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viernes, 24 de noviembre de 2017

SEÑORES NIÑOS


RESEÑADO por Rossana Cabrera para LIBROS,  el 22 de Diciembre de 2014.
Segundo que leo del autor, y aunque este me gustó menos que el anterior (Diario de un cuerpo), me afirmó mi gusto por el escritor.
Me recomendaron unos cuantos otros que ya puse en mi carpeta para leer este verano del hemisferio sur.

Sinopsis (Ed. Literatura Random House)
Durante la clase de francés del profesor Crastaing, tres de sus alumnos, Igor, Nourdine y Joseph, se pasan un dibujo satírico. En él una multitud enfurecida marcha tras una pancarta que reza: ¡Craistang, cabrón, irás al paredón! El profesor, ofendido, les impone un castigo; para el día siguiente tienen que hacer una redacción con el tema: «Despierta usted cierta mañana y comprueba que, por la noche, se ha transformado en adulto. Enloquecido, corre a la habitación de sus padres. Se han transformado en niños. Cuenten la continuación». Así comienza la desternillante aventura de estos excéntricos personajes: los señores niños y los niños señores que deberán enfrentarse a los problemas cotidianos de sus nuevas identidades. ¡Qué difícil es meterse en la piel del otro! Desde su tumba del cementerio de Père Lachaise, Pierre, el padre de Igor, es el encargado de narrar todas sus aventuras. Escrita de manera sencilla y con grandes dosis de fantasía, Daniel Pennac consigue, como siempre, crear personajes inolvidables.

Señores niños (fragmento)

1


–La imaginación no es la mentira.
Crastaing lo aullaba sin levantar la voz.
–¡La imaginación no es la mentira!

Su cartera vomitaba nuestros deberes sobre su mesa. –¿Lo hacen adrede?
Nadie lo hacía adrede, habría sido necesario estar majara para hacerlo adrede.
–¿Cuántas veces tendré que repetírselo?
Treinta años más tarde, seguía repitiéndolo:
–¡La imaginación no es la mentira!

Durante esos treinta años el ganado se había renovado treinta veces, algunos alumnos eran los hijos de sus primeros alumnos (los nietos estaban en prensa), pero la fórmula de Crastaing, por su parte, no había cambiado:
–¡La imaginación no es la mentira!
Y Crastaing no había envejecido. No lo que se llama envejecer, no ese derrumbarse de la carne en torno a un pesar de juventud, ni esa calcificación del corazón en nombre del realismo. No ese tipo de envejecimiento. Seguía siendo él mismo, sencillamente, sin edad, desde el principio. Tal vez fuese eso lo que acojonaba a las generaciones: Crastaing procedía de la eternidad.