jueves, 30 de noviembre de 2017

UN FILO DE LUZ


Vigésimotercera entrega de la serie de novelas protagonizadas por Salvo Montalbano, comisario en Vigatá, Sicilia.

Si digo que "no hay buen verano sin Montalbano" quizás suene ripioso, pero así es desde hace muchos años. Termino, casi, junio con la última de mi admirado Camilleri con el comisario Montalbano como protagonista y, la verdad, poco queda por saber del personaje que avanza, inexorablemente, hacia ese "armario de protagonistas" que una lee porque les quiere, más que nada....¡¡
Entretenida para "seguidores recalcitrantes" de Salvo, Livia, Cataré, Fazio, Augello....y Vigatá siempre Vigatá.

Sinopsis (Ed. Salamandra)
Como en anteriores ocasiones, una pesadilla provoca en el comisario Montalbano un malestar profundo, una aciaga sensación que lo deja receloso y aprensivo. Por desgracia, una vez más, los acontecimientos parecen darle la razón.
Primero entra en escena Marian De Rosa, milanesa, propietaria de una galería de arte, mujer elegante y con experiencia, una auténtica femme fatale ante la que Montalbano cae rendido de inmediato. En su fuero interno, Salvo sabe que su atracción por Marian no es una aventura cualquiera; se trata de algo distinto, como una fuerza invisible que lo trastorna y amenaza con trastocar su lucidez. Livia pasa a ser sólo una voz al otro lado del teléfono y Salvo es incapaz de sincerarse con ella, recurriendo a tácticas y subterfugios para postergar una decisión. Y mientras se debate en el torbellino de sus sentimientos, tres casos importantes requieren su atención: por un lado, la jovencísima esposa de Salvatore di Marta, dueño de un supermercado, es víctima de un atraco; por otro, dos tunecinos que trabajan en una finca agrícola desaparecen en lo que aparenta ser un asunto de tráfico de armas; y por último, una operación delictiva de altos vuelos aterriza en Vigàta.
Así pues, el siniestro sueño de las primeras páginas resultará premonitorio. En el desenlace de sus investigaciones, alguien muy querido para Montalbano resurge tristemente en su vida, y su relación con Livia recupera un cariz olvidado. Con la nitidez con la que un filo de luz recorta la zona de sombra, un comisario Montalbano más vulnerable que nunca afronta su destino con el alma convulsa.

Un filo de luz (fragmento)

1La mañana, ya desde las primeras luces del alba, había sido voluble y caprichosa. Y tal vez por ello, debido a un efecto de contagio, aquel día el humor del comisario Montalbano sería también, como poco, inestable. En esos casos sabía que lo mejor era ver al menor número de personas posible.
A medida que pasaban los años, su estado de ánimo se volvía más sensible a las variaciones climáticas, de la misma forma que un mayor o menor grado de humedad influye en el dolor de las articulaciones de un viejo. Cada día le resultaba más difícil controlarse, ocultar el exceso de alegría o de mal humor.
En el tiempo que había tenido que invertir para llegar desde su casa de Marinella hasta el barrio de Casuzza — unos quince kilómetros como mucho, pero todos de pistas sólo aptas para tractores o de caminos de tierra tan estrechos que apenas cabía un coche— , el cielo había pasado del rosa claro al gris, y luego del gris al celeste pálido, para acabar quedándose en un blancuzco nevoso que difuminaba los contornos y engañaba la vista.
Recibió la llamada a las ocho de la mañana, cuando estaba a punto de salir de la ducha. Se había levantado tarde porque sabía que ese día no tenía que ir a la comisaría, y se puso de mala uva en cuanto sonó el teléfono. No esperaba que nadie lo llamara. ¿Quién querría tocarle las pelotas?
Teóricamente, en la comisaría no debería haber nadie, salvo el encargado de la centralita, porque aquél era un día especial en Vigàta.

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