domingo, 16 de abril de 2017

EN BUSCA DE APRIL


Tercera entrega de la serie de novelas protagonizadas por Quirke, forense en Dublín, años 50.

"En tiempos de crisis, novela negra" John Banville

Eso dice el autor, aunque que sea con su otro nombre, y no sabe bien hasta que punto tiene razón. Cualquier crisis se cura con na buena novela negra sobre todo cundo esta se eleva al nivel que logra Benjamin Black, sus personajes, el ambiente de la Irlanda de los 50, los oscuros secretos de familia, la corrupción de la Iglesia....todo envuelto en la prosa exquisita de Black-Banville (que nunca sé cuando es uno u otro) que transforma cualquier novela en una obra memorable.
Me encanta Black y me encanta Quirke, con ellos a tu lado no hay crisis que se resista!

Sinopsis (Ed. Alfaguara)
Tercera novela del alter ego de John Banville.
«Quirke, el obsesionado forense y sabueso dublinés, regresa en este nuevo volumen de la fantástica saga de misterios bien definidos, casi jamesianos, de Black.»
Premio Príncipe de Asturias de las Letras 2014 a John Banville por «su inteligente, honda y original creación novelesca» y a su «otro yo, Benjamin Black, autor de turbadoras y críticas novelas policíacas.»
Irlanda, años cincuenta. La misma niebla densa y desconcertante que cubre Dublín parece haber ocultado el rastro de la joven April Latimer. Cuando Phoebe Griffin se ve incapaz de recabar noticia alguna sobre su amiga, Quirke responde a su petición de ayuda y muy pronto los dos, junto con el inspector Hackett, comienzan la búsqueda.
Mientras Quirke ve su sobriedad distraída por la joven y bella actriz Isabel Galloway, la familia de April silencia su desaparición ante el terror a un escándalo. ¿Por dónde comenzar a desenredar la enorme y compleja telaraña de amor celos, mentiras y oscuros secretos con la que April tejió su vida?

En busca de April (fragmento)

1.

Era el tiempo más crudo del invierno, y April Latimer parecía haber desaparecido.
Por espacio de varios días, la niebla de febrero se había asentado y no daba el menor indicio de que fuese a levantar. En el silencio embozado la ciudad parecía presa del desconcierto, como un hombre al que de pronto le fallara la vista. Los transeúntes, como inválidos, avanzaban a tientas en medio de una oscuridad permanente, pegándose a las fachadas de las casas y a las barandillas y deteniéndose con incertidumbre en las esquinas, para pisar con cautela las aceras en busca del bordillo. Los automóviles con los faros encendidos aparecían de pronto como si fueran insectos gigantes, dejando a su paso un reguero lácteo de humo de escape. El periódico de la tarde traía a diario el cómputo y la relación de los contratiempos sufridos. Se había producido una colisión de gravedad en el extremo del canal de Rathgar Road, en la que estuvieron involucrados tres vehículos y un motorista del Ejército. Un chiquillo fue atropellado por un camión de carbón en Five Lamps, aunque no perdió la vida; la madre juró y perjuró ante el periodista que fue a entrevistarla que se había salvado por la milagrosa medalla de la Virgen que le había obligado a llevar colgada del cuello. En Clanbrassil Street fue asaltado un viejo prestamista a plena luz del día, aparentemente por una banda de amas de casa; la Guardia seguía una línea de investigación precisa. Una esquinera de Moore Street fue atropellada por un furgón que ni siquiera se detuvo, y la mujer estaba en coma en el hospital de St. James. Y durante el día entero atronaban en la bahía las bocinas para avisar de la niebla.