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viernes, 11 de agosto de 2017

MISIÓN OLVIDO



"Misión Olvido" es mi único propósito desde que leí la última palabra de este libro, la última de las 326 páginas (incluidas 2 de "increíbles agradecimientos") de una especie de folletín contemporáneo trufado de expresiones castizas y personajes estereotipados, de diálogos imposibles, situaciones improbables y sentimientos banales (por decirlo de una forma suave); todo ello narrado con una prosa, ñoña y atropellada, cargada de lugares comunes, de frases que pretenden ser originales y sólo consiguen provocar la sonrisa del lector "...impulsada por la transfusión de lucidez de los recuerdos sobrevenidos....".
Es verdad que la lectura de la primera novela de la autora no presagiaba nada bueno, y no sé decir si esta es igual o peor......, desde el título, un pretendido doble sentido, hasta la última frase pretenciosa esta novela es totalmente prescindible, la inclusión en el argumento de dos de los mejores escritores de nuestra lengua Ramón J. Sender y Luis Cernuda, les hubiese dejado, a ambos, boquiabiertos, menos mal que jamás se enterarán y mucho menos leerán nada escrito por Dueñas
Dice la autora en una entrevista, previa a la publicación del libro, que "....nunca me había planteado como objetivo escribir..." pues quizás debería re-pensarlo en algún momento.

Medité mucho el incluir un fragmento de la novela por no ofender a los lector@s más de lo necesario, pero creo que será interesante para los que deseen tomar una decisión fundada en la novela y no en mi opinión.

Misión Olvido (fragmento)

Capítulo 2
"El cese abrupto de los martillazos me devolvió a la realidad. Miré la hora. Mediodía. Sólo entonces fui consciente del montón de horas que llevaba revolviendo papeles sin la más remota idea de qué demonios tendría que hacer con ellos. Me levanté del suelo con esfuerzo, noté las articulaciones entumecidas. Mientras me sacudía el polvo de las manos, me alcé de puntillas y miré por el estrecho ventanuco cercano al techo. Como único paisaje contemplé una obra momentáneamente parada y las botas recias de un puñado de trabajadores que trajinaban sus almuerzos entre pilas de tablones de madera. Noté un pinchazo en el estómago: una mezcla de flojedad, desconcierto y hambre.

Había llegado a California la noche anterior después de tres aviones y mil horas de vuelo. Tras recoger el equipaje y después de unos instantes de desorientación, localicé un pequeño cartel. Con mi nombre escrito en el trazo grueso de un rotulador azul, sostenido por una mujer robusta de mirada ausente y edad imprecisa. Treinta y cinco, treinta y siete años, cercana a los cuarenta quizá. Un vestido color vainilla y el pelo lacio cortado a la altura de la mandíbula configuraban su porte. Me acerqué hasta ella pero, ni siquiera cuando me tuvo delante, pareció percatarse de mi presencia.

-Soy Blanca Perea, creo que me está buscando."