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lunes, 28 de agosto de 2017

CLARA Y LA PENUMBRA


RESEÑADA por losrelatosdepatri para LIBROS, el 12 de Septiembre de 2013.
Termino "Clara y la penumbra" de José Carlos Somoza.
Se trata de una novela con asesino en serie y psicópata, pero lo revolucionario de esta novela es el mundo creado para ella, un mundo que nos hace reflexionar sobre el arte. En este mundo que crea José Carlos Somoza, existe lo que se denomina arte hiperdramático, que es un tipo de arte que se realiza con personas, pintando sus cuerpos y sus almas, para realizar la composición que el artista quiere. Estas personas se exponen, se compran y venden como cuadros. Son a estas personas, que se les llama lienzos, a las que se comienza a asesinar, y esto pone en tela de juicio la verdadera naturaleza de estos crímenes, ¿son asesinatos corrientes o destrucciones de obras de arte valiosísimas? Me ha gustado mucho esta novela en la que hay mucho que reflexionar sobre el a veces elitista, superficial y absurdo mundo del arte.
Escalofriante y no solo por los asesinatos que en ella aparecen.

Clara y la penumbra (fragmento)

La adolescente está desnuda sobre un podio. El vientre liso y la elipse oscura del ombligo quedan a la altura de nuestra mirada. Mantiene el rostro ladeado, los ojos bajos, una mano frente al pubis, la otra en la cadera, las rodillas juntas y algo flexionadas. Está pintada de siena natural y ocre. Sombras en siena tostado realzan los pechos y perfilan las ingles y la rajita. No deberíamos decir «rajita» porque hablamos de una obra de arte, pero al verla no se nos ocurre otra cosa. Es una hendidura nimia y vertical, sin rastro de vello. Damos la vuelta al podio y contemplamos la figura de espaldas. Las atezadas nalgas reflejan grumos de luz. Si nos alejamos, su anatomía nos parece más inocente. Pequeñas flores blancas le tapizan el pelo. Hay más flores a sus pies —un charco de leche—. Incluso a esta distancia seguimos percibiendo el olor tan peculiar que desprende, como a bosque perfumado de lluvia. Junto al cordón de seguridad, un atril con el título en tres idiomas: Desfloración.
Dos notas musicales de altavoz quiebran el trance del público: el museo está cerrando. Lo dice una señorita en alemán, después en inglés y francés. Por lo general, todo el mundo la entiende, o al menos capta el mensaje implícito. La profesora del selecto colegio vienés reúne a sus ovejitas uniformadas y las cuenta para que no falte ninguna. Ha llevado a los niños a ver la exposición, aunque es de desnudos. No importa, son obras de arte. A los japoneses lo que les importa es que no les hayan dejado hacer fotos, por eso no sonríen cuando salen. Se consuelan a la entrada, donde venden catálogos al precio de cincuenta euros con fotografías a todo color. Un bonito recuerdo que llevarse de Viena.
Diez minutos después —la sala vacía de público— ocurre algo inesperado. Llegan varios hombres con tarjetas prendidas de las solapas de sus trajes. Uno de ellos se dirige al podio de la adolescente y dice en voz alta:
—Annek. No sucede nada.
—Annek —repite.
Un parpadeo, el giro del cuello, la boca se abre, el cuerpo se estremece, los pechos en ciernes se proyectan con la respiración.
—¿Puedes bajar sola?
Asiente, pero vacila un poco. El hombre le tiende la mano.