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lunes, 27 de noviembre de 2017

CREMATORIO


RESEÑADO por Noelia Vallina para LIBROS,  el 22 de Febrero de 2015.
Recién empezado "Crematorio" de Rafael Chirbes, ya sé que es denso, que necesito concentración, que apenas hay diálogos...es como cuando hablas contigo mismo, que pasas de un tema a otro sin pausas...o sea, que apago el teléfono y me arrepanchingo en el sofá toda la tarde.
Ole!
Buf, me ha costado "Crematorio", no porque no merezca la pena ni porque no sea un novelón, es que no te puedes distraer porque te pierdes con tantos pensamientos que saltan de un tema a otro sin pausa ni tregua. Un poco asfixiante, pero tengo que recomendarlo pese a todo, seguro que a muchos os gusta
.

Sinopsis (Ed. Anagrama)
La muerte de Matías Bertomeu, el ideólogo que cambió la revolución por la agricultura, pone en marcha los mecanismos que componen Crematorio. El dolor devuelve el reverso de vidas levantadas sobre oscuros cimientos: la del hermano de Matías, Rubén, el constructor sin escrúpulos; la de Silvia, la hija de Rubén, biempensante restauradora de arte casada con Juan Mullor, el catedrático que prepara la biografía de Federico Brouard, viejo amigo de los Bertomeu, un escritor alcohólico que vive el fracaso de sus últimos días; la de Ramón Collado, el hombre que hizo los trabajos sucios del constructor; la de Traian, el mafioso ruso, viejo socio de Rubén; y la de Mónica, la jovencísima y ambiciosa esposa. Chirbes nos ofrece un panorama terrible: la corrupción como savia que recorre todo el cuerpo de una sociedad en la que la destrucción del paisaje adquiere valor de símbolo. Chirbes despliega así un mundo abandonado por los dioses en el que las palabras y las ideas son sólo envoltorios, y el arte y la literatura, juguetes inanes. Rafael Chirbes se nos muestra, en esta gran novela, más radical, más feroz, más «Francis Bacon» y mejor escritor que nunca.

Crematorio (fragmento)
"Él oye las pisadas acercándose por el pasillo. Antes lo había oído hablar con Javier en el jardín, así que, cuando entra, tiene ya la frase preparada: Sí, estoy borracho, ¿qué quieres?, ¿qué quieres que le haga? De alguna manera tenía que ayudarme a pasar la mañana. Juan lleva en la mano un par de libros que le ha traído para que los firme porque se los quiere regalar a un compañero con el que ha estado estos días en El Escorial. Los deja sobre la cama antes de abrazarlo. No es un abrazo largo, dura sólo un momento. Enseguida empiezan a charlar, evitando que la conversación recaiga sobre Matías. Federico firma libros: ¿No ves?, le dice a Juan, esgrimiéndolos, escribes un libro para estar cerca, para que te quieran; para que te pongan junto a la cabecera de la cama cuando se acuesten, en la mesilla; que te sostengan entre las manos por la noche mientras el sueño los vence, pero ocurre justo al revés. Que cada libro te deja más solo. Que tú también los quieres menos a ellos después de cada libro. Lo dice mitad en serio mitad en broma, al tiempo que le propone un trago de Whisky. Abre el cajón de la mesilla, saca la botella de JB, se sirve otro medio vasito, vuelve a guardarla, pero luego, como si de repente se diera cuenta de algo en lo que no había pensado, la saca otra vez y se va con ella en la mano. Ahora sí que es capaz de moverse, de salir, de bracear mientras habla, de dar manotazos. A la vuelta, sólo trae el vaso de Juan lleno hasta más de la mitad. La botella ha debido dejarla en algún escondrijo. Controlan, dice, guiñándole un ojo, los policías controlan. ¿No traes el magnetofón? ¿Hoy no trabajamos? Apunta esto: Yo buscaba la salud, la honestidad. Tenía la impresión de que salud y honestidad eran la misma cosa, y yo, con mi torpe cuerpo, sin gracia ni fuerza, enfermizo, buscaba la honestidad a través de la salud, creía que formaban parte del mismo campo semántico, porque mi falta de fuerzas me parecía una forma de pecado de la que tenía que purificarme, de la que otro tenía que purificarme. Rubén, tu suegro, era la salud. Creo que, siendo un podrido viejo, aún sigue siendo la salud. Sólo que ahora ya no tengo claro que me guste la salud. Me ha costado mucho tiempo darme cuenta de que la salud es el fruto de una cadena de actos de depredación. Eres sano, porque tus antepasados se han comido felizmente a otros, porque tú te has comido cuanto ha caído en tus manos, porque vas a lo tuyo, cuidas tus procesos digestivos, rehúyes cuanto no te alimenta, todo lo que perjudica tus digestiones. Cadena trófica. El ascetismo sin Dios es la nada, es el sadomasoquismo, la vida sin el espectáculo de la vida no es nada: energía, voluntad para seguir viviendo es lo que hace falta, y esa fuerza parece irremediable sacarla de comerse a otros. Sólo de comer carne saca uno sangre. La naturaleza no ha inventado otro método de nutrición, digan lo que digan los vegetarianos. "

sábado, 16 de septiembre de 2017

EN LA ORILLA


RESEÑADA por Rosi Torres Marino para LIBROS, el 9 de Mayo de 2014
En la orilla de Rafael Chirbes: Alabado por los lectores y premiado en 2014 por los críticos....para mí no suelen ser referentes en los que fijarme cuando cae en mis manos un libro. En este caso no estoy de acuerdo además.
Me ha parecido un fiel retrato no solo del momento económico que vive el país sino también de la sociedad, de nuestro pasado de nosotros mismos... todo eso hay que valorarlo justamente claro, pero también es verdad que no me parece una obra maestra, ni ese libro que recogerá un momento histórico como ningún otro...
Es duro, directo, desolador, real pero con un tinte demasiado pesimista para mi estado de ánimo. Creo que no me ha gustado porque esperaba mas, porque esperaba novela y es una concatenación de hechos tan realistas y tan de a pie de calle que ya no sorprenden. Desgraciadamente ya no nos sorprende lo que aquí nos cuentan.
" El gran mundo es eso, la buena vida esta reñida con la ley, con la justicia y es rigurosamente incompatible con la caridad"
"Las necesidades de los desgraciados pagan los caprichos de los poderosos"

