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sábado, 30 de diciembre de 2017

LA NOVENA


Siempre es un placer leer a Marcela Serrano.
La novena es su décima novela en la que, aparentemente, un hombre es protagonista....., digo aparentemente porque la verdadera protagonista es una mujer y todas las mujeres que han vivido antes que ella, viven en ella y vivirán después de ella.
Es verdad que en esta ocasión Serrano recurre en demasía a los estereotipos sociales y culturales y trufa su novela de "casualidades" a veces un poco forzadas pero aun así es un placer leer su prosa sencilla y su relato de una época que aún está clavada en el corazón de Chile como si fuera un puñal.
Para no olvidar la ignominia, leed a Marcela Serrano es como un bálsamo que no cura pero alivia.
Sinopsis (Ed. Alfaguara)
La esperada nueva novela de la autora de Diez mujeres es la historia de una traición.
Un conmovedor relato en el que Marcela Serrano nos interna en los afectos de varias generaciones de mujeres que enfrentan el desgarro de ser traicionadas y el de traicionar a su vez.
«¿Quieres saber quiénes me han traicionado? Todos.»
Producto de un accidente absurdo Miguel Flores, un estudiante universitario, es detenido en una protesta contra la dictadura de Pinochet. Tras unos días en el calabozo del cuartel policial es enviado a una zona agrícola cercana a la capital, pero aislada de toda actividad política.
Sin recursos y obligado a firmar a diario en el retén de Carabineros, sus días transcurren en soledad y con el mínimo para subsistir. Su presencia genera temor u odio entre los lugareños, salvo en Amelia, una mujer de mediana edad, viuda y dueña del fundo La Novena. Ella acoge al relegado, le abre las puertas de su casa y con ello las de un mundo cultural y social que representa todo lo que Miguel más detesta.
Poco a poco la relación entre ellos hace que él cuestione sus prejuicios, en tanto que sus sentimientos pasan del profundo deseo de odiarla a una atracción y un vínculo permanente. Pero el azar y la actividad política de Miguel provocarán un giro en extremo, doloroso e irreparable para ambos.

La Novena (fragmento)

Santiago de Chile, septiembre 2005

Cuando alguna vez le preguntaron cómo soportaba nadar en las aguas tan frías del Pacífico sur, ella respondió, eso no importa, si ya estoy congelada. Con aquel testimonio en la memoria, Miguel Flores abre las puertas del viejo armario blanco y con el dedo sigue la huella de la pátina cobriza que recorre la veta de la madera. Ha aprendido que vestirse cada mañana es contar una historia de sí mismo. Aún no está seguro de qué debe contar, de qué quiere contar en este día. Verifica distraído que una de las bisagras de la puerta del armario está a punto de vencerse y romper toda complicidad con los pequeños tornillos que la sujetan. Rememora con alguna nostalgia su llegada al país y la mañana aquella en que compró este mueble en el Parque de los Reyes, lo complicado que fue el traslado hasta su departamento porque no cabía en el ascensor, y la mala cara de los de la mudanza al verse obligados a subir las escaleras con ese enorme trasto a cuestas. Mira sus trajes con esmerada atención: cuál será el más adecuado, de ningún modo el pantalón gris con chaqueta azul, no, odia por principio el rebaño de la ciudad, manso, aburrido, uniforme. Quiere ir muy atildado, presentar sus respetos vestido de un solo color, ojalá oscuro de acuerdo a las circunstancias, gris quizás, o tal vez ese terno marengo que usa para las reuniones con los clientes más importantes, buen corte, solo dos botones, la caída elegante e impecable, hasta lo confundieron con un miembro del directorio de la empresa a la que iba a asesorar la última vez que se lo puso, él en un directorio, para la risa. Sí, a Amelia le habría gustado este traje marengo, qué lástima, ella nunca lo vio bien vestido, un adefesio, le decía sin ningún escrúpulo, que cuál era el afán de andar tan desastrado. Los zapatos y los calcetines siempre deben ser negros, pero se pregunta por la camisa, blanca o celeste, no es tan obvio, aunque el blanco solemniza, por Dios, qué cantidad de camisas blancas, en qué momento las ha acumulado, tan prístinas y bien planchadas, qué trabajo se da la Brígida todos los martes, plancha que te plancha, porque los jueves cocina y pasa la aspiradora, ella tiene sus reglas. Elije la que más le gusta, roza el sólido algodón y la huele, qué placentero es el olor a limpio. Ahora la corbata. Como si con cierta pereza lo hubiese postergado porque siempre le resulta lo más difícil, mira el colgador donde tiene agrupadas las corbatas y se marea un poco, el celeste, el amarillo y el rojo son los colores que priman en ese revoltijo de sedas, rayas, círculos, óvalos, flores de lis, incluso algunos animalitos, no es que falte el diseño. Luego de una lenta inspección elige una azul oscura con un leve toque de amarillo, las líneas diagonales parecen ranuras de luz que se han ladeado, delgaditas, muy delgaditas, interrumpiendo la severidad del azul. Ya enteramente vestido se mira con descaro en el espejo, igual que Mary Anne en Manchester cada vez que salían de fiesta, tanto que te miras, le decía, y ahora es él quien lo hace porque algo adentro, bien adentro, le pide estar a la altura. De reojo, al partir, por décima vez, echa un fugaz vistazo al recorte de su barba.

