martes, 5 de diciembre de 2017

EL OSCURO INVIERNO


Primera entrega de la serie de novelas protagonizadas por Aector Mc Avoy,  sargento en la Unidad de delitos graves y crimen organizado de la policía de Humberside, en Yorkshire, Inglaterra.

Como estoy de viaje necesito algo ligero para aeropuertos, aviones y habitaciones de hotel, por tanto he comenzado una nueva serie policíaca a la que tenía ganas desde hace tiempo.
Nuevo personaje de nombre original Aector McAvoy, sargento de la Unidad de Delitos Graves y Crimen Organizado en Humberside. Yorkshire- England. Grandullón, tímido y correcto; perdidamente enamorado y padre; inseguro y con un pasado que le atormenta.
Muy británica, bastante ligera y apropiada para pasar un buen rato.
Continuará¡¡¡

Sinopsis (Ed. Siruela)
Hull, East Yorkshire. Poco antes de Navidad, un anciano (único superviviente del naufragio de un barco de arrastre ocurrido hace cuarenta años) es hallado muerto en el mar. En una iglesia, una muchacha (único miembro de una familia que sobrevivió a una matanza durante el conflicto de Sierra Leona) es acuchillada con un machete. Un drogadicto (que logró huir de la casa en llamas donde murió su familia) es abrasado en un incendio en un barrio de viviendas de protección oficial. El sargento McAvoy, un fornido policía que es mirado con recelo por el resto de sus compañeros debido a su inquebrantable sentido del deber, será el único capaz de encontrar la conexión entre estos tres crímenes y el asesino de aterradores ojos azules que oculta su rostro tras un pasamontañas negro...

El oscuro invierno (fragmento)

PrólogoEl anciano alza la vista y por un instante es como si estuviera mirando por el extremo equivocado de un telescopio. La periodista está a cuarenta años de distancia.
–¿Señor Stein? –dice apoyando una mano tierna y cálida sobre su rodilla huesuda–. ¿Podría usted compartir con nosotros sus recuerdos de aquel momento?
Le cuesta un esfuerzo de la voluntad casi físico retornar al presente. Parpadea. Con el miedo propio de los ancianos a perder sus recuerdos se dice a sí mismo que debe ponerlos en orden.
«Todavía estás aquí», piensa. «Sigues vivo.»
–¿Señor Stein? ¿Fred?
«Estás vivo», se repite. El superpetrolero Carla. A setenta millas de la costa islandesa. Una última entrevista en la cocina del barco, con su tufo a fritanga y a café requemado, su olor a gasóleo y las ráfagas de agua de mar. El rumor sordo y profundo de las voces de hombres sin asear y la lana húmeda.
Tantos recuerdos…
Parpadea otra vez. Se está convirtiendo en un hábito. «Deberían brotar las lágrimas», piensa. Esto merece algunas lágrimas.
Ahora se fija en ella. Sentada hacia delante en una silla de respaldo duro como un yóquey sobre un caballo. Sujetando un micrófono ante él como una niña que le ofreciera un lametón de su pirulí. Cierra los ojos y el recuerdo le golpea como el embate de una ola.

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