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lunes, 20 de agosto de 2018

FRACTURA

Nuestra querida Clara Glez, comparte una obra de un autor, por ahora, desconocido para mi. Pero gracias a su consejo, le pondré remedio rápidamente.
Gracias amiga¡¡¡
RESEÑA DE CLARA GLEZ para LIBROS
Fractura – Andrés Neuman
Me ha cautivado este libro, por muchas razones. Intentaré explicarme sin dar demasiadas pistas de la trama, que es muy simple, pero a la vez compleja en cuanto a matices.
A lo largo de la historia de un superviviente de las bombas de Hiroshima y Nagasaki, el autor nos va desgranado formas de ver aquel suceso y sus consecuencias. El protagonista , va pasando su vida, en distintos lugares y con distintas mujeres, y van contando la historia desde aquellas bombas, hasta la explosión después del terremoto de la central de Fukushima.
Historia que va siendo contada por estas mujeres y él mismo, con una visión distinta , ya por la diferente personalidad de dichas mujeres, por el entorno donde vivieron, por su procedencia.
Y en cada uno de estos retazos de historia, el autor se expresa de forma distinta, le va dando cancha a que esas mujeres se expresen en su propio lenguaje.
A la vez nos hace recapacitar sobre el mundo en el que nos ha tocado vivir, con los pro y los contras de la tecnología , del interés de los gobiernos en hacernos comulgar a veces con ruedas de molino.
Es una novela profunda, con trozos que te hacen ver en el polvorín en el que nos asentamos.Y también nos ofrece una magnífica exposición de las relaciones humanas, del ver la vida según el momento y la edad en el que la contemplamos.
Si pueden disfrútenla¡

Sinopsis (Ed. Alfaguara)
El regreso de Andrés Neuman a la gran novela tras El viajero del siglo, Premio Alfaguara y Premio de la Crítica.
Una historia sobre la belleza que emerge de las cosas rotas.

«Me mostró sus cicatrices. Un fino entramado en los antebrazos y la espalda. Parecía transportar un árbol. Luego él vio las mías. Nos sentimos livianos, un poco feos y muy bellos. Dos supervivientes.»
El señor Watanabe, superviviente de la bomba atómica, se siente un fugitivo de su propia memoria y está a punto de tomar una de las decisiones más cruciales de su vida. El terremoto previo al accidente de Fukushima provoca un movimiento de placas que remueve el pasado colectivo.
Cuatro mujeres narran sus vidas y sus recuerdos de Watanabe a un enigmático periodista argentino, en un recorrido sentimental y político por ciudades como Tokio, París, Nueva York, Buenos Aires o Madrid. Este cruce de idiomas, países y parejas va revelando cómo nada ocurre en un solo lugar, cómo cada acontecimiento se expande hasta hacer temblar las antípodas. El modo en que las sociedades recuerdan y, sobre todo, olvidan.
En Fractura se entretejen amor y humor, historia y energía, la belleza que emerge de las cosas rotas. Con esta novela Andrés Neuman regresa con fuerza a la narrativa de largo aliento, que lo consagró internacionalmente con El viajero del siglo, y firma su obra mayor.

Fractura (fragmento)

1. Placas de la memoria


La tarde parece serena, pero el tiempo está en guardia. El señor Watanabe rebusca en sus bolsillos como si los objetos ausentes fueran sensibles a la insistencia. Por un descuido que empieza a resultar frecuente en él, ha olvidado en su casa la tarjeta del metro junto a sus anteojos: visualiza ambas cosas encima de la mesa, burlonamente nítidas. Watanabe se dirige con fastidio hacia una de las máquinas. Mientras realiza su operación, observa a un grupo de jóvenes turistas perplejos ante la maraña de estaciones. Los turistas hacen cuentas. Las cifras emergen de sus bocas, ascienden y se disipan. Carraspeando, vuelve a atender a su pantalla. Los jóvenes lo miran con vaga hostilidad. El señor Watanabe los escucha deliberar en su idioma, un idioma melódico y enfático que conoce muy bien. Sopesa la posibilidad de ofrecerles ayuda, tal como ha hecho con tantos visitantes abrumados por el metro de Tokio. Pero ya son casi las tres menos cuarto, le duele la cintura, tiene ganas de volver a casa. Y, para ser franco, tampoco simpatiza con esos jóvenes. Se pregunta si habrá perdido por completo el hábito de los gritos y la gesticulación, que tan liberadores llegaron a parecerle en otra época de su vida. Prestando oído a la sintaxis extranjera, abona su trayecto antes de retirarse. Nota el aroma del viernes: un cóctel de cansancio y expectativa. Al tiempo que desciende en la escalera mecánica, contempla esos andenes que se irán colmando. Se alegra de no haber tomado un taxi. A esta hora todavía queda espacio en los vagones. Sabe que pronto los últimos pasajeros empujarán la espalda de los anteriores, y que los serviciales empleados llegarán para empujarlos a ellos. Y así hasta que las puertas interrumpan el flujo, como quien poda el mar. Empujarnos unos a otros, piensa Watanabe, es una forma particularmente sincera de comunicarnos. Justo en ese instante, los peldaños de la escalera mecánica empiezan a vibrar.