jueves, 7 de diciembre de 2017

BESOS PARA LOS MALDITOS


Primera entrega de la serie de novelas protagonizadas por Vincent Treadwell (apodado Vinnie ManosLimpias, detective de la brigada Antivicio en la Comisaría del West End londinense.

"Durante el largo fin de semana festivo de Pentecostés de 1964 las bandas de mods y rockers se retan en Brighton, al sur de Inglaterra. También llega a la localidad el joven y ambicioso detective Vince Treadwell de la Policía de Londres. Vince ha sido alejado de la capital por sus superiores por obstaculizar el cierre de una investigación, y ha sido enviado a Brighton, su ciudad natal, para ocupar...se del macabro hallazgo de un cuerpo decapitado, mutilado y envuelto en una lona que ha aparecido en la playa." Con esta contraportada resulta muy difícil resistirse a la novela y a un autor nuevo (para mi) de novela negra...,  pero "una cosa es prometer y otra dar trigo", y realmente las expectativas que crea esta sinopsis son muy elevadas para lo que realmente ofrece la novela.
Con una "estética" que quiere parecerse a los grandes de la novela negra norteamericana y europea, Danny Miller nos conduce trabajosamente a través de una pléyade de personajes y situaciones sin hallar un hilo conductor convincente; la primera mitad de la novela es tan lenta que me he sentido tentada de abandonar la lectura un par de veces; en la segunda parte todo se precipita y el final es abrupto, por decirlo de una forma suave.
Todo lo que debe insinuarse en una novela negra para que el lector lo vaya descubriendo por sí mismo, se relata de forma brusca en las últimas páginas produciendo una impresión de precipitación y poca "profesionalidad".
El detective Treadwell y la señorita Drinkwater (imaginación para los nombres no le falta al escritor) tienen posibilidades pero la narración debe encontrar su camino y en esta primera intentona no lo ha hecho.
Le daré una segunda oportunidad.... no más¡

Sinopsis (Ed. Siruela)
Durante el largo fin de semana festivo de Pentecostés de 1964 las bandas de mods y rockers se retan en Brighton, al sur de Inglaterra. También llega a la localidad el joven y ambicioso detective Vince Treadwell de la Policía de Londres. Vince ha sido alejado de la capital por sus superiores por obstaculizar el cierre de una investigación, y ha sido enviado a Brighton, su ciudad natal, para ocuparse del macabro hallazgo de un cuerpo decapitado, mutilado y envuelto en una lona que ha aparecido en la playa. Junto con el cadáver se ha encontrado un cuchillo que aún conserva algunas huellas dactilares, y una llamada anónima acusa del asesinato a Jack Regent (antes Jacques Rinieri), un conocido gánster, jefe de la mafia corsa local, que ha de­saparecido sin dejar rastro. En medio de esta creciente maraña criminal, Vince se enamora de la novia de Regent, la atractiva y jovencísima Bobbie LaVita, cantante en el club Blue Orchid y único eslabón posible para encontrar al mafioso…
La novela trasciende los titulares de la época sobre las míticas peleas entre mods y rockers y se adentra en el submundo de una peligrosa organización criminal, en las redes del narcotráfico de reciente implantación, en la corrupción policial, la pornografía y el lado más oscuro del negocio de la música de los sesenta.

Besos para los malditos (fragmento)

Prólogo
Para siempre, Jack
24 de diciembre de 1939. Brighton. En mitad de la noche.
El conductor miró por el retrovisor al hombre que encendía un cigarrillo con un mechero de oro en el asiento de atrás. Prendida la llama, pasó el pulgar por las palabras grabadas: «Jack, Pour Toujours». Era un regalo. La mujer sabía que le gustaría la inscripción porque Jack Regent era un hombre que dejaba su huella en las cosas: mandaba bordar sus iniciales en las camisas de la calle Jermyn, hacía inscribir su nombre en las pitilleras de plata de la joyería Aspreys y en los encendedores de oro Dupont.
Jack apagó la llama de un soplido y dio una lenta calada al cigarrillo, inhalando el humo denso del tabaco hasta lo más hondo de sus pulmones. Luego lo exhaló, y una firme columna de humo llegó hasta el espejo por el que lo observaba el conductor, Henry Pierce. Al verse sorprendido, Pierce desvió la mirada. Sabía que a Jack no le gustaba que lo miraran. Sabía que quería estar a solas con sus pensamientos. El cigarrillo era el primero que Jack saboreaba en libertad, y lo estaba disfrutando.
El coche, un Rover 8 de color granate de alta gama, modelo 1936, tenía tapicería de cuero rojo y salpicadero de nogal. Hacía menos de una hora que Jack había salido de la cárcel de Lewes, donde Pierce lo estaba esperando. Lo habían dejado en libertad muy pronto, por mediación del alcaide. En la prisión, Jack puso fin a una revuelta que él mismo había organizado: primero la incitó y luego la abortó de manera heroica. También salvó a un guardia de una paliza, paliza que él había ordenado, planeado y, al final, evitado valerosamente. Todo estaba amañado y el resultado fue que le conmutaron una pena de siete años en una de dieciocho meses.


No hay comentarios:

Publicar un comentario