jueves, 7 de diciembre de 2017

POLVO


Vigesimoprimera entrega de la serie de novelas protagonizadas por Kay Scarpetta, forense en Richmond - Virginia (EEUU).

Esta vigesimoprimera entrega de la serie protagonizada por la forense Kay Scarpetta me ha llevado directamente a sus primeros casos. Hacia tiempo que no disfrutaba con una novela de Cornwell y con esta me lo he pasado muy bien.
Recomendable para fans!!!

Sinopsis (Ed. Ediciones B)
Kay Scarpetta, directora del Centro Forense de Cambridge, Massachusetts, ha vuelto a casa después de trabajar en la escena de uno delos peores asesinatos en masa de la historia de Estados Unidos, cuando el agente Pete Marino la despierta a una hora intempestiva. Un cadáver envuelto en una tela poco común ha sido descubierto en el campus del MIT, y se sospecha que se trata de la ingeniera informática Gail Shipton, que fue vista por última vez en un bar de la ciudad. Al parecer, la han asesinado cuando solo faltaban unas semanas para que comenzara el juicio millonario al que había llevado a sus ex gestores financieros, y Scarpetta duda que se trate de una casualidad.
Además, teme que el caso esté relacionado con su sobrina Lucy, un genio de los ordenadores. A simple vista no hay rastro de lo que pudo matar a Gail Shipton, pero el cadáver está cubierto de un polvo muy fino que bajo la luz ultravioleta emite un intenso brillo tricolor. Además, resulta evidente que alguien, de forma deliberada, ha colocado el cuerpo en una postura simbólica con el fin de causar el mayor impacto, y Scarpetta tiene motivos para creer que el responsable es el hombre cuyos asesinatos más recientes han sembrado el terror en Washington.
El caso la llevará a adentrarse en el oscuro mundo de las drogas de diseño, el crimen organizado y la corrupción en las altas esferas.

Polvo (fragmento)

1
Cambridge, Massachusetts
Miércoles, 19 de diciembre
4.02 h
El estridente sonido del teléfono perturba el redoble incesante de la lluvia que golpetea el tejado como unas baquetas. Me incorporo en la cama, con el corazón brincándome en el pecho como una ardilla asustada, y miro la pantalla iluminada para ver quién llama.
—¿Qué pasa? —digo a Pete Marino con voz inexpresiva—. A esta hora no puede tratarse de nada bueno.
Sock, mi galgo adoptado, se acurruca contra mí y le poso la mano en la cabeza para tranquilizarlo. Tras encender una lámpara, saco de un cajón un bloc de hojas y un bolígrafo mientras Marino comienza a hablarme de un cadáver descubierto a varios kilómetros de aquí, en el MIT, el Instituto Tecnológico de Massachusetts.
—En el barro —dice—, en un extremo de la pista de atletismo, lo que llaman el campo Briggs. La han encontrado hace unos treinta minutos. Me dirijo hacia el lugar en el que seguramente desapareció, y luego iré a la escena del crimen. Están acordonándola en espera de tu llegada. —La voz profunda de Marino suena igual que siempre, como si nada hubiera ocurrido entre nosotros.


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