lunes, 4 de diciembre de 2017

LOS BESOS EN EL PAN


La Gran Depresión norteamericana tuvo su novela y sus novelistas, la Gran Crisis española (o Gran Estafa) tiene ahora su novela y su gran novelista.
Almudena Grandes es una de mis novelistas favoritas y entre su obras he encontrado "refugio" en muchas ocasiones de sequía literaria y/o espiritual, comienzo por tanto sus novelas, siempre, con una mezcla de ansia, expectación y disfrute anticipado.
Todos estos sentimientos se han visto colmados con la lectura de Los besos en el pan, historia de un barrio madrileño que puede ser cualquier barrio de esta pobre España a la que la codicia de unos cuantos ha dejado como un erial....
Es realismo puro y duro, tamizado por el verbo amable de Almudena que no se ensaña con los "malos" (ya todos les conocemos, dice) y centra su atención en los "buenos", en esos luchadores de la educación, la sanidad, la solidaridad, la familia, la amistad, el amor perdido; en esos que nos levantamos cada día al alba para dar a este país una oportunidad, para dar a nuestra familia pan y libertad y para ayudar en la medida que podemos a nuestros vecinos.
Es una novela que me ha recordado al barrio de mi infancia, ese que abandonamos cuando "nos hicimos ricos" y al que poco a poco deberíamos volver.
Me la he leído de un tirón, sin poder parar (aunque con la pena de terminarla demasiado pronto), he devorado esas vidas que podrían ser la mía y estoy, todavía, en "estado de gracia" literario, ese que te sobreviene cuando una novela llena tu mente y tu alma.
Me ha encantado, a mi, que besaba el pan antes de dejarlo abandonado cuando no me gustaba el bocadillo......

Sinopsis (Ed. Tusquets)
Qué puede llegar a ocurrirles a los vecinos de un barrio cualquiera en estos tiempos difíciles? ¿Cómo resisten, en pleno ojo del huracán, parejas y personas solas, padres e hijos, jóvenes y ancianos, los embates de una crisis que «amenazó con volverlo todo del revés y aún no lo ha conseguido»? Los besos en el pan cuenta, de manera sutil y conmovedora, cómo transcurre la vida de una familia que vuelve de vacaciones decidida a que su rutina no cambie, pero también la de un recién divorciado al que se oye sollozar tras un tabique, la de una abuela que pone el árbol de Navidad antes de tiempo para animar a los suyos, la de una mujer que decide reinventarse y volver al campo para vivir de las tierras que alimentaron a sus antepasados… En la peluquería, en el bar, en las oficinas o en el centro de salud, muchos vecinos, protagonistas de esta delicada novela coral, vivirán momentos agridulces de una solidaridad inesperada, de indignación y de rabia, pero también de ternura y tesón. Y aprenderán por qué sus abuelos les enseñaron, cuando eran niños, a besar el pan.
Hay que ser muy valiente para pedir ayuda, pero hay que ser todavía más valiente para aceptarla. Los besos en el pan, una conmovedora novela sobre nuestro presente.

Los besos en el pan (fragmento)

Estamos en un barrio del centro de Madrid. Su nombre no importa, porque podría ser cualquiera entre unos pocos barrios antiguos, con zonas venerables, otras más bien vetustas. Este no tiene muchos monumentos pero es de los bonitos, porque está vivo.
Mi barrio tiene calles irregulares. Las hay amplias, con árboles frondosos que sombrean los balcones de los pisos bajos, aunque abundan más las estrechas. Estas también tienen árboles, más apretados, más juntos y siempre muy bien podados, para que no acaparen el espacio que escasea hasta en el aire, pero verdes, tiernos en primavera y amables en verano, cuando caminar por la mañana temprano por las aceras recién regadas es un lujo sin precio, un placer gratuito. Las plazas son bastantes, no muy grandes. Cada una tiene su iglesia y su estatua en el centro, figuras de héroes o de santos, y sus bancos, sus columpios, sus vallados para los perros, todos iguales entre sí, producto de alguna contrata municipal sobre cuyo origen es mejor no indagar mucho. A cambio, los callejones, pocos pero preciosos, sobre todo para los enamorados clandestinos y los adolescentes partidarios de no entrar en clase, han resistido heroicamente, año tras año, los planes de exterminio diseñados para ellos en las oficinas de urbanismo del Ayuntamiento. Y ahí siguen, vivos, como el barrio mismo.
Pero lo más valioso de este paisaje son las figuras, sus vecinos, tan dispares y variopintos, tan ordenados o caóticos como las casas que habitan. Muchos de ellos han vivido siempre aquí, en las casas buenas, con conserje, ascensor y portal de mármol, que se alinean en las calles anchas y en algunas estrechas, o en edificios más modestos, con un simple chiscón para el portero al lado de la puerta o ni siquiera eso. En este barrio siempre han convivido los portales de mármol y las paredes de yeso, los ricos y los pobres. Los vecinos antiguos resistieron la desbandada de los años setenta del siglo pasado, cuando se puso de moda huir del centro, soportaron la movida de los ochenta, cuando la caída de los precios congregó a una multitud de nuevos colonos que llegaron cargados de estanterías del Rastro, posters del Che Guevara, y telas hindúes que lo mismo servían para adornar la pared, cubrir la cama o forrar un sofá desvencijado, rescatado por los pelos de la basura, y sobrevivieron al resurgir de los noventa, cuando en el primer ensayo de la burbuja inmobiliaria resultó que lo más cool era volver a vivir en el centro.

No hay comentarios:

Publicar un comentario