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jueves, 31 de agosto de 2017

EL JILGUERO


Totalmente absorta he permanecido en la lectura de las más de 700 páginas del nuevo libro de Donna Tartt, por el que ha recibido el Premio Pulitzer de novela 2014.
Es verdad que mis vibraciones eran buenas ya que el primer libro de la autora, El Secreto, que leí hace ya la friolera de 20 años, me pareció notable; bien, pues, las vibraciones se han confirmado.
He acompañado a Theo Decker desde la adolescencia a la juventud entre un marasmo de tragedia, amor, arte, drogas, crimen, amistad...... He vivido encadenada al joven protagonista de la novela tan lejano, tan próximo como puede estar cualquier ser humano. He vivido pendiente de sus sentimientos sin importar que sea chico, norteamericano y pijo. He vivido intensamente la pérdida, la soledad, la incomprensión, el desamor y esa incertidumbre adolescente que te hace preguntarte cada mañana ¿dónde estoy?, ¿de qué sirve todo esto?, ¿para qué quiero vivir?.........
Sentimientos universales que Tartt relata con maestría en una novela intensa y, sorprendentemente, corta a pesar de su extensión.
La recomiendo¡¡¡

Sinopsis (Ed. Lumen)
Al empezar El jilguero vamos enfocando una habitación de hotel en Amsterdam. Theo Decker lleva más de una semana encerrado entre esas cuatro paredes, fumando sin parar, bebiendo vodka y masticando miedo. Es un hombre joven, pero su historia es larga y ni él sabe muy bien por qué ha llegado hasta aquí.
¿Cómo empezó todo? Con una explosión en el Metropolitan Museum hace unos diez años y la imagen de un jilguero de plumas doradas, un cuadro espléndido del siglo XVII que desapareció entre el polvo y los cascotes. Quien se lo llevó fue el mismo Theo, un chiquillo entonces, que de pronto se quedó huérfano de madre y se dedicó a desgastar su vida: las drogas lo arañaron, la indiferencia del padre lo cegó y sus amistades le condujeron a la delincuencia. Su historia tuvo la ocasión de llegar a su final, en el desierto de Nevada, pero no. Al cabo de un tiempo, otra vez las calles de Manhattan, una pequeña tienda de anticuario y un bulto sospechoso que va pasando de mano en mano hasta llegar a Holanda.

El jilguero (fragmento)
"«Los muertos se nos aparecen en sueños —dijo Julian—, porque ésa es la única manera de que nosotros los veamos; lo que vemos sólo es una proyección lanzada desde la distancia, luz procedente de una estrella muerta.»
Y eso me recuerda un sueño que tuve hace un par de semanas. Estaba en una ciudad desierta y extraña —una ciudad antigua, como Londres—, diezmada por la guerra o por una epidemia. Era de noche; las calles estaban a oscuras, abandonadas, maltrechas. Andaba sin rumbo fijo y pasaba por parques destrozados, estatuas en ruinas, jardines cubiertos de malas hierbas y edificios de apartamentos derruidos con vigas oxidadas sobresaliendo de las fachadas, como huesos. Pero aquí y allá, esparcidos entre los desolados armazones de los edificios antiguos, empecé a ver también edificios nuevos, conectados por puentes futuristas iluminados desde abajo.
Fríos y alargados elementos de arquitectura moderna que surgían, fosforescentes y fantasmales, de los escombros.
Entraba en uno de esos edificios modernos. Parecía un laboratorio, o quizás un museo. Oía el eco de mis pasos sobre el suelo de baldosas. Había unos cuantos hombres, todos ellos fumando en pipa y reunidos alrededor de un objeto expuesto en una caja de cristal que relucía en la penumbra e iluminaba las caras de forma macabra, desde abajo.
Me acerqué un poco. Dentro de la caja había una máquina que daba vueltas lentamente sobre un plato giratorio, una máquina con partes de metal que se doblaban hacia dentro y hacia fuera y que se transformaba para dar lugar a nuevas imágenes. Un templo inca... las pirámides... el partenón. La Historia ante mis ojos, cambiando sin pausa. "