lunes, 4 de diciembre de 2017

LOS HOMBRES TE HAN HECHO MAL


Tercera entrega de la serie de novelas protagonizadas por el comisario Lascano, apodado El perro, policía en Buenos Aires durante la dictadura militar.

El perro Lascano, deja la policía y se hace investigador privado, la negrura de la sociedad argentina de los 70 al descubierto, en una novela cruda y terrible.
Un personaje inolvidable, tratado con una seriedad que hace de la novela policiaca, alta literatura.
Muy recomendable.

Sinopsis (Ed. Siruela)
Lo que no lograron asesinos y sicarios lo consiguen oscuros burócratas: quitar a Lascano de en medio mediante un retiro forzado de la policía. Pero la tranquilidad no es para El Perro: una millonaria lo contrata para encontrar a su nieta perdida. Las pistas lo conducen al submundo de la trata de mujeres para la prostitución. Este ámbito desolado, donde convergen los políticos más corruptos y los más despiadados criminales, pondrá a prueba la sagacidad y el ingenio del personaje que hace de cada caso una cuestión de honor. La tercera aventura del Perro Lascano está basada en una profunda investigación realizada por el autor, que pone al descubierto la red de complicidades que han permitido que la trata se haya convertido en el segundo negocio ilegal más importante del mundo.

Los hombres te han hecho mal (fragmento)

1La primavera de Buenos Aires es adolescente y temperamental. Frío, calor, lluvias repentinas, frío nuevamente. Hace varios años que el municipio no poda los plátanos. Frondosos como nunca, dejan caer una nevisca de esa pelusa que Lascano hace responsable de su congestión. Al acecho entre las sombras de esos árboles malvados, la nariz goteando, la mente embotada por los mocos y la visión traicionera, cada ráfaga le produce un temblor eléctrico. Trata de apaciguarlo cambiando el peso del cuerpo de un pie a otro, lenta y repetidamente. Espera desde hace horas en el barrio dormido. No va a irse de allí, no va a dejarlo escapar. Se enciende la luz en una ventana de la casa que vigila. Acaricia la culata de su 9 mm, tibia y amartillada en la cintura.
La puerta se abre despacio. Lascano se pega a la pared. En la oscuridad del umbral apenas logra distinguir la silueta de Yancar. Le parece ver o adivina sus ojos de fiera procurando detectar a sus enemigos antes de salir. El hombre nunca se precipita. Lascano controla que no haya nadie en las esquinas, Gómez y su gente están a la vuelta, tensos, listos y desesperados. Saca la pistola, el brazo recto y pegado al cuerpo. El pulgar verifica que el percutor esté montado, el índice paralelo al cañón, el medio posado en el gatillo. Yancar se asoma. Con una mano dentro del saco, mira hacia uno y otro costado. Lascano contiene la respiración, aprieta la culata y se quita los zapatos casi sin moverse. Sale Yancar, cierra la puerta de la guarida, le echa llave y camina cuatro pasos hacia su derecha. Para, gira y emprende la marcha en sentido contrario. Agazapado, Lascano sigue a la figura borrosa que se sucede a través de las ventanillas mojadas de los automóviles. Pocos metros antes de llegar a la esquina, Yancar se detiene, parece olfatear algo en el aire, retoma la marcha, cruza la calle mirando hacia su izquierda. A su derecha, Lascano se sirve de la distracción para esconderse tras el tronco veteado como la piel de un lagarto, justo detrás de donde Yancar pasará en un instante. Levanta la pistola, encaja la mira en su nuca. Lo tiene.

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