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domingo, 3 de diciembre de 2017

EL COMENSAL


"Cuentan que en mi familia siempre se sienta un comensal de más en cada comida. Es invisible, pero está ahí. Tiene plato, vaso y cubiertos. De vez en cuando aparece, proyecta su sombra sobre la mesa y borra a alguno de los presentes." G. Ybarra
Así comienza El comensal, y es uno de los comienzos más prometedores que he leído en los últimos tiempos, lástima que el comienzo no se extienda a toda la ...novela....
No es mala novela y, además es corta, pero es un poco tramposa porque no cumple lo que promete; dice la publicidad que habla sobre la muerte del abuelo y la muerte de la madre....si habla de ambas cosas pero se queda casi en la superficie, habla, habla y habla y casi al final te das cuenta de que no te has quedado con nada.
Vale como diario, como recuerdo, como testimonio de como afecta la muerte a la familia, sobre todo si la primera es violenta y la segunda repentina; pero de ahí a esa obra maestra que nos han vendido los medios de comunicación, hay un abismo. A la autora le falta oficio, tiene mucho sentimiento, pero le falta orden y calidad literaria; ese punto que transforma una obra corriente en una gran obra.
La he leído con agrado y rapidez, tiene apenas 120 páginas pero esperaba mucho más¡¡¡

Sinopsis (Ed. Caballo de Troya)
Una novela autobiográfica en la que la autora trata de comprender su relación con la muerte y la familia a través del análisis de dos sucesos: el asesinato de su abuelo a manos de ETA y el fallecimiento de su madre.
«Una novela cuya atmósfera nos proporciona un alivio semejante al que siente un pez devuelto al agua después de haber sido capturado. [...] Leyéndola se asiste una vez más a ese misterio por el que la vida de otro, que poco o nada tiene que ver con la tuya, deviene en una cuestión de orden personal. Como si más que una novela, se tratara de una carta dirigida a ti.»Juan José Millás, Diarios del Grupo Editorial Prensa Ibérica
La muerte es un acontecimiento de primer orden. Cuando la parca se lleva a un ser querido heredamos lo que quedó sin resolver, y el dolor, o la liberación, que acarrea el deceso se extiende en el tiempo hasta que el vivoasume no sólo la desaparición del otro, sino también parte de la suya propia en la medida en que estamos hechos de retazos de los demás.
En esta novela autobiográfica Gabriela Ybarra trata de comprender su relación con la muerte y la familia a través del análisis de dos sucesos: el asesinato de su abuelo en 1977 a manos de ETA y el fallecimiento de su madre en 2011 por un cáncer. Así, la primera parte de El comensal es una reconstrucción libre (por tanto, no esconde la parte de ficción de toda memoria) del secuestro y posterior asesinato del empresario español Javier de Ybarra, quien también fue alcalde de Bilbao y presidente de la Diputación de Vizcaya durante el régimen franquista. Aunque esta muerte ha sacudido a todo el clan familiar (los padres de la protagonista tienen que abandonar el País Vasco y convivir con un escolta), no es hasta que la madre de la narradora enferma fatalmente que los duelos no hechos y las herencias políticas no asumidas (a veces por ignorancia) estallan.
El comensal es una novela importante por dos cosas: la narración de un conflicto histórico desde un lugar personal procurando la huida del victimismo y el reconocimiento de la importancia que tiene el hacer visible la muerte para asumirla. Acostumbrados como estamos a que los procesos de deterioro y fin de la vida se escondan, la novela sorprenderá por lo que tiene de reconciliación con la enfermedad, que aquí es relatada con luminosidad y sin puritanismo ni autocompasión.

El comensal (fragmento)

PRIMERA PARTE

I

Cuentan que en mi familia siempre se sienta un comensal de más en cada comida. Es invisible, pero está ahí. Tiene plato, vaso y cubiertos. De vez en cuando aparece, proyecta su sombra sobre la mesa y borra a alguno de los presentes.
El primero en desaparecer fue mi abuelo paterno.
La mañana del 20 de mayo de 1977 Marcelina puso un hervidor de agua en el fuego. Aprovechando que el líquido todavía estaba en reposo, cogió un plumero y comenzó a desempolvar la porcelana. Un piso más arriba, mi abuelo entraba en la ducha, y al fondo del pasillo, en donde las puertas formaban una U, descansaban los tres hermanos que aún vivían en la casa. Mi padre ya no vivía ahí, pero en una escala entre Nueva York y otro destino había decidido acercarse a Neguri para pasar unos días con su familia.
Cuando sonó el timbre Marcelina estaba lejos de la entrada. Mientras pasaba su plumero por un jarrón chino escuchó que alguien gritaba desde la calle: «¡Ha habido un accidente, abran la puerta!», y corrió hasta la cocina. Miró un instante el hervidor, que ya había empezado a silbar, y deslizó el cerrojo sin asomarse a la mirilla. Al otro lado del umbral, cuatro enfermeros encapuchados se presentaron abriendo sus batas para mostrar las metralletas.
«¿Dónde está don Javier?», dijo uno. Sacó un arma y apuntó a la chica para que les indicara el camino hasta mi abuelo. Dos hombres y una mujer subieron por las escaleras. El cuarto se quedó abajo, vigilando la entrada de la casa y revolviendo papeles.