sábado, 22 de noviembre de 2014

RELATOS DE LOS MARES DEL SUR


Hace unos años nuestro amigo David Sánchez publicaba en el facebook de LIBROS sus impresiones sobre este libro de Jack London y se hacía algunas preguntas:


"Leyendo..."Relatos de los mares del sur" de Jack London. No entiendo porque el gran público es tan reacio al relato corto, la gente sólo habla de novelas, sobre todo de recién editadas, y se pierden cosas tan fantásticas como las que cuenta el bueno de Jack London, en este caso, sobre la Polinesia y sus gentes."

Releyendo este comentario de nuestro amigo sobre este libro de relatos, me permito recomendarlo para aquellos que aprecien el sabor del relato corto y el exotismo que encierran esos ocho cuentos que llenan de aventuras las páginas del libro:
Koolau el leproso
El inevitable hombre blanco
Mauki
Las terribles Salomón
Las perlas de Parlay
En la estera de Makaloa
El diente de ballena
El chinago
Ocho relatos en, apenas, sesenta páginas que nos llevarán a los Mares del Sur de la mano de uno de los mejores escritores de aventuras de todos los tiempos y, para muestra un botón:


"Abriéndose camino entre la espesura, irrumpió en la escena en aquel mismo momento John Starhurst con Narau pisándole los talones. Las famosas botas, que se le habían llenado de agua cuando vadeara el río, arrojaban delgados surtidores con cada paso que daba. Starhurst miró a su alrededor con pupilas que despedían rayos. Impulsado por una fe inconmovible, limpio de duda y de temor, se regocijaba con todo lo que veía. Sabía que desde el comienzo de los tiempos era el primer hombre blanco que había pisado el reducto de Gatoka." (pag. 52. Fragmento de El diente de la ballena)

LA MANCHA HUMANA


Coleman Silk y sus secretos...uno tras otro como capas de cebolla en una sociedad que deja atrás el "american way of life", una época turbulenta en la Norteamérica de los intelectuales y los políticos, retratada magistralmente por Roth. Una novela que deja huella.
El verano del 98, marcado por el escándalo Lewinsky es el momento ideal para los hechos que se narran en esta novela en la que aparece Nathan Zuckerman como amigo del protagonista, un protagonista al que una frase, una sola frase, conduce directamente al desastre....
Cuando Philip Roth escribe todos los demonios se desatan y sus novelas remueven capas y capas de sentimientos que, ni siquiera, sabíamos que vivían en nuestro interior. Es difícil que un judío estadounidense interprete de forma tan fehaciente los sentimientos universales, de amor, pérdida, familia, adolescencia, pareja, traición, ridículo, odio......es impresionante reconocerse y es impresionante leer con tanto placer una prosa y rica y culta, que  no es pedante ni retorcida. 
La Mancha humana es una de mis novelas favoritas de Roth y el siguiente, uno de mis fragmentos favoritos:

“.....dejamos una mancha, un rastro, nuestra huella,....impureza, crueldad, abuso, error, excremento, semen... somos como los dioses griegos que son mezquinos, se pelean entre ellos, combaten, odian, joden...disipación, depravación, placeres groseros,.....Dios a imagen del hombre...”

Basada en la novela de Roth se rodó una película dirigida por Robert Benton en el año 2003 e interpretada por Anthony Hopkins,  Nicole Kidman y Ed Harris, entre otros, como suele suceder la película no hace justicia a la novela.

Sinopsis (Ed. Alfaguara)
En el turbulento verano de 1998 (mientras el país reacciona escandalizado al asunto Clinto-Lewinsky), Coleman Silk, profesor y decano del New Englands Athena College, es acusado de racismo por decir, inocentemente, una desafortunada expresión políticamente incorrecta. Su carrera y su reputación se arruinan, su mujer muere por el trauma, y Silk es marginado hasta por sus propios hijos.

