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domingo, 13 de agosto de 2017

DE ACERO


RESEÑADA POR AMELIA RUIZ
30 de Diciembre de 2012
Terminé “De acero” de la italiana Silvia Avallone.
Es de esas novelas que dejan un sabor amargo, que nos produce una profunda sensación de consternación porque lo que aquí se cuenta es muy cotidiano, lo que aquí se refleja es la realidad de cierta juventud con la que nos tropezamos diariamente, una juventud sin esperanzas, sin oportunidades, a la que sólo le queda disfrutar de su ignorancia aún inconscientes de sus miserias. Básicamente en la historia de la amistad de dos adolescentes, casi dos niñas, pero en medio de sus despertares a la vida, está un barrio obrero, una fábrica de acero que lo domina todo y a todos, unas familias infelices, paro, delincuencia, maltratos, drogas, todo un estudio sociológico de una sociedad que no nos es ajena.
Muy recomendable. De lo mejor que he leído este año.

De acero (fragmento)

PRIMERA PARTE

Amigas del alma

1.

"En el círculo desenfocado de la lente la figura, sin cabeza, apenas se movía.
Un jirón de piel en primer plano, a contraluz.
Aquel cuerpo había cambiado de un año para otro, despacio, debajo de la ropa. Y ahora en los prismáticos, en verano, explotaba.
El ojo, desde lejos, mordisqueaba los detalles: el lazo de la parte de abajo del bikini, un filamento de alga en un costado. Los músculos tensos encima de la rodilla, la curva de la pantorrilla, el tobillo manchado de arena. El ojo se agrandaba y enrojecía a fuerza de excavar en la lente.
El cuerpo adolescente salió de un salto del campo visual y se arrojó al agua.
Un instante después, reajustado el objetivo, calibrado el foco, reapareció dotado de una espléndida melena rubia. Y una carcajada tan violenta que incluso desde aquella distancia, aunque fuera sólo mirándola, te sacudía. Era como meterse de verdad entre esos dientes blancos. Y los hoyuelos de las mejillas, y el hueco entre los omoplatos, y el del ombligo, y todo lo demás.
Ella estaba jugando como cualquiera a su edad, sin sospechar que estaba siendo observada. Abría la boca. ¿Qué estará diciendo? ¿Y a quién? Se zambullía al encuentro de una ola, volvía a salir del agua con el triángulo del sujetador descolocado. Una picadura de mosquito en el hombro. La pupila del hombre se contraía, se dilataba como bajo los efectos de algún estupefaciente.
Enrico miraba a su hija, era más fuerte que él. Espiaba a Francesca desde el balcón, después de comer, cuando no estaba de turno en la planta siderúrgica Lucchini. La seguía, la estudiaba a través de las lentes de los prismáticos de pesca. Francesca chapoteaba en la orilla con su amiga Anna, se perseguían, se tocaban, se tiraban del pelo, y él ahí arriba, clavado con el cigarro en la mano, sudando. Él, gigantesco, con la camiseta empapada, con el ojo muy abierto, atareado bajo ese calor de locos.
La vigilaba, o eso era lo que decía, desde que empezó a ir a la playa con ciertos chicos mayores, ciertos elementos que no le inspiraban confianza alguna. Que fumaban, que seguro que hasta se hacían porros. Y cuando le hablaba a su mujer de esos inadaptados con los que estaba su hija, gritaba como un poseso. ¡Se hacen porros, se chutan cocaína, trafican con pastillas, se quieren follar a mi hija! Esto último no lo decía explícitamente. Daba un puñetazo a la mesa o a la pared.
Pero quizá hubiera adquirido la costumbre de espiar a Francesca antes: desde que el cuerpo de su niña parecía haberse descamado y había ido adquiriendo gradualmente una piel y un olor precisos, nuevos, tal vez, primitivos. Se había sacado de la manga, la pequeña Francesca, un culo y un par de tetas irreverentes. Los huesos de la pelvis se le habían arqueado, formando un tobogán entre el busto y el abdomen. Y él era su padre."