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viernes, 17 de agosto de 2018

NO ERES LO QUE BUSCO

Hace muchos años que Ann Cleeves pública una serie de novelas protagonizadas por una inspectora de mediana edad, con sobrepeso, que vive sola tras la muerte de su padre en un pequeño pueblo con mar, viste mal y su distintivo es una gabardina que ha conocido tiempos mejores; cabezota, poco ortodoxa en sus investigaciones, está que os he descrito es Vera Stanhope.
Ahora poned que es guardia civil y vive en un pueblo español, tendréis a Miranda Vega, eso sí con un poco menos de calidad que la original, con fallos en las descripciones y en la trama, en fin.....una pena
Y es que podría ser entretenido pero odio que me tomen el pelo y, desde luego, entre el original y la copia, me quedo, siempre, con el original.

Sinopsis (Ed. Plaza y Janés)
¿Qué pasaría si en lugar de encontrar en internet tu cita perfecta encuentras al asesino perfecto?
En una pequeña ciudad costera de Castellón, donde nunca pasa nada, una escritora de mediana edad ha quedado con un joven a través de la aplicación de móvil para ligar más popular del mercado. Cuando llega a la cita, en casa del chico, encuentra su cadáver desnudo y grotescamente manipulado.
La teniente Miranda Vega, una guardia civil madura, experimentada y con un ácido sentido del humor, y su nuevo compañero, el sargento Christian Ballesteros, un novato ingenuo y de buen corazón, liderarán la investigación del asesinato del chico, lo que destapará un sórdido mundo de intereses mafiosos, fundamentalismos religiosos y fetichismos sexuales en lo que hasta entonces había sido una pacífica localidad turística.
No eres lo que busco (fragmento)
Santarés, provincia de Castellón,
viernes, 24 de abril
Telma salió de su ensimismamiento cuando Eduardo II le sacudió un rodillazo en los huevos a lord Gaveston.
El conde de Cornualles, un chaval con la cara plagada de acné, se llevó la mano a la entrepierna con un quejido agónico. Tenía el rostro tan congestionado por el dolor que cada uno de sus granos parecía a punto de reventar.
—¡Te dije que nada de meter la lengua, puto asqueroso! —ladró el rey Eduardo.
Telma suspiró. Candela era una buena chica. Su aspecto andrógino y su habilidad para memorizar frases la hacían la elección perfecta para descargar sobre sus hombros el rol protagonista de la obra, el del rey Eduardo. Por desgracia, la chica tenía muy mal pronto. Un par de meses atrás, había tenido que cumplir tres semanas de trabajos sociales por clavarle un compás en el brazo a una compañera de instituto. Para Telma, como directora de escena, eso no era del todo un inconveniente: todo buen actor debe saber mostrar su garra.
—Está bien, chicos —dijo Telma, con tono sosegado—. ¿Qué es lo que ha ido mal?
Candela señaló a lord Gaveston, aún angustiado por su estado genital. El resto de los actores, despatarrados por las butacas del salón de actos a la espera de su intervención, se reían a carcajadas.
—¡Este imbécil, que ha querido comerme los morros!
El actor que interpretaba a Gaveston se llamaba Ali, y era de padres argelinos. En su momento a Telma le pareció buena idea darle el papel de conde de Cornualles, amante del rey, a un chico con marcados rasgos norteafricanos. Le resultó muy rompedor. Cada vez se arrepentía más de su decisión. Ali era un pésimo actor, y también bastante obtuso.
—¡Se supone que nos tenemos que besar en esta escena! —protestó el chico.
—Tienes razón, Ali —repuso Telma, siempre serena. El secreto para tratar con aquellos chicos era aparentar en todo momento tener el caballo bien sujeto por las riendas—. Y la clave de toda buena actuación es vivir el personaje con intensidad. Pero supongo que en este caso habría sido más adecuado un poco menos de Marlon Brando y un poco más de John Gielgud.
Ali la miró con expresión bobalicona.