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miércoles, 20 de diciembre de 2017

LA LUZ QUE NO PUEDES VER


Quiero agradecer a las amigas de LIBROS esta recomendación con la que he disfrutado de unos días de lectura interesante.
Me ha gustado de esta novela la fluidez del lenguaje, la ausencia de sentimentalismo barato, la visión de la guerra desde puntos de vista tan opuestos, la construcción sin concesiones de una historia diferente.
Quizás no sea el mejor Pulitzer que he leído pero vale la pena.
Gracias amigas!!!

Sinopsis (Ed. SUMA)
Premio Pulitzer de Ficción 2015
Un corazón puro puede brillar aun en la noche más oscura. Y en el más terrible de los tiempos.
Marie-Laure vive con su padre en París, cerca del Museo de Historia Natural, donde él trabaja como responsable de sus mil cerraduras. Cuando, siendo muy niña, Marie-Laure se queda ciega, su padre le construye una perfecta miniatura de su barrio para que pueda memorizarla gracias al tacto y encontrar el camino a casa. A sus doce años, los nazis ocupan París y padre e hija tienen que huir a la ciudad amurallada de Saint-Malo. Con ellos se llevan la que podría ser la más preciada y peligrosa joya del museo.
En una ciudad minera de Alemania, el joven huérfano Werner crece junto a su hermana pequeña, cautivado por una rudimentaria radio que ambos encuentran. Werner se convierte en un experto en construir y reparar estos aparatos cruciales para los nuevos tiempos, un talento que no pasa desapercibido a las Juventudes Hitlerianas.
Siguiendo al ejército alemán, Werner deberá atravesar el corazón en guerra de Europa. Hasta que en la última noche antes de la liberación de Saint-Malo los caminos de Werner y Marie-Laure por fin se crucen. Y sus vidas cambien para siempre.

** N.º 1 en las listas de best sellers en Estados Unidos
** Finalista del National Book Award
** Entre los mejores diez libros del año para The New York Times

La luz que no puedes ver (fragmento)

CERO

7 DE AGOSTO DE 1944

OCTAVILLAS

Caen del cielo como una lluvia al anochecer, sobrevuelan la muralla, hacen piruetas sobre los tejados, revolotean sobre los barrancos y entre las casas. Calles enteras se mecen al ritmo de los destellos blancos sobre los adoquines. «Mensaje urgente para los habitantes de la ciudad —dicen las octavillas—. Salgan de inmediato a campo abierto».
Sube la marea. En lo alto cuelga una luna pequeña, amarilla, creciente. Hacia el este, sobre los tejados de los hoteles que hay frente al mar y en sus jardines traseros, seis unidades de la artillería pesada norteamericana cargan proyectiles incendiarios en la boca de los morteros.

BOMBARDEROS

Cruzan el Canal a medianoche. Son doce y tienen nombres de canciones: Stardust, Stormy Weather, In the Mood o Pistol-Packin’Mama. El mar se extiende muy por debajo, salpicado por los innumerables galones plateados de las olas. Los pilotos divisan en el horizonte los peñones de las islas iluminadas por la luna.
Francia.
Los intercomunicadores hacen interferencias. Deliberada y casi perezosamente los bombarderos pierden altura. Desde las bases de control antiaéreo se alzan las tenues columnas de luz roja a lo largo de toda la costa. Se vislumbran oscuros barcos en ruinas, acribillados o destruidos, uno con la proa arrancada, otro oscilando mientras arde. En una isla lejana, ovejas aterrorizadas corren zigzagueando entre las rocas.
En el interior de cada uno de los aviones, un soldado apunta a través de la mira y cuenta hasta veinte. Cuatro. Cinco. Seis. Siete. Para los soldados, esa ciudad amurallada situada sobre un promontorio de piedra que se acerca cada vez más parece un grano descomunal, algo oscuro y peligroso, un último absceso que tiene que ser arrancado de raíz.