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viernes, 25 de agosto de 2017

THE WOMEN



RESEÑADA POR ÁNGELES SAMPEDRO PÉREZ para LIBROS, el 31 de Diciembre de 2013.
Terminé "The Women" de T. C. Boyle, y aunque tardé bastante en leerlo y me cansaron las enormes introducciones a cada parte, no me defraudó: me gusta el estilo cínico, la sutil ironía del autor, la rabia escondida en el trato de algunos temas (la doble moral, el acoso de los paparazzi, el machismo, la xenofobia al final del libro...)..., y también el extenso léxico, las magníficas imágenes...
Es llamativo el narrador, un personaje-testigo, con sus observaciones contantes a pie de página, omnisciente, y con un uso magnífico del estilo indirecto libre.
Hasta más de la mitad de la obra el tono es irónico y desenfadado, pero repentinamente la atmósfera se ve envuelta con una carga premonitoria que, acabado el libro, no dejará indiferente al lector.
En cuanto a los personajes, me quedo con la intempestiva e impulsiva Miriam Maud Noel, que aun con sus miedos e indefensión, y aunque no consigue ser feliz, no se amilana y planta cara a enemigos o adversidades.

Feliz 2014!!

The Women (Las Mujeres) (fragmento)

Primera Parte
Olgivanna
Prólogo a la Primera Parte

"Por aquella época yo no sabía mucho de automóviles —ni ahora, a decir verdad—, pero fue uno el que me llevó hasta Taliesin en el otoño de 1932, a través de un paisaje rural por momentos fortificado de árboles, por momentos enmoquetado de hierba hasta la pared trasera de sus establos, de sus silos y de sus granjas, pasando por pueblos con nombres como Black Earth, Mazomanie o Coon Rock, donde no habían visto nunca una cara japonesa (ni china, para el caso). Una parada para repostar, un bocadillo, una visita al baño, y parecía que hubiese bajado a la Tierra un marciano y se hubiese puesto al volante de un Stutz Bearcat amarillo canario y negro abisal como otro cualquiera (y, a todo esto, ¿qué es un bearcat, ese «gato oso»? Me imagino un animal monstruoso salido de la chistera de un publicista, un híbrido que ruge, trisca y escarba por el asfalto, igual que lo hacía el mío, remedando al del anuncio). En aquel día, demasiado caluroso para octubre —y demasiado sereno y despejado, como si el verano se negase a acabar—, la mayoría de las personas con las que me cruzaba se me quedaban mirando hasta que se daban cuenta de su indiscreción y apartaban la mirada como si no hubiesen registrado en sus ojos lo visto, ni tan siquiera una imagen fugaz en la retina; hubo un hombre, sin embargo —y no es mi intención ponerle en evidencia, pues el pobre no daba para más, y por entonces empezaba a acostumbrarme a aquella perplejidad—, que a mi pregunta de dónde podía comprar una hamburguesa solo pudo responderme abriendo un palmo y medio la boca y exclamando con la mandíbula desencajada: «¡Por los clavos de Cristo! Usted es chino, ¿verdad?»."