jueves, 7 de diciembre de 2017

LAS AGUAS DE LA ETERNA JUVENTUD


Vigesimoquinta entrega de la serie de novelas protagonizadas por el Comisario veneciano Guido Brunetti que trabaja en la Prefectura de Venecia.

Desde Muerte en la Fenice, han pasado 24 años y en ese tiempo me he ido "encariñando" con Brunetti, su borde esposa Paola, sus hijos "repelentines" Raffi y Chiara, la magnífica signorina Elettra, el limitado vicequestore Patta, el siniestro teniente Scarpa y la nueva adquisición comissaria Griffoni; a todos les tengo "cariño" y ese es el motivo por el que leo cada nueva novela de Donna Leon, a pesar, de que como en este caso:
1- He adivinado el "quid de la cuestión" en el primer tercio de la novela.
2- No he encontrado nada nuevo, ni en la trama ni en los personajes.
3- Incluso me he aburrido un poquito....
Por todo y a pesar de todo, me reafirmo en que "un Brunetti al año no hace daño"

Sinopsis (Ed. Seix Barral)
La serie más exitosa de la Gran Dama del Crimen llega a su título número 25. Premio Pepe Carvalho 2016 a toda su trayectoria.
El comisario Brunetti investiga el extraño caso de Manuela, una joven treintañera que, años atrás, a los quince años, estuvo a punto de morir ahogada. Su abuela, la condesa Demetriana Lando-Continui, desconfía de la versión policial, según la cual la joven se arrojó a las aguas de Venecia.
El punto de partida para la investigación de Brunetti es Pietro Cavanis, el único testigo, un borracho desmemoriado. La joven quedó seriamente perjudicada, atrapada en una eterna juventud por una lesión cerebral irreversible. El comisario buscará al verdadero culpable entre los archivos y rincones de una Venecia masifi cada por el turismo, recelosa de la nueva inmigración y sin expectativas para los jóvenes. Pero a veces basta con sacudir la historia para que resplandezca la verdad.
La ignorancia de la ley es la peor condena.


Las aguas de la eterna juventud (fragmento)

1Siempre había odiado las cenas de gala y aborrecía tener que acudir a aquélla. A Brunetti le resultaba indiferente conocer de antemano a algunos de los asistentes sentados a la larga mesa, y el hecho de que el acontecimiento se celebrase en casa de sus suegros — y, en consecuencia, en uno de los palazzi más hermosos de toda la ciudad—tampoco disminuía su irritación. Su esposa y su suegra lo habían presionado para que aceptara, pues, según ésta, su estatus en la ciudad daría cierto lustre a la velada.
Brunetti había insistido en que su «estatus» de commissario di polizia apenas añadiría un tenue resplandor a una cena celebrada en honor de unos extranjeros adinerados. No obstante, su suegra había empleado las tácticas de border collie que le había observado a lo largo del último cuarto de siglo: había correteado alrededor de sus pies aullando y ladrando hasta dirigirlo al lugar donde quería tenerlo. Una vez allí, consciente de haberlo debilitado, la contessa había añadido: «Además, Guido, Demetriana quiere verte, y si hablases con ella, yo lo consideraría un gran favor».

No hay comentarios:

Publicar un comentario