No puedo estar más de acuerdo con la apreciación de Rosi Torres Marino acerca de este libro, y extiendo mi opinión a la obra de este escritor, en general.

Sinopsis (Ed. Anagrama)
El hallazgo de un cadáver en el pantano de Olba pone en marcha la narración. Su protagonista, Esteban, se ha visto obligado a cerrar la carpintería de la que era dueño, dejando en el paro a los que trabajaban para él. Mientras se encarga de cuidar a su padre, enfermo en fase terminal, Esteban indaga en los motivos de una ruina que asume en su doble papel de víctima y de verdugo, y entre cuyos escombros encontramos los valores que han regido una sociedad, un mundo  y un tiempo. La novela nos obliga a mirar hacia ese espacio fangoso que siempre estuvo ahí, aunque durante años nadie parecía estar dispuesto a asumirlo, a la vez lugar de uso y abismo donde se han ocultado delitos y se han lavado conciencias privadas y públicas. Heredero de la mejor tradición del realismo, el estilo de En la orilla se sostiene por un lenguaje directo y un tono obsesivo que atrapa al lector desde la primera línea volviéndolo cómplice.

En la orilla (fragmento)

"He sentido mi frustración sin pensar que formaba parte de la caída del mundo, más bien he vivido con el convencimiento de que cuanto me concierne caducará con mi desaparición, porque es sólo manifestación del pequeño cogollo de lo mío. Un ser sustituible entre miles de seres sustituibles. Ahí, nuestro desencuentro. Tú has tenido la capacidad o el don de leer tu biografía como pieza del retablo del mundo, convencido de que guardas en los avatares de tu vida parte de la tragedia de la historia, la actual, la de las habladurías y miserias de Olba, y la vieja historia de las infidelidades y traiciones de la guerra, y también la que representa a miles de kilómetros de aquí, y a varios siglos de distancia: te conmueven las guerras que se desarrollan en las montañas de Afganistán, en Bagdad, en algún poblachón de Colombia: tu sufrimiento es un sufrimiento que está en todas partes, en el núcleo de cada desgracia como, para los cristianos, el cuerpo de Cristo está en cada una de las hostias y en todas ellas: el cuerpo entero, terso y vigoroso, en los frágiles pedazos de pan que se dispensan uno y otro día a los fieles en cualquiera de las iglesias del mundo, el mismo cuerpo entero e idéntico en las hostias que se han dispensado un siglo tras otro. Como en el caso de los que acuden a la iglesia, tu actitud me confirma que lo que mejor soporta el paso del tiempo es la mentira. Te acoges a ella y la sostienes sin que se deteriore. En cambio, la verdad es inestable, se corrompe, se diluye, resbala, huye. La mentira es como el agua, incolora, inodora e insípida, el paladar no la percibe, pero nos refresca.
Secta sin afiliados ni cómplices; tú, sólo tú, y tus camaradas, tan ubicuos y tan invisibles como el cuerpo de Cristo guardado en las hostias, golems a la medida de los propios deseos. Celebras tus ritos en casa: el despachito acristalado del taller, el cobertizo del patio, la soledad de tu cuarto, donde encima de un pequeño tocador tienes puesto el aparato de radio. Años cincuenta, sesenta: pegas la oreja a la rejilla de la radio conectada a un volumen apenas perceptible. Escuchas las noticias que, sobre España, emiten la BBC de Londres, radio París, la Pirenaica: para aislar el sonido, cubres con una toalla a la vez el receptor y tu cabeza, ninguno de nosotros puede pisar esa habitación mientras escuchas los noticiarios; en el taller, bajo el banco de carpintero, en un lugar invisible (lo descubro en mis juegos, arrastrándome por el suelo) encolas fotografías con la cara barbuda de Marx, la de la Pasionaria, que has recortado de algún viejo libro, de alguna revista. Pasará mucho tiempo antes de que yo sepa quiénes son esos personajes cuyas caras guardas en un lugar inaccesible como los pintores de las cuevas de Altamira guardaban las imágenes de sus animales fetiche. Y, en el revés de los calendarios que hay colgados en el almacén, desde que has salido de la cárcel anotas a lápiz las fechas que para ti son pasos decisivos en el restablecimiento de las circunstancias que van a permitirte completar la hombría demediada desde el momento en que decidiste entregarte. Guardaste entre tus papeles esas estampas de calendario con sus anotaciones, como imagino que has creído guardar para esa normalidad venidera, para el día en que concluyan los tiempos sombríos -los años que nos han convertido en nulidad-, el amor de esposo, los afectos, el trato paternal, la comprensión, la solidaridad que nunca practicaste, o cuyas expresiones yo no he sido capaz de entender (la tuya, una solidad futura, que nunca encontraba su momento, pájaro sin rama en la que posarse y hacer nido). Encontré algunas láminas de calendario hace bastante tiempo."