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jueves, 16 de agosto de 2018

BLANCO DE PLOMO

«Una de las escritoras estadounidenses más inteligentes y minuciosas de la actualidad».
DAVID FOSTER WALLACE

Esta es una de las calificaciones que la editorial emplea para promocionar la novela, tras leerla me animé y....., indudablemente no puedo opinar sobre la inteligencia de la autora, eso sí, sobre su minuciosidad no me ha quedado la menor duda....
La protagonista, Stela da Silva, es conservadora de arte y una mujer ciertamente peculiar, tanto como esta "intriga" repetitiva, deslavazada y absurda que parte de un supuesto tan falso (Las Meninas viaja desde El Prado a New York para ser restaurada en una galería de tercera clase por una restauradora de cuarta división) que todo lo demás se queda en una mera anécdota y en una resolución más falsa que "Un duro de madera".
No me ha "enganchado" en absoluto, ni los personajes, ni la trama, ni su final me han convencido en ningún momento.


Sinopsis (Ed. Siruela)
La conservadora de arte Stella da Silva es un ave nocturna, por eso agradece que la casa de subastas Claiborne’s le permita trabajar en un horario poco convencional. La luz natural puede dañar algunas obras pictóricas de valor incalculable, y, además, su concentración mejora cuando la ciudad descansa. Una noche, mientras se ocupa del más famoso óleo de Diego Velázquez —despachado en secreto a Nueva York para su restauración—, se ve obligada a interrumpir un momento su tarea y, al volver al estudio, encuentra allí un cadáver vestido como una de las figuras del cuadro. Pero al llegar la policía, tanto el cuerpo como Las meninas se han volatilizado sin dejar rastro. Stella, la última en tener acceso a él, pasa así a convertirse en la principal sospechosa. Para recuperar su reputación y su empleo, ya que Claiborne’s la despide inmediatamente, no tendrá más alternativa que tomar las riendas del caso. Pero no será la única en perseguir algo, ya que también alguien empezará a correr tras ella...

¿Es el arte una razón para vivir? ¿O un oscuro negocio por el que matar? Un thriller diferente, sofisticado, atento al detalle y, claro está, muy negro, ese color que en palabras de Kandinski «es el del silencio del cuerpo tras la muerte, el de la vida que se cierra».

Blanco de plomo (fragmento)

Capítulo 1
—Buenas noches, Calvin.
—Buenas noches, Stella. No te quedes trabajando hasta muy tarde… —El hombre lanzó un beso al aire y con un ademán de la cabeza señaló a su izquierda—… Estoy reventado. En cuanto acabe este piso me marcho a casa. 
En la grabación de la cámara de seguridad se veía a una mujer con tacones rojos, servidora, y al limpiador nocturno, con su uniforme azul, riéndose por lo bajini, con gesto de complicidad. Los dos habíamos oído un ruido, como de respiración entrecortada, en una de las salas al fondo del pasillo. —¿Vas a ir a ver qué es? —le pregunté. 
—Nah, estoy cansado del numerito. 
Calvin siguió a lo suyo, fregando el suelo de mármol decorado con un diseño geométrico blanco y negro, que parecía cortar si caminaras descalzo sobre él. Con el limpiacristales azul en el bolsillo de atrás, fue pasando de un despacho a otro, encendiendo luces, apagándolas cuando acababa. Me recliné hacia atrás y lo vi alejarse a través de la puerta doble de cristal. A esas horas, en plena noche, solía estar sola en esa planta, aunque no siempre. 
Me gustaba trabajar de madrugada, cuando, a medida que pasaban las horas, había cada vez menos gente en el edificio, hasta que me quedaba completamente sola —o eso me gustaba pensar—. En mi trabajo, la luz natural es un tesoro y a la vez una condena. Ilumina, atenúa y degrada el color, todo en uno, así que a veces conviene evitarla. Fue la luz del sol la que dañó los Rothkos del Museo Fogg, que no se pudieron restaurar hasta décadas después, con proyecciones generadas por ordenador: cuando se apagan esas luces artificiales neutras, lo único que queda son seis lienzos estropeados. Mi jefe no controlaba mi horario, siempre y cuando cumpliese con mi trabajo. La casa de subastas Claiborne’s era la más antigua del país, pero en materia de privacidad y discreción tenía la reputación de un banco suizo.