La Mancha Humana (fragmento)

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Todo el mundo sabe


Corría el verano de 1998 cuando mi vecino Coleman Silk, quien, antes de retirarse dos años atrás, fue profesor de lenguas clásicas en la cercana Universidad de Athena durante veintitantos años y, a lo largo de dieciséis de ellos, actuó también como decano de la facultad, me dijo confidencialmente que, a los setenta y un años de edad, tenía relaciones sexuales con una mujer de la limpieza que contaba treinta y cuatro y trabajaba en la universidad. Dos veces a la semana la mujer limpiaba también la oficina de correos rural, una pequeña cabaña de grises tablas de chilla que evocaba el refugio de una familia okie, como se conoce a los trabajadores agrícolas migratorios, procedente de la región seca del sudoeste, allá por los años treinta y que, solitaria y con aspecto de abandono frente a la gasolinera y la única tienda del pueblo, exhibe la bandera norteamericana en el cruce de las dos carreteras que constituye el centro comercial de esta localidad en la ladera de una montaña.
Un día, a última hora, minutos antes del cierre, cuando fue en busca del correo, Coleman vio por primera vez a la mujer, alta, delgada y angulosa, el cabello rubio grisáceo recogido en una cola de caballo y los rasgos bien marcados y severos que suele asociarse a las amas de casa, dominadas por la Iglesia y muy trabajadoras que sufrieron las duras condiciones de vida en los comienzos de Nueva Inglaterra, severas mujeres de colonos aprisionadas por la moralidad imperante y sumisas a ella. Se llamaba Faunia Farley y, por mucho que hubiera sufrido, lo mantenía oculto tras una de esas caras huesudas e inexpresivas que, por otro lado, no esconden nada y revelan una soledad inmensa. Faunia ocupaba un cuarto en una granja lechera donde ayudaba al ordeño, a fin de pagar el alquiler. Había estudiado dos cursos de Enseñanza Media Superior.
El verano en que Coleman me hizo esa confidencia sobre Faunia Farley y el secreto de los dos fue, apropiadamente, el verano en que salió a la luz el secreto de Bill Clinton, con todos sus humillantes detalles, cada detalle natural, la naturalidad, al igual que la humillación, exudados por la causticidad de los datos concretos. No habíamos vivido una temporada semejante desde la época en que alguien tropezó con la nueva Miss América desnuda en un viejo número de Penthouse, unas fotos en las que posaba con elegancia, de rodillas o tendida boca arriba, y que obligaron a la avergonzada joven a devolver la corona y seguir su camino, que era el de convertirse en una famosa estrella pop. El verano del noventa y ocho en Nueva Inglaterra fue exquisito, cálido y brillante, y en cuanto a la liga de béisbol, el verano del mítico combate entre un dios blanco y un dios moreno del béisbol, mientras que de un extremo al otro de Norteamérica se desataba una orgía de religiosidad y de pureza, cuando al terrorismo, que había sustituido al comunismo como la amenaza predominante para la seguridad del país, le sucedió la mamada y un presidente de edad mediana, viril y de aspecto juvenil, y una empleada de veintiún años, temeraria y prendada de él, se comportaron en el Despacho Oval como dos adolescentes en un aparcamiento e hicieron que reviviera la pasión general más antigua de Estados Unidos, e históricamente tal vez su placer más traicionero y subversivo: el éxtasis de la mojigatería. En el Congreso, en la prensa y en las cadenas de televisión, los pelmazos virtuosos que actúan para impresionar al público, locos por culpabilizar, deplorar y castigar, estaban en todas partes moralizando a más no poder: todos ellos con un frenesí calculado de lo que Hawthorne (quien, en la década de 1860, vivió a pocos kilómetros de donde yo habito) identificó en el incipiente país de antaño como «el espíritu persecutorio»; todos ellos ansiosos por llevar a cabo los severos rituales de la purificación que eliminarían la turgencia de la división ejecutiva, allanando así el camino para que la hijita de diez años del senador Lieberman pudiera ver de nuevo la televisión en compañía de su azorado papá. No, si no habéis vivido en 1998, no sabéis lo que es la gazmoñería. William F. Buckley, que colabora simultáneamente en una serie de periódicos conservadores, escribió: «Cuando Abelardo lo hizo, era posible impedir que volviera a suceder», dando a entender que la fechoría del presidente, lo que Buckley denominó en otro lugar «la carnalidad incontinente» de Clinton, no se remediaba como era debido con algo tan incruento como un proceso de incapacitación, sino más bien mediante el castigo que, en el siglo XII, impusieron al canónigo Abelardo los cómplices, que blandían cuchillos, del colega eclesiástico de Abelardo, el canónigo Fulbert, porque aquel había seducido a la sobrina de este, la virgen Eloísa, casándose en secreto con ella. Al contrario que la fatwa de Jomeini que condenaba a muerte a Salman Rushdie, el nostálgico anhelo de Buckley de castigar por medio de la castración no comportaba ningún incentivo económico para cualquier posible perpetrador. Sin embargo, lo impulsaba un espíritu tan riguroso como el del ayatolá, y en nombre de unos ideales no menos exaltados.

