lunes, 4 de diciembre de 2017

LA VIDA DE LOS ELFOS


No sé si es que soy mayor, o ya no estoy para experimentos pero esta "novela" me ha parecido una tomadura de pelo monumental. No digo más, el que quiera probar puede hacerlo en el siguiente enlace:
http://www.planetadelibros.com/la-vida-de-los-elfos-libro-200740.html

Sinopsis (Ed. Seix Barral)
¿Qué tienen en común la pequeña María, que vive en un pueblo recóndito de la Borgoña, y Clara, otra niña que, en la misma época, después de haber crecido en los Abruzos, es enviada a Roma para desarrollar su don prodigioso por la música? Muy poco, en apariencia. Sin embargo, entre ellas existe un lazo secreto: cada una, por medios muy diferentes, está en contacto con el mundo de los elfos, un mundo de arte, invención y misterio, y también de fusión con la naturaleza, que proporciona a la vida de los hombres su profundidad y belleza. Una gran amenaza, procedente de un elfo descarriado, pesa sobre la especie humana, y sólo María y Clara son capaces, a través de sus dones conjugados, de desbaratar sus planes. En La vida de los elfos Muriel Barbery crea un universo poético e inquietante, de un encanto profundo, que bebe del mundo de los cuentos y lo maravilloso para ofrecernos una novela extremadamente original.
Una novela sobre el poder de las historias, los sueños y la imaginación para construir un mundo mejor.

La vida de los elfos (fragmento)

LA PEQUEÑA DE LAS ESPAÑAS

La pequeña pasaba la mayor parte de su tiempo libre en las ramas. Cuando no sabían dónde encontrarla, iban a los árboles, primero a la gran haya que dominaba el cobertizo del norte y donde le gustaba soñar observando el movimiento en la granja, luego al viejo tilo del jardín del cura tras el murete de piedras húmedas y, por último, y era lo más habitual en invierno, a los robles de la hondonada oeste del campo contiguo, una parte del terreno plantado con las tres especies más hermosas de la región. La pequeña moraba en los árboles todo el tiempo que podía hurtar a una vida de pueblo hecha de estudio, de comidas y de misas, y a veces invitaba a algunos compañeros de la escuela, que se maravillaban de las explanadas ligeras que había acondicionado y pasaban allí días plenos charlando y riendo.
Una tarde en la que se encontraba en una rama baja del roble del centro, aunque la hondonada se estaba llenando de sombra y sabía que irían a buscarla para que regresara a casa, decidió cruzar el prado e ir a saludar a los carneros del vecino. Se puso en camino rodeada por la niebla naciente. Conocía cada matorral en un perímetro que iba desde los contrafuertes de la granja de su padre hasta las fronteras de la de Marcelot; podría haber cerrado los ojos y haberse orientado como bajo las estrellas por las ondulaciones de los campos, los juncos del arroyo, las piedras de los caminos y las inclinaciones de las cuestas suaves; en lugar de eso, y por un motivo particular, los abrió de par en par. Alguien andaba en la niebla a apenas unos centímetros de ella, alguien cuya presencia le encogía el corazón de una manera extraña, como si el órgano se replegara sobre sí mismo mostrándole curiosas imágenes: vio un caballo blanco en un sotobosque cobrizo y un camino adoquinado de piedras negras que relucían bajo la espesura
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