Quiere ser un thriller trepidante y se va quedando en una serie de "retratos", bastante estereotipados de personajes muy recurrentes en el imaginario colectivo norteamericano, a saber, el multimillonario hecho a si mismo, el tiburón de las finanzas, el artista fracasado y alcohólico en vías de recuperación, la chica guapa, el guapo acosador, el ama de casa perfecta, el ama de casa neurótica......
En fin, prometía una novela y se queda en una serie de "episodios" que transcurren con mayor o menor fortuna hasta la resolución previsible del caso.
Creo que el autor es productor y guionista, haría bien en dedicarse a lo que sabe hacer.
En fin, prometía una novela y se queda en una serie de "episodios" que transcurren con mayor o menor fortuna hasta la resolución previsible del caso.
Creo que el autor es productor y guionista, haría bien en dedicarse a lo que sabe hacer.
Sinopsis (Ed. Reservoir Books)
Antes de la caída (fragmento)
Un avión privado espera en la pista del aeropuerto de Martha’s Vineyard con la escalerilla desplegada. Es un OSPRY 700SL de nueve plazas construido en 2001 en Wichita, Kansas. Es difícil poder decir con absoluta certeza de quién es ese avión. Consta a nombre de una sociedad holandesa con una dirección postal en las islas Caimán, pero en el logo del fuselaje pone GullWing Air. El piloto, James Melody, es británico. Charlie Busch, el copiloto, es de Odessa, Texas. La azafata, Emma Lightner, nació en Mannheim, Alemania, hija de un teniente del Ejército del Aire norteamericano y su jovencísima esposa. Se mudaron a San Diego cuando ella tenía nueve años.
Cada uno de ellos ha seguido su camino. Ha tomado determinadas decisiones. Cómo acaban en el mismo sitio a la misma hora dos personas es un misterio. Entras en un ascensor con una docena de desconocidos. Subes a un autobús, haces cola en un lavabo. Sucede a diario. Intentar predecir los espacios por los que nos moveremos y la gente con la que nos toparemos sería absurdo.
Por la puerta abierta emerge la tenue luminosidad de las luces halógenas. Nada que ver con el molesto resplandor fluorescente de los aviones comerciales. Dentro de dos semanas, Scott Burroughs dirá en una entrevista en la New York Magazine que lo que más le sorprendió en su primer vuelo en un jet privado no fue el generoso espacio para las piernas o el bar perfectamente surtido, sino lo personalizada que parecía la decoración, como si a partir de cierto nivel de ingresos viajar en avión no fuese más que otra manera de estar en casa.
La noche es cálida en Martha’s Vineyard, treinta grados con un ligero viento del sudoeste. El despegue está previsto para las diez. Durante las tres últimas horas se ha formado una densa niebla costera sobre el estrecho, espirales de un blanco tupido se arrastran lentamente por la pista iluminada.
La familia Bateman es la primera en llegar con el Range Rover que tienen en la isla: David, el padre; Maggie, la madre, y sus dos hijos, Rachel y J. J. Estamos ya avanzado agosto, y Maggie y los niños llevan en Martha’s Vineyard un mes, mientras que David ha estado viajando desde Nueva York los fines de semana. Le es difícil poder ausentarse por más tiempo, pese a que le gustaría poder hacerlo. David está metido en el «negocio del espectáculo», que es como la gente que trabaja en eso llama hoy en día a los noticiarios televisivos. Un circo romano de información y opiniones.
Cada uno de ellos ha seguido su camino. Ha tomado determinadas decisiones. Cómo acaban en el mismo sitio a la misma hora dos personas es un misterio. Entras en un ascensor con una docena de desconocidos. Subes a un autobús, haces cola en un lavabo. Sucede a diario. Intentar predecir los espacios por los que nos moveremos y la gente con la que nos toparemos sería absurdo.
Por la puerta abierta emerge la tenue luminosidad de las luces halógenas. Nada que ver con el molesto resplandor fluorescente de los aviones comerciales. Dentro de dos semanas, Scott Burroughs dirá en una entrevista en la New York Magazine que lo que más le sorprendió en su primer vuelo en un jet privado no fue el generoso espacio para las piernas o el bar perfectamente surtido, sino lo personalizada que parecía la decoración, como si a partir de cierto nivel de ingresos viajar en avión no fuese más que otra manera de estar en casa.
La noche es cálida en Martha’s Vineyard, treinta grados con un ligero viento del sudoeste. El despegue está previsto para las diez. Durante las tres últimas horas se ha formado una densa niebla costera sobre el estrecho, espirales de un blanco tupido se arrastran lentamente por la pista iluminada.
La familia Bateman es la primera en llegar con el Range Rover que tienen en la isla: David, el padre; Maggie, la madre, y sus dos hijos, Rachel y J. J. Estamos ya avanzado agosto, y Maggie y los niños llevan en Martha’s Vineyard un mes, mientras que David ha estado viajando desde Nueva York los fines de semana. Le es difícil poder ausentarse por más tiempo, pese a que le gustaría poder hacerlo. David está metido en el «negocio del espectáculo», que es como la gente que trabaja en eso llama hoy en día a los noticiarios televisivos. Un circo romano de información y opiniones.