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miércoles, 29 de noviembre de 2017

LAS ALAS DEL DINOSAURIO


Primera entrega de la serie de novelas protagonizadas por Søren Marhauge,  policía en Copenhague.

Hace tiempo que deseaba leer algo de esta danesa, escritora y bióloga, que ha conseguido el Premio a la mejor Novela Negra Danesa de la década 2000-2010; y he empezado con buen pie.
Primera novela de una serie protagonizada por policía danés de oscuro pasado y bióloga de pasado incierto.....
Ahí lo dejo porque me ha tenido absorta durante los últimos días, casi 500 páginas de thriller psicológico o novela cuasi-negra, en el ámbito de la investigación universitaria y con el origen de los dinosaurios al fondo.
Me ha gustado¡¡¡

Sinopsis (Ed. Alfaguara)
¿Puede alguien perder la vida por algo que ocurrió hace millones de años?
Las alas del dinosaurio no es solo un trepidante thriller científico repleto de intriga psicológica, sino también una apasionante historia de amor.
Anna está furiosa: con su madre, con su vida, con su tesina y, sobre todo, con el profesor que se la dirige, que lleva un año intratable. Cuando aparece asesinado, todo apunta a una venganza. ¿Es Anna la culpable?
Søren, el policía que investiga el crimen, le concede el beneficio de la duda a cambio de que la joven le ayude a desentrañar las macabras circunstancias del caso y a desembrollar las intrigas de los círculos científicos, un mundo en el que todos están dispuestos a todo a cambio de prestigio y poder.
De pronto, Anna se encuentra inmersa en una enmarañada pesadilla. Son muchos los hilos que conducen hacia su estudio sobre la historia de los dinosaurios, pero más los que enredan su propia vida... y la de Søren.
Mejor Novela Negra Danesa de la Década (2000-2010).

Las alas del dinosaurio (fragmento)

Capítulo ISolnhofen, sur de Alemania, 5 de abril de 1877
Anna Bella estaba soñando que descubría el Archaeopteryx, el ave primitiva de Baviera. Se hallaban en la sexta semana del viaje, hacía tiempo que
una fina película de tierra recubría los rostros de todos los integrantes del grupo y los ánimos estaban por los suelos. El jefe de la expedición, Friedemann von Molsen, era el único que conservaba el buen humor. Por las mañanas, cuando, adormilada y aterida, salía de la tienda, solía encontrarle tomando un café junto al fuego; los restos de gachas de la cazuela revelaban que hacía ya mucho que estaba vestido y había desayunado. Ella estaba harta de gachas, harta de polvo y harta de arrodillarse en un suelo del que sólo salían unos huesos demasiado recientes, que, aunque no carecían de interés, no
eran lo que la había impulsado a estudiar Biología y mucho menos a dedicar seis semanas de su semestre sabático a vivir en unas condiciones tan penosas. Corría el año 1877 y, en ese punto del sueño, Anna empezó a notar la sensación de que algo no acababa de encajar. Llevaba puesto su chaquetón militar relleno de plumón y unas modernas botas gruesas de pelo con las suelas de goma, pero a Friedemann von Molsen no parecía sorprenderle lo más mínimo, a pesar de que él llevaba un terno de pana con chaleco y leontina, un gorro de lana calado hasta las orejas y una pipa corta en la boca.