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sábado, 5 de agosto de 2017

VIVÍ AÑOS DE TORMENTA


Todavía con un cierto...¿desconcierto?? procedo a comentar este libro que he leído en tres tardes al borde de la piscina y una en casa por la "pertinaz lluvia" que nos acosa.
La verdad no sé que decir, si que el escritor es tan bueno que ha bordado la transición contada por una "superpija de familia supeerpija" de la calle Serrano y se ha metido tanto en el personaje que habla, piensa, escribe y respira como la "superpija", o que se trata de un "superpijo" metido a "escritor" que no sabe más que escribir como habla habitualmente y se retrata a sí mismo y a su entorno de la única forma que sabe hacerlo.....
Entretenida por tratarse de una historia tan reciente de España, tramposa y desconcertante en grado sumo, la verdad no se si recomendarla o no?????

Dejaré que cada uno juzgue y decida, por tanto un fragmento vendrá bien para empezar:

Viví años de tormenta (Fragmento)
1
"Tu caso está siendo muy sonado, doctora, y la publicidad en cuestiones como ésta nunca es buena — dijo Enrique Lerma sonriendo con el gesto cálido que yo había odiado toda mi vida, enseñando los dientes blanquísimos como si afirmara que todo estaba bien y que nada debía preocuparnos
—. Es cierto que no nos solemos ocupar de asuntos de esta naturaleza, pero, bueno, somos amigos, ¿no? Eres una Villaurbina, ¿no? Y como has sido suspendida sin investigación previa, sin pruebas concluyentes…
—… O no concluyentes — interrumpí—, sin pruebas y punto, Enrique.
Juan, mi hermano, sentado a mi lado en el enorme despacho, se revolvió en su asiento.
Lerma lo miró sin alterar la sonrisa.
—Sin pruebas, claro. Tienes razón, doctora Ruiz de Olara.
—¿Por qué no me llamaría Lola?—. Sin pruebas y merced a una denuncia anónima.
En fin —se frotó las manos—, nada de ello me parece muy correcto. Y por eso — añadió mirando de nuevo a mi hermano —, es de justicia que nos ocupemos del problema. Además, el consejero de Sanidad siempre ha sido un idiota presumido. ¿Os acordáis de las tonterías que decía todo el tiempo? Hubo un silencio.
—Gracias por ocuparte de mi defensa —dije secamente.
Mi hermano me miró con alarma, pensando seguro que mi tono estaba siendo demasiado desabrido con alguien que me estaba ofreciendo una ayuda que todos consideraban impagable. Pero yo no tenía ninguna gana de facilitarle las cosas a un tipo tan engreído y pedante como Enrique Lerma. Me había pasado la vida aguantándole las impertinencias y la suficiencia y la arrolladora simpatía con la que no simpatizaba. Y encima se hubiera dicho que no pasaban los años por él: seguía siendo como en nuestra juventud, un hombre atlético, no demasiado alto, con todo su pelo blanco peinado suavemente hacia atrás, la célebre mandíbula cuadrada y los ojos oscuros escondidos detrás de las gafas de concha negra. Ahora tendría unos sesenta años y seguía pareciendo Superman, listo para arrancarse la camisa y saltar por la ventana en defensa de los débiles y torturados de este mundo o para sacarles el dinero. O para que lo hicieran presidente del gobierno. Y además estaba lo de Marta. No, yo no estaba sentada aquí, precisamente aquí, porque Enrique Lerma fuera el mejor, sino porque era el más poderoso.
Manteniendo cruzadas y sin gesticular sus manos de dedos sólidos sobre el cristal de su mesa de despacho, Lerma giró ligeramente la cabeza hacia mí.
—Dime una cosa, doctora —tomó aire y pensé: «Aquí viene»—, ¿mataste al pequeño Rodríguez? —dicho en un tono liviano, como preguntándome si me apetecía un helado de vainilla o un batido de chocolate.
No había dejado de sonreír.
—No.
—¿Estás segura? Sé bien que es una pregunta comprometida, pero te la hago porque, antes de decidirnos por una línea de defensa o una estrategia de ataque, debemos saber si eres inocente o culpable. No te juzgo, no juzgo tus motivos ni tus métodos. Ésa no es mi misión.
—Sonrió de nuevo, como en las películas americanas.
Y yo pensé: «Vamos, Perry Mason, qué más te dará: tu obligación es defenderme incluso si yo fuera Jack el Destripador."