—Ya lo sé, pero por si acaso…
Vaya, por si acaso. Ya decía la abuela que nadie se acuerda de santa Bárbara hasta que truena. Con un gesto, mi hermana Nina nos ha indicado que ya se encargaba ella de avisar al cura. Y se ha marchado. Yo me he inclinado sobre mi padre:
—Ya está, el cura viene enseguida… Tranquilo.
—Gracias a Dios… —ha respondido, más relajado.
Le he mirado atentamente y no me he resignado a quedarme sin saber la verdad de su insólita afirmación. Aunque sigue jadeando, se le ve más tranquilo. De repente, Albert le ha bombardeado con un aluvión de preguntas como si estuvieran sentados en el sofá de la sala:
—Veamos, papá, ¿a qué viene eso de que has matado a un hombre? ¿Cuándo? ¿Disparaste a alguien cuando ibas a cazar?