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martes, 21 de noviembre de 2017

NO TE MUEVAS


RESEÑADO por Rossana Cabrera para LIBROS,  el 22 de Octubre de 2014.
Diga lo que diga, no se escribir bonito como para hacerle honor a esta novela.
Es desgarradora, poética en el sentido en que uno quisiera subrayar cada palabra, aprender todas sus páginas de memoria. Y aprehenderlas.
Hacer que le pasen algunas cosas o no dejar que le pasen nunca.
El cristal desde el que mira el mundo esta escritora me llena de admiración, de ternura, de asombro.
Ganas de ir a darle un abrazo y decirle gracias, eso me dan.
Pero no me hagáis caso, recordad que soy una exagerada.


RESEÑADO por Rosi Torres Marino para LIBROS,  el 1 de Diciembre de 2014.
Hace unos días perdida en la biblioteca sin encontrar un título que me llenara los ojos reparé en "No te muevas" y como pareció una señal y además me había gustado "La palabra mas hermosa"...se vino conmigo. No diré mucho sobre él, corro el riesgo de desvelar demasiado. Me quedo con ese personaje maravilloso que sí sabia quien era, que le deparaba la vida... con su valentía, con su honestidad. Creo que Italia es ya una de mis protagonistas femeninas mas queridas de la literatura.

Sinopsis (Ed. quinteto)
Una estremecedora mirada a la mala conciencia de un hombre acomodado. En un hospital italiano, Timoteo, un prestigioso cirujano, vela a su hija Angela, una muchacha de 15 años que se encuentra en coma tras un accidente de moto. Embargado por el dolor y los remordimientos, Timoteo busca refugio en las palabras y emprende un desgarrador monólogo en el que se enfrenta a los fantasmas de un oscuro pasado que le sigue avergonzando. No te muevas, el deslumbrante debut de Margaret Mazzantini, ha estado durante más de dos años en las listas de libros más vendidos en Italia y ha atrapado a miles de lectores transalpinos con su lúcida visión de las miserias de la doble moral.Premio Strega 2002.

No te muevas (fragmento)

"La operación había terminado. Y yo había vuelto a levantar la mirada: en su interior tenía el color de la desconfianza, del desprecio. Junto a mi segundo ayudante, un joven residente con una bata demasiado grande me miraba absorto. No me había dado cuenta de que estuviese allí, no se había acercado hasta ese momento. Tenía los ojos de quien ha ejercido una voluntad demasiado fuerte sobre sí mismo. Quizá sólo hubiera intentado mantenerse en pie. Quizá tuviera miedo de la sangre. Idiota.
Tiré los guantes, salí del quirófano y entré en el vestuario. Me senté en el banco. La ventana ofrecía la vista habitual del pabellón de al lado, los cristales bajos de las escaleras interiores, por donde pasan los pies de los que suben y de los que bajan. Sólo se ven los escalones y las piernas, las caras quedan tapadas por la pared. Primero pasaron unos pantalones de hombre, después las piernas blancas de una enfermera. Recuerdo que pensé que nada puede salvarnos de nosotros mismos y que la indulgencia es un fruto que cae a tierra ya podrido. Di rienda suelta a todos aquellos pensamientos indecentes y después me sentí tan inútil como un francotirador muerto.
El quirófano estaba abierto y en desorden. En el pasillo, un hombre en camisón se dirigía al baño con un rollo de papel higiénico en la mano. Bajé un poco la cabeza para asomarme por la ventana de guillotina y saludar a las enfermeras, a los ayudantes. Bajaba por el ascensor y dentro de mí sólo había aquello contra lo que había luchado. En la planta baja, junto a aquella puerta ya no había nadie, y por dentro sólo era una sala como todas las demás, una sala de espera para pacientes de diálisis. Dos mujeres con la cara amarilla esperaban su turno sentadas. No, Angela, ella no entró nunca en aquella sala, ni en ninguna otra. Se quedó apoyada en la pared, debajo del póster del mono. No llegó a levantar la cara. "