sábado, 11 de noviembre de 2017

DULCE ENEMIGA MÍA


Siempre me gusta Marcela Serrano, pero sus libros de relatos me encantan, Dulce enemiga mía, cuenta las vidas de 17 mujeres y 2 que no lo son......cuenta sus alegrías y sus tristezas, sus matrimonios y soledades y lo cuenta todo con un punto de conocimiento y solidaridad tan profundamente femenina que me ha conquistado por completo¡¡¡

Sinopsis  (Ed. Alfaguara)
Con Dulce enemiga mía, de Marcela Serrano, escritora de otros libros como Hasta siempre, mujercitas o El albergue de las mujeres tristes, la autora vuelve a demostrar su talento para penetrar el alma y la psicología femeninas con un grupo de veinte relatos protagonizados por mujeres frágiles, poderosas, aventureras o temerosas, amas de casa o intelectuales, jóvenes o maduras, cuyas voces e historias se graban a fuego en la memoria. Fue galardonada con el Premio Sor Juana Inés de la Cruz 1994, distinción concedida a la mejor novela hispanoamericana escrita por mujeres, por su novela Nosotras que nos queremos tanto. También ganó el Premio Municipal de Literatura en Santiago de Chile 1994 por Para que no me olvides. Junto a Isabel Allende y Ángeles Mastretta, Marcela Serrano es una de las autoras latinoamericanas más populares de la actualidad, traducida a 18 idiomas.
Esta obra de la narrativa hispanoamericana nos cuenta como desde las calles de los Balcanes hasta Santiago de Chile pasando por La Mancha, hay hilos capaces de unir el mundo interior de las mujeres: a veces serán la fuerza de la risa, el valor de la amistad, el amor o el sexo; otras, los miedos ante un matrimonio vacío, la hipocresía, la soledad o el temor al abandono.

Dulce enemiga mía (fragmento)

