domingo, 3 de diciembre de 2017

PUERTO ESCONDIDO


Primera entrega de la serie de novelas protagonizadas por Valentina Redondo,  teniente de la Sección de Investigación de la UOPJ (Unidad Operativa de la Policía Judicial) de la Guardia Civil de la Comandancia de Cantabria.

El riesgo del libro electrónico es comenzarlo sin leer la contraportada y hallarlo por casualidad sin conocer opiniones o recomendaciones. Ese es uno de los riesgos, aunque en el caso de esta novela he de decir, para no faltar a la verdad, que el riesgo han sido las entrevistas radiofónicas y el coro de aduladores que he escuchado hablando del libro (la mayoría seguramente no lo habrán leído y nunca lo harán.
Bien aleccionada por esos espacios radiofónicos que hablan de libros, me dispuse a leer una novela negra española, con protagonista inglés y escenarios cántabros....jeje
Ya en las primeras páginas percibí lo pueril de la prosa, lo falsamente enrevesado de la trama, lo infantil de los personajes y lo prolijo de las descripciones; pero aun así, seguí y seguí hasta agotar las más de 400 páginas de este "engendro".
Lo de novela negra, debe ser una broma o una confusión de los que creen que "donde hay crimen, hay novela negra".
Protagonista inglés....jajajajaja, el tal Oliver Gordon tiene de inglés lo que yo de australiana o menos, incluso. Mención especial merece la teniente de la guardia civil Valentina (ya me he olvidado del apellido) que debe ser un "trasunto" de la autora y si lo es, ahí esta la explicación del desastre.
Escenarios cántabros, eso si es verdad, pero están descritos de una forma tan enrevesada y almibarada que una llega a "odiar" los prados, las casonas, los palacetes y las vacas.
El resto es una historia vulgar de amoríos vulgares (Corin Tellado la hubiese despachado en 40 páginas) escrita con una prosa vulgar, final previsible y abierto porque la autora, sin duda, animada por tertulianos y editorial ya está preparando la siguiente entrega.
En fin una pérdida de tiempo total.

Sinopsis (Ed. Destino)
Oliver, un joven londinense con una peculiar situación familiar y una triste pérdida, hereda una casona colonial, Villa Marina, a pie de playa en el pueblecito costero de Suances, en Cantabria. En las obras de remodelación se descubre en el sótano el cadáver emparedado de un bebé, al que acompaña un objeto que resulta completamente anacrónico. Tras este descubrimiento comienzan a sucederse, de forma vertiginosa, diversos asesinatos en la zona (Suances, Santillana del Mar, Santander, Comillas), que, unidos a los insólitos resultados forenses de los cadáveres, ponen en jaque a la Sección de Investigación de la Guardia Civil y al propio Oliver, que inicia un denso viaje personal y una carrera a contrarreloj para descubrir al asesino.

Puerto Escondido (fragmento)

Verano
En la actualidadEl paisaje lo iba sumergiendo, de forma progresiva e inexorable, en un suave aire veraniego, en esa resuelta alegría estival que se respira de forma ligera y sin pretensiones.
Casi podía sentir ya el bullicio del pueblo, marinero y vital, que renacía cada verano, cuando regresaban a él las pequeñas masas humanas de las ciudades interiores, desplegando barreras de olvido temporal hacia sus trabajos y hacia sus otras rutinas, no bañadas por el mar ni por el sol con sabor a salitre. La imagen de postal era desordenada: las casas salpicaban los prados sin norma urbana aparente, como si se tratase de flores de manzanilla coloreando el verde de una pradera. Oliver empezó a relajarse, aunque conducir por la derecha no se tradujese en un descanso para los sentidos de un urbanita londinense, que habitualmente lo hacía por la izquierda. Dejó atrás, lentamente, a la derecha, la montaña de Masera de Castío, cuya fachada norte miraba hacia la aldea de Cortiguera, mientras la cara sur besaba el pueblo de Hinojedo. La singular meseta, como un promontorio rectangular, opaco en su base, emergía de la tierra, simulando ser un enorme y ancho taburete sin respaldo, para cualesquiera de los dioses que habitasen por allí.
Según seguía avanzando, las viviendas se apretujaban más, rascaban metros de suelo, de vistas privilegiadas e inmensas, de acceso a la felicidad bucólica de anclarse a aquella tierra.


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