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viernes, 25 de agosto de 2017

LA INTRUSA


RESEÑADA POR GLORIA GONZÁLEZ para LIBROS, el 19 de Marzo de 2013.
"La intrusa", de Éric Faye.
Shimura es un meteorólogo que vive en las afueras de Nagasaki. Su vida, de casa al trabajo, se cimenta en la rutina y el orden. Desde hace algún tiempo percibe que faltan alimentos de su frigorífico y que ciertos objetos de la casa están colocados de manera diferente, así que instala una web-cam en la cocina para observar lo que ocurre desde el trabajo.
Es un relato encantador, una fábula propia de la literatura japonesa no sólo por sus personajes y localización, sino por la manera de narrar con una sensibilidad especial. Con un lenguaje sencillo, el autor pone al descubierto la soledad y el vacío de los personajes como un reflejo del mundo que nos ha tocado vivir.

Éric Faye es francés (la literatura francesa tampoco es ajena a esta forma sensible de expresar) y se basó en un suceso real. La novela recibió el Gran Premio de Novela de la Academia Francesa.


La intrusa (fragmento)

"Hay que imaginarse un cincuentón decepcionado por serlo tanto y tan pronto, domiciliado en las afueras de Nagasaki, en una casita de un barrio con calles de cuestas vertiginosas. Y ver esas serpientes de blando asfalto que reptan hacia la cima de los montes, donde una muralla de caóticos y torcidos bambúes detiene el hervidero urbano de tejados, terrados, techados y sabe Dios qué más. Ahí es donde vivo. ¿Quién soy? Sin querer exagerar, un don nadie. Me aferro a costumbres de soltero que me sirven de parapeto y para decirme que, en el fondo, no tengo mucho que reprocharme.
Una de esas costumbres consiste en seguir lo menos posible a mis compañeros cuando van a tomar unas cervezas o unas copas al salir del trabajo. Prefiero reencontrarme un poco conmigo mismo en mi casa y cenar temprano, en todo caso, nunca después de las seis y media. Si estuviera casado, puede que no me impusiera la misma disciplina y los acompañara más de una vez. Pero no lo estoy (casado). Y , en realidad, tengo cincuenta y seis.
Ese día llegué a casa antes de lo habitual porque me sentía un poco destemplado. No pasaban de las cinco cuando el tranvía me dejó en mi calle con una bolsa de la compra en cada mano. Entre semana no es frecuente que regrese tan temprano, así que tuve la sensación de entrar como un ladrón. Seguramente, «como un ladrón» es un poco exagerado, aunque… Hasta hace bien poco no solía cerrar con llave cuando salía. Nuestro barrio es muy tranquilo, y en el vecindario hay varias ancianas (la señora Ota, la señora Abe y alguna otra que vive un poco más lejos) que se pasan  el día en casa. Cuando vuelvo cargado, resulta cómodo haber dejado abierto: bajo del tranvía y sólo tengo que andar unos metros; luego tiro de la puerta corredera y ya estoy en casa. Lo que tardo en quitarme los zapatos y ponerme unos calcetines, y empiezo a guardar la compra en los armarios de la cocina. Después, me siento y respiro. Pero ese día no pude darme ese lujo: al ver el frigorífico, mis temores de la víspera despertaron con un sobresalto. Sin embargo, al abrirlo todo me pareció normal."