La yegua

Ana María llevaba veinte años casada y seguía enamorada de su marido. Por supuesto, hoy ya no eran un par de lirios, mermada la lozanía, el vigor y la potencia. Pero ella siempre decía que deseaba envejecer junto a Víctor y veía el deterioro como una fase más, insalvable, inevitable, inexorable. Le gustaba decirle por teléfono a su amiga Bárbara estas palabras comenzadas en «in», las sentía potentes y seguras de sí mismas. Apuntaba a la ternura como reemplazo del deseo y soñaba con escenas pertinentes, ambos abrazados en la cama matrimonial viendo una película en DVD o cruzando, protector él, la calle de la mano en alguna ciudad distinta, de las muchas que aún deseaban conocer. Si se empeñaba, la vejez les traería una dulzura desconocida y reconfortante. Aun así, por supuesto, no se resignaba al paso de los años. Su apariencia había derivado en su mayor ocupación, bien sabía que Víctor era un hombre guapo y no le pasaban inadvertidas sus ocasionales tendencias a actuar como un seductor. ¿Ocasionales?, le preguntó una vez Bárbara por teléfono y ella se alarmó, luego se enojó y no llamó a su amiga por una semana. Ana María ejercitaba su cuerpo con disciplina. Practicaba la equitación en su parcela al lado de la ciudad, Baby —la yegua— era, después de su marido y sus hijos, lo más cercano a su corazón. Asistía cuatro veces a la semana al gimnasio, se privaba de la grasa y los dulces y llevaba una cuidadosa contabilidad de las calorías diarias que ingería. Además, se hacía masajes —tanto reductivos como de relajación— y nunca faltaba a la cita con el peluquero que incluía la tintura de las canas, el corte, la pedicura y la manicura. A veces se agotaba consigo misma y la embargaba la tentación de dejarse estar, entregarse por fin a vivir la edad que tenía. Después de todo, si era una opción para otras mujeres, ¿por qué no para ella? Pero prefería no hacerse trampas, consciente de que era sólo eso, una tentación, y se decía con paciencia, vamos, Ana María, no todas tienen maridos apuestos como el tuyo, eso impone obligaciones. Y luego agregaba, severa, ¿cómo resistir el asedio de las mujeres jóvenes si no peleo contra la decadencia?
Las mujeres jóvenes era la nomenclatura para todo objetivo donde se posaran los ojos de Víctor, todo foco que no fuese ella. Eran el fantasma, el miedo, el mal. ¡Cómo las aborrecía! Trataba de convencerse de que eran todas tontas, superfluas, incultas. Había llegado a formular una regla aritmética: a más culo y más busto, menor coeficiente intelectual. Así se calmaba. También pensando en los hijos y en lo hogareño que era Víctor, en cómo gozaba de la vida en común, de la casa tan bonita —y tan cara—, del asado del día domingo en el jardín, de los hijos con sus novias, de la perfecta disposición de alguna mano mágica para su buen vivir. Todo aquello parecía imposible con una mujer más joven.
Y sin embargo, la idea de ser abandonada era su peor pesadilla. El fracaso es como la peste, se decía, huele mal, aleja, hace huir a los demás. Nadie se siente cómodo al lado de un fracasado. Al principio te consuelan, luego escapan, ya lo sabía ella, lo había hecho tantas veces.
A Ana María le complacía sobremanera su vida en la cama. Volvía a enamorarse de su marido con cada orgasmo, atestiguar la lujuria en sus ojos le confirmaba ser el objeto de su amor. (Además, le parecía importante sentir la recompensa luego de tanto esfuerzo.) A veces, en muy raras ocasiones, se preguntó si era el sexo lo que de verdad le gustaba o si era Víctor comprometido en el sexo con ella. Se consolaba serenamente con que el tiempo era largo, hoy en día se podía hacer el amor eternamente, y de paso daba gracias a los científicos por haber inventado esa píldora azul, para el día en que resultase necesaria.
Y el día llegó, antes de lo pensado.

miércoles, 23 de agosto de 2017

DIEZ MUJERES


Diez Mujeres, es obviamente una historia de mujeres, nueve mujeres y su terapeuta, también mujer. Diez historias de mujeres entre 19 y 75 años, de diferente extracción social, distinta educación y procedencia, intereses dispares y vida agitada interior o exteriormente.
Me ha gustado leer las historias de Francisca, Mané, Juani, Simona, Layla, La Luisa, Guadalupe, Andrea y Ana Rosa; y me ha sobrado la historia rebuscada y artificial de Natasha, la terapeuta.
Pero aún así recomiendo este libro como ejercicio introspectivo de la condición femenina, en Chile o en cualquier lugar del universo.

Diez mujeres (fragmento)

"Las locas, ahí vienen las locas, dirán los trabajadores del lugar, espiándolas detrás de los árboles. Natasha no sabe bien qué la divierte más, observar el desconcierto de esos hombres recios con picos y azadones en las manos, o a las mujeres que en ese momento descienden de la enorme camioneta. Una a una van bajando y pisan con firmeza la tierra esparcida de maicillo, como si quisieran tener los pies bien firmes en ella.
Quizás a alguna le entretenga la idea de ser objeto de observación o de sospecha, piensa, y recuerda a Andrea diciendo alegremente al despedirse el jueves pasado: ¡avísales, Natasha, que somos sólo un poco neuróticas y no locas de atar!
Sin pudor, los hombres han dejado de trabajar y, apoyándose en sus herramientas, las miran. Hay para todos los ojos. El que las prefiera morenas tiene más donde elegir. Bajas, altas, jóvenes, viejas, delgadas y entradas en carnes. Son nueve mujeres. Son muchas mujeres. El pasto ya se cortó, descansan las bolsas plásticas negras abundantes de chépica sobre el tronco de dos paltos enormes. El aroma fresco llega hasta la casa principal del instituto y a Natasha se le mezcla el olor del pasto con el de la cordillera. Al prestar el lugar, el director avisó: los sábados hacen el jardín. A los ojos de Natasha, más que un jardín éste es un parque. Ella quisiera distinguir el nombre de tanto árbol, sólo el magnolio, los aromos y los jacarandás le resultan conocidos, los tiene iguales en su casa de campo en el valle del Aconcagua. Pero aquí está en las afueras de Santiago y la cordillera de Los Andes parece una desvergonzada mostrando sus atributos."