domingo, 3 de diciembre de 2017

EL CASO LEAVENWORTH


Un clásico, eso es El caso Leavenworth, una novela de detectives del siglo pasado con todos los ingredientes que intrigan, entretienen y cautivan. Es, quizás un poco ingenua, con un punto decimonónico de trama enrevesada en la que "nada es lo que parece" pero todo resulta ser un poco previsible.
Me ha gustado sobre todo la ambientación y el perfil de los personajes, un tanto antiguo, pero precursor de otros detectives que nos han dado grandes satisfacciones literarias.
Un clásico, repito, muy clásico¡¡

Sinopsis (Ed. Imágica)
El caso Leavenworth propone un crimen de difícil resolución al que se enfrentarán el sagaz detective Ebenezer Gryce y el joven abogado Raymond: un asesinato en extrañas circunstancias que deja a dos jóvenes, sobrinas del acaudalado difunto, en manos de su abogado y de la voluntad policial de resolver el caso. El testamento del finado, además, favorece por completo a una de las muchachas mientras olvida a la otra, aunque ambas se considerarán sospechosas conforme aparecen los indicios, desparecen criadas, se extravían cartas o se limpian revólveres. A partir de aquí, todo es proceso de investigación, jalonado con una serie de flashbacks (que desarrollan auténticos melodramas victorianos) que darán cuenta del perfil humano de sus protagonistas.

El caso Leavenworth (fragmento)

PRÓLOGO
El salón está en la oscuridad más absoluta. De pronto, como dos ojos verticales y angulosos, varias puertas se dibujan sobre la densa oscuridad. Sus goznes chirrían al abrirse, como anunciando secretos que guardan los umbrales más olvidados. Desde el otro lado de las puertas brilla una luz blanca e intensa. Lentamente aparecen varias figuras que han surgido de las puertas. Siluetas que se asemejan a esas formas exhibidas en los museos de cera, perfectas en su composición, pero de naturaleza efímera y frágil. Una de las presencias revividas es un caballero belga,  que no francés, elegantemente vestido y acicalado hasta el último detalle. Otro de los personajes es alto y huesudo, de porte aristocrático; sus ojos parecen analizar hasta la última partícula de materia encontrada en el salón. La siguiente aparición sorprende por sus maneras cordiales: una viejecita de mirada inteligente que con un simple ademán parece invitarnos a una taza de te. La cháchara amigable de la anciana parece resta prestancia a la melodramática entrada de un hombrecillo moreno cubierto con un capote de Westpoint, que parece escorado por la vida y cuyos ojos poseen una enorme tristeza. A su lado, como un gigante, se ha colocado un fornido y orondo Victoriano que aun busca la piedra lunar.

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