martes, 18 de noviembre de 2014

CARACOL BEACH


Escritor de origen cubano, nacionalizado mexicano, poco conocido a pesar de su calidad, hablo de  Eliseo Alberto y quizás sea tiempo de leer o releer sus novelas,  empezando por Caracol Beach,  Premio Alfaguara de novela en 1998. 
Historia violenta de Cuba y África, de La Habana, La Florida y Angola,  la santería y el american way of life, chocando y encajando. Beto Milanés protagoniza esta novela de intriga y violencia que conduce inevitablemente a la tragedia.
Para mayor gloria del escritor esta novela tiene un sabor cubano tan intenso que se entra por todos los sentidos, para muestra, un fragmento:

"....Les enseñaron que la única forma de enfrentar con relativa fortuna esta vida rodeada de tigres y moscardones es inventándonos un amor a cualquier precio ¿ven? Una cabrona compañía, un cómplice imperfecto, una alianza, un amarre, una brujería, lo que sea, no lo piensen mucho nada garantiza la felicidad o la justicia, nada ni nadie, no lo olviden, todo parece insuficiente ante la suerte, y lo que queda es defender ese amor con las uñas, a patadas, aunque resulte una mentira del tamaño de la luna. Total."

domingo, 16 de noviembre de 2014

TODOS LOS NOMBRES (TODOS OS NOMES)




Paradojicamente en Todos os nomes (Todos los nombres) sólo aparece uno,  Don José, funcionario del Registro Civil, un paria, un desconocido, un hombre solitario que vive su vida a través de otras vidas, que le parecen más interesantes e intensas. Don José colecciona noticias sobre famos@s y las completa, su función en el Registro se lo permite, una pequeña "corruptela" que le alegra la existencia y le lleva hacia un amor sin esperanza, un amor total, un amor de novela¡¡¡

En la contraportada de una de las ediciones de Todos os nomes, Eduardo Lourenço dice que:
"Todos los nombres es la historia de amor más intensa de la literatura portuguesa de todos los tiempos."
Creo que coincido con esa percepción, porque el amor sin esperanza se torna más intenso cuanto más avanza, el amor sin conocimiento permite inventar al objeto de ese amor y por tanto lo hace "a nuestra medida" y eso es lo que siente Don José, el amor platónico, el máximo amor¡¡¡
Para no extenderme y, según mi costumbre, os dejo un fragmento de la novela....en esta ocasión dos, uno en castellano y otro en portugués y recomiendo a todos leer a Saramago en su lengua original, gana mucho, y para un español es fácil con un mínimo esfuerzo.

"Quando acabei de falar, ela perguntou-me, E agora, que pensa fazer, Nada, disse eu, Vai voltar àquelas suas coleções de pessoas famosas, Não sei, talvez, em alguma coisa haverei de ocupar o meu tempo, calei-me um pouco a pensar e respondi, Não, não creio, Porquê, Reparando bem, a vida delas é sempre igual, nunca varia, aparecem, falam, mostram-se, sorriem para os fotógrafos, estão constantemente a chegar ou a partir(...)". (Todos os Nomes)

" Desesperado, con los nervios deshechos, a punto de llorar, don José fue donde le mandaron. Durante los pocos minutos que había durado la difícil conversación con el Jefe, el trabajo se había acumulado en su mesa, como si los otros escribientes, sus colegas, aprovechándose de la deteriorada situación disciplinaria en que lo veían, quisieran, por propia cuenta, castigarlo también. Además, unas cuantas personas esperaban su turno para ser atendidas. Todas estaban frente a él, y no era por casualidad, o porque pensaran, cuando entraron en la Conservaduría General, que el funcionario ausente quizá fuese más simpático y acogedor que los que estaban a la vista a lo largo del mostrador, sino porque esos mismos indicaron que era allí adonde debían dirigirse. " (Todos los Nombres)