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domingo, 26 de noviembre de 2017

LA CAMARERA DE BACH


Reseñado por José Gómez el 27 de Enero de 2015.
Reseña de La Camarera de Bach, de Antonio Gómez Rufo
La Lucha de la superación de la mujer.
Leed la reseña completa en el siguiente enlace:
http://miscriticassobrelibrosleidos.blogspot.com/…/la-camar…

Sinopsis (Ed. Planeta)
Un nevado día de 1750 la pequeña Madlene sale del orfanato de Leipzig, en el que ha vivido, para servir como ayuda de cámara del gran músico Johann Sebastian Bach. La joven, tan adorable como curiosa y deseosa de aprender, se convierte en la luz que acompañará al genio
en los últimos días de su vida, pero pronto conocerá la realidad de un mundo en el que no hay sitio para ella. Con la tenacidad que solo dan la miseria y la perseverancia, Madlene logrará convertirse en un ejemplo de superación para las mujeres de una Europa en los albores de la Revolución francesa.
La camarera de Bach es el retrato inolvidable de una criada alemana que se transformó, sin saberlo, en la primera mujer de una nueva era.

La camarera de Bach (fragmento)

1Por las calles nevadas de Leipzig la pequeña Madlene Findelkind iba dejando el rastro de sus pisadas menudas como si se tratara de huellas de gato. 
Avanzaba encorvada contra la ventisca en busca de la mansión de los Bach, sujetándose con una mano sin guantes una toquilla de lana que no impedía el paso del frío y arrastrando, con la otra, un hatillo en el que guardaba todas sus pertenencias. 
Un espectro no hubiera sido más silencioso. 
Le habían indicado que encontraría la casa un poco más allá y que la reconocería por la sobriedad de su apariencia, la pintura cuarteada y desgastada de su fachada y sus contraventanas pintadas en color verde oscuro. Pero el frío le dolía cada vez más, el viento helado le impedía tener los ojos abiertos por completo y los zapatos de cuero y medio tacón, empapados desde hacía mucho rato, amenazaban con deshacerse en el siguiente charco helado que se resquebrajara bajo sus pies.
Al fin descubrió una casa grande de dos pisos situada tras un pequeño jardín protegido por una verja coronada de una nieve tan blanca que podía dar la impresión de que cada barrote se había cubierto con un gorro minúsculo de astracán. Intentó asegurarse de que había llegado a su destino, buscando alguna referencia, pero no encontró señal alguna de que aquella fuera la dirección que le habían facilitado. Empezaba a amanecer, la calle permanecía desierta y el frío se volvía cada vez más intenso. Jadeando y aterida, temiendo desfallecer, empujó las puertas de hierro del jardín, subió los tres peldaños de la escalera de la casa y se puso de puntillas para tirar del badajo que hacía sonar la campanilla de la entrada.