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martes, 26 de septiembre de 2017

LA FERIA DE LAS VANIDADES


Si hubiese sido escrito en nuestra época sería el culebrón del momento, La feria de las vanidades, es el retrato ácido de una sociedad, de una clase social o varias clases sociales y la demostración fehaciente de la perspicaz y afilada pluma de William Makepeace Thackeray (Calcuta, 18 de julio de 1811 - Londres, 24 de diciembre de 1863) novelista inglés del realismo.
Es tan moderna la novela que sus adaptaciones al cine han necesitado pocos retoques para expresar lo que el autor deseaba expresar.
Recomendable.

Sinopsis (Ed. Rialp)
Un clásico que nos revela los detalles y vericuetos de la sociedad inglesa de principios del siglo XIX. Los dos personajes femeninos -la apocada Amelia y la osada Becky- son parte de este gran escenario por el que desfilan criaturas tratadas con magistral ironía. Un fresco de enorme encanto y pasmosa veracidad, que traspasa los siglos.

La feria de las vanidades (fragmento)

LIBRO PRIMERO

1

"Chiswick Mall
Una espléndida mañana de junio, cuando el siglo actual acababa de empezar, una gran carroza tirada por un magnífico tronco de brillantes arreos, conducido por un robusto cochero de tricornio y peluca, llegó a una velocidad de cuatro millas por hora a la verja de hierro de la academia para señoritas de miss Pinkerton, en Chiswick Mall. Apenas se hubo detenido el carruaje ante el rótulo de pulido bronce de MISS PINKERTON, un criado negro que venía sentado en el pescante al lado del robusto cochero se apeó, desentumeció sus piernas zambas y, cuando hizo sonar la campanilla, una veintena de cabezas asomaban ya por las ventanas del suntuoso edificio de ladrillos. Solo un agudo observador hubiera reconocido la naricita encarnada de la bonachona miss Jemima Pinkerton por encima de las macetas de geranios que adornaban la ventana del salón.
—¡El coche de mistress Sedley, hermana! —anunció—. Sambo, el criado negro, acaba de llamar, y el cochero lleva un chaleco rojo flamante.
—¿Ya están terminados los preparativos necesarios para la marcha de miss Sedley, Jemima? —preguntó la majestuosa miss Pinkerton, la Semíramis de Hammersmith, la amiga del doctor Johnson, la que se escribía con la mismísima mistress Chapone.
—A las cuatro ya estaban levantadas las muchachas, arreglando los baúles, hermana —contestó miss Jemima—; le hemos hecho un gran ramo.
—Di un bouquet, Jemima; es más elegante.
—Bueno, un manojo tan grande como un montón de heno; he puesto en la maleta de Amelia dos botellas de agua de alhelí para mistress Sedley, con la fórmula para prepararla.
—Supongo, Jemima, que habrás sacado una copia de la cuenta de miss Sedley. ¡Ah! ¿Es esta? Perfecto: noventa y tres libras y cuatro chelines. Haz el favor de dirigirla a John Sedley, y timbrar esta carta que escribo a su señora.
Una carta autógrafa de su hermana era para miss Jemima objeto de tan honda veneración como si se hubiera tratado de la carta de una reina. Solo cuando las alumnas dejaban la escuela o estaban a punto de contraer matrimonio, o en casos excepcionales, como cuando la pobre miss Birch murió de escarlatina, se decidía miss Pinkerton a escribir a los padres de sus pupilas. Jemima estaba convencida de que, si algo podía consolar a mistress Birch por la pérdida de su hija, eran los piadosos y elocuentes términos en que miss Pinkerton le anunciaba la desgracia.
En el presente caso, la carta de miss Pinkerton era del tenor siguiente:
The Mall, Chiswick, 15 de junio de 18…
Señora:
Después de seis años de residencia en la Alameda, tengo el honor y la dicha de presentar a miss Amelia a sus padres como una señorita que puede ocupar dignamente el lugar que le corresponde en su culta y distinguida sociedad. Las virtudes que caracterizan a las jóvenes mujeres inglesas y los conocimientos que convienen a su nacimiento y posición no se echarán de menos en la amable miss Sedley, cuya aplicación y obediencia le han valido la estima de sus profesores, y cuya dulzura de carácter ha sido el encanto de sus compañeras, tanto de las de edad como de las jóvenes.
En música, en danza, en ortografía, en toda clase de bordados y labores de aguja, colmará los más profundos anhelos de sus amigos. En geografía deja mucho que desear, y el cuidadoso y regular uso de la cotilla, cuatro horas diarias durante los próximos tres años, es tan recomendable como necesario para adquirir ese porte y ese aire tan indispensables en todas las señoritas de buen tono."