martes, 26 de febrero de 2019

ÓRDENES SAGRADAS


Sexta entrega de la serie de novelas protagonizadas por Quirke, forense en el Dublín de los años 50.

RESEÑADO por Ricardo Cortat para LIBROS,  el 25 de Febrero de 2015.
Tropiezo con Black. Cada vez se me hace más pesado. La verdad es que cuando 'resucitó' a Marlowe tuvo tino pero el forense Quirke me parece demasiado depresivo.
Se queda a medias y a otra cosa.
Leed la reseña completa en el siguiente enlace:
https://www.evernote.com/shard/s67/sh/b5cf4bf9-a69b-4dc5-bb57-1c89f73582e4/c4a5d319540dbb084ed0ac4f8985c0bb


Y esta es mi opinión sobre la novela:
Solo un fragmento os dirá cuanto debéis saber de esta novela, la maestría de Black y el tormento de Quirke.
Magnífica! !!

"Nike… Se llamaba Gallangher, el padre Alosyus Gallangher. Nadie sabía por qué razón le habían dado el nombre de una diosa griega, pues tenía ese apodo desde tiempo inmemorial… Nike no golpeó a menudo a Quirke durante los años que paso en Carricklea, pero aun si lo hubiese hecho, no habría sido lo que más le hubiese aterrado. El temor que Nike inspiraba era especial: íntimo, caliente, pegajoso y levemente indecente. Cuando la figura del deán irrumpía en los pensamientos de Quirke, sobre todo durante la noche, mientras yacía en la cama inmerso en la oscuridad susurrante, sentía una sacudida en el pecho, como si recordase de pronto vilezas cometidas o un pecado mortal sin confesar. Incluso ahora, cuando pensaba en aquel tiempo, sentía de nuevo la misma incertidumbre ardiente de una culpabilidad opresiva y sin causa." O.S. Pág. 41

Sinopsis (Ed. Alfaguara)

Premio Príncipe de Asturias de las Letras 2014 a John Banville por «su inteligente, honda y original creación novelesca» y a su «otro yo, Benjamin Black, autor de turbadoras y críticas novelas policíacas».
La madrugada en que el cuerpo de Jimmy Minor aparece flotando en las oscuras aguas del canal, ni Quirke ni su hija Phoebe pueden intuir hasta qué punto esa muerte va a remover sus propias vidas. Mientras Phoebe abre los ojos a una sensualidad desconocida, la investigación arrastra a Quirke de regreso al infierno de su infancia en el orfanato católico de Carricklea.
¿Podrá descubrir qué callan los muros de Trinity Manor? Y si lo consigue, ¿será capaz de sobrevivir a la herida de los propios recuerdos y regresar a la superficie?

Órdenes Sagradas (fragmento)

I

1.

Al principio pensaron que era el cuerpo de un niño. Más tarde, cuando lo sacaron del agua y vieron el vello púbico y las manchas de nicotina en los dedos, se dieron cuenta de su error. Hombre, al final de la veintena o al principio de la treintena, completamente desnudo excepto por un calcetín, el izquierdo. Tenía hematomas en la parte superior del torso y su rostro estaba tan desfigurado que incluso a su propia madre le habría costado reconocerlo. Una pareja de enamorados lo había descubierto, un pálido resplandor entre el muro del canal y el flanco de una barcaza amarrada. La chica llamó a la policía y el sargento que estaba en recepción pasó el aviso al despacho del inspector Hackett, pero Hackett ya se había marchado y quien respondió fue su ayudante, el joven Jenkins, que estaba en su cubículo, detrás de las celdas, escribiendo sus informes semanales.
—Un cuerpo flotando, mi sargento —dijo el hombre en recepción—. En Mespil Road, bajo el puente de Leeson Street.
La primera reacción del sargento Jenkins fue llamar por teléfono a su jefe, pero cambió de idea. A Hackett le gustaba dormir tranquilo y no se tomaría bien que le interrumpieran el sueño. Había dos compañeros en la sala de guardia: Quinlan, del cuerpo de motoristas, y otro, que había hecho una pausa en su ronda para tomar una taza de té. Jenkins les dijo que necesitaba su ayuda.
Quinlan estaba a punto de acabar su turno y la perspectiva de continuar trabajando no le agradó.
—Le prometió a su esposa que regresaría pronto —dijo el otro, Hendricks, guiñando un ojo, y se rio burlón.
Quinlan era un hombre grande y lento, de pelo engominado y ojos saltones. Aunque aún llevaba las polainas de cuero, ya se había quitado la guerrera. Permaneció inmóvil con el casco en la mano y sus ojos de sapo miraron glaciales a Jenkins. Este casi podía oír el engranaje del cerebro del hombretón, girando lentamente mientras calculaba cuántas horas extra podría rascar con aquel trabajo nocturno. Hendricks no acababa el turno hasta las cuatro de la madrugada.