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viernes, 17 de agosto de 2018

YERULDELGGER, TIEMPOS SALVAJES

«Cuando el viento del norte golpea las estepas nevadas de Asia Central, nadie te oye morir.»

Segunda entrega de las "aventuras" de Yeruldelgger, policía mongol que desarrolla su labor en la comisaria central de Ulan Bator. Una trama compleja de corrupción generalizada, espías, tráfico de personas, violencia y ese toque parapsicológico que le otorga a nuestro protagonista su educación en un monasterio de monjes shaolin....
Me gusta conocer costumbres tan diferentes, "gastronomía" exótica y tradiciones mongolas pero la complejidad de la trama hace que, en algunos momentos, uno se pierda en la estepa nevada y no vea la forma de regresar.
Seguramente le daré una tercera oportunidad porque es más lo que me gusta que, lo que me disgusta pero....algo le falta.


Sinopsis (Ed. Salamandra)

En medio de las gélidas estepas mongolas, la inspectora Oyun, ayudante del comisario Yeruldelgger, se topa con una escena difícil de interpretar: un jinete y su caballo yacen aplastados bajo el lomo de una hembra de yak que parece haber caído del cielo. La misma sorpresa experimenta su jefe cuando, en un desfiladero del macizo del Otgontenger, se descubre el cadáver de un hombre que sólo puede haber acabado ahí... precipitándose desde las alturas. Y para cerrar el círculo de hechos insólitos, el mismo comisario es detenido como sospechoso del asesinato de Colette, una amiga prostituta a la que había ayudado a rehacer su vida. Sumido en la perplejidad y temiendo ser víctima de una trampa, Yeruldelgger acomete una investigación clandestina que generará tensiones con su equipo, reabrirá viejas heridas con su hija Saraa y provocará la intervención de los maestros shaolin del séptimo monasterio en el que fue criado. Pero la situación da un vuelco completo con el hallazgo de los cuerpos sin vida de un grupo de niños dentro de un contenedor en el puerto de El Havre. Pese a los miles de kilómetros que separan Mongolia de Francia, las pistas acabarán por cruzarse para destapar un caso de corrupción y abusos a todos los niveles que afecta a las más altas esferas de diversos países, desde Europa hasta Asia. Tras la carta de presentación que supuso Yeruldelgger. Muertos en la estepa, Ian Manook regresa a Mongolia y a su carismático comisario. País de fuertes contrastes, donde las tradiciones ancestrales y la espiritualidad conviven con la mafia y el crimen organizado, Mongolia vuelve a ser protagonista de esta vibrante novela que, con personajes de marcado carácter y escenarios sobrecogedores, consolida a su autor como una de las voces más originales y sugerentes del noir en los últimos años.

Yeruldelgger, tiempos salvajes (fragmento)

1
... y puso un dedo en el gatillo

Embutida en su parka con forro polar, la inspectora Oyun intentaba comprender aquel amontonamiento de cosas. Estaba agachada en la nieve, que crujía bajo su peso, y se había inclinado para verlo mejor. El frío le cortaba los ojos y el aire helado le arañaba las fosas nasales con cada respiración. Era como aspirar fragmentos de cristal. A su alrededor, un nuevo dzud, el invierno mongol más terrible y extremo, había vitrificado la estepa inmaculada. Por tercer año consecutivo, el «mal blanco» golpeaba el país. Eran inviernos polares muy largos, seguidos de veranos caniculares cortos. Tormentas de nieve que duraban días, en las que uno no veía ni su propia yurta y podía perderse y morir congelado, de pie, a un metro de ella. Luego, sobre el paisaje paralizado por el hielo, se alzaban cielos tan azules que parecían lacados, agujereados por un sol blanco y diminuto. Oyun no recordaba dzuds como ésos en su infancia. El primero del que tenía recuerdo era el de 2001. Un invierno tan crudo y largo que siete millones de animales murieron en todo el país. Guardaba en su memoria la imagen de aquellos miles de nómadas, todavía orgullosos y fuertes unos meses antes, que acudían derrotados a Ulán Bator para mendigar y morir en silencio, ateridos, en las cloacas. Los hombres habían perdido sus caballos, las mujeres, sus yaks y sus cabras, y los niños, sus corderos e incluso sus perritos. Aquel invierno mató más personas en Mongolia que los aviones de las Torres Gemelas en Manhattan.