viernes, 8 de diciembre de 2017

DINERO FÁCIL


Primera entrega de la serie de novelas que componen La Trilogía Negra de Estocolmo

Creo que el verano es tiempo de trilogías, y por tanto he comenzado otra, una que, hace muchísimo tiempo, me recomendaron buenas amigas de LIBROS.
La trilogía negra de Estocolmo revela esa parte de la sociedad nórdica que no gusta mostrar en las estadísticas educativas, sanitarias, democráticas, etc......
En esta primera novela, las mafias campan a sus anchas por la capital de Suecia, yugoslavos, árabes, pijos, chilenos, policías....el dinero es fácil pero el precio es muy alto.
Novela negra, negrísima.

Sinopsis (Ed. SUMA)
Jorge es un traficante de drogas latino que se niega a permanecer entre rejas. Quiere salir para acabar con los que lo delataron. Mrado es un matón yugoslavo adicto a las pastillas que con una mano rompe los dedos a la gente y con la otra acaricia la mejilla de su hija. JW es un «quiero y no puedo» venido del pueblo que trabaja por la noche para financiar sus juergas con chicos de clase alta.
Todos buscan una manera rápida para conseguir dinero y el mundo de la cocaína los une. Pero estos tres hombres pronto estarán unidos por un objetivo más importante: vengarse del hombre que les ha perjudicado.
El estilo original y de intenso ritmo junto con los inolvidables retratos de los antihéroes JW, Jorge y Mrado, consiguen crear algo totalmente nuevo en la ficción policiaca.
Lapidus teje su relato por medio de los criminales, las autoridades sólo aparecen en asépticas actas de juicios y memorandos policiales: rígidos, sin voz, sin posibilidades contra aquellos a los que persiguen, los gángsteres malhablados que tienen la agudeza que les da la calle. El resultado es una novela policiaca cruda, sombría y original, entretenida de una manera inteligente.

Dinero fácil (fragmento)

Prólogo

Se la llevaron con vida porque se negaba a morir. Quizá por eso la quisieron aún más. Porque estuvo ahí todo el tiempo, porque se notaba que era auténtica.
Pero también fue lo que ellos no entendieron, lo que se convertiría en su error. Que ella estaba viva, que pensaba, que estaba presente. Que planeaba derrotarlos.
Se le cayó un auricular de la oreja. Se le resbaló por el sudor. Se lo volvió a poner torcido, pensó que así se quedaría encajado, en su sitio, y podría seguir poniendo música.
El mini-iPod se bamboleaba en el bolsillo. Esperaba que estuviera seguro. No podía caérsele, era su pertenencia favorita y no quería ni pensar en los arañazos que le haría la gravilla del camino.
Lo tocó con la mano. No había peligro, los bolsillos eran lo suficientemente profundos, el iPod estaba en una posición segura.
Se había podido permitir regalarse el reproductor por su cumpleaños y le metió todos los mp3 que le cupieron. El diseño minimalista en verde metalizado mate la había decidido a comprarlo. Pero ahora tenía otro significado para ella, más grande. Le daba paz. Cada vez que cogía el iPod le recordaba estos momentos de soledad, las ocasiones en las que el mundo se quedaba al margen, cuando podía estar consigo misma.
Estaba sonando Madonna. Era su manera de olvidar, correr con música y sentir cómo la tensión aflojaba. Por supuesto, que al mismo tiempo además quemara grasa lo convertía en la combinación perfecta.
Flotaba con el ritmo. Corría casi al ritmo de la música. Levantó el brazo izquierdo un poco más y comprobó sus tiempos en el reloj. Cada vez que corría hacía nuevos intentos por batir su propio récord. Con la tenacidad de los que compiten, tomaba los tiempos, los memorizaba y luego escribía los resultados. El recorrido en total era de siete kilómetros. Su mejor tiempo estaba en treinta y tres minutos. En los meses fríos del año sólo entrenaba en interiores, en el gimnasio de SATS. Máquinas de musculación, cinta de correr y máquinas de step. En los meses cálidos seguía yendo al gimnasio pero cambiaba la cinta de correr por caminos pequeños y senderos de grava.

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