jueves, 30 de noviembre de 2017

LA SOLITARIA PASIÓN DE JUDITH HEARNE


Visitar la biblioteca siempre es un placer, pero hay ocasiones en que este placer sube de nivel y se convierte en un acto extraordinario de conocimiento y exquisitez lectora.
Esta es, sin duda, una de mis mejores lecturas del 2015; una historia escrita con una maestría y sensibilidad que me ha conquistado desde la primera página y es que la vida de la solitaria Miss Hearne es una inmersión en los ...sentimientos, las esperanzas, las decepciones y las alegrías (escasas) de una mujer especial que podría ser cualquier mujer de cualquier época, aunque en este caso sea una mujer irlandesa de mediana edad en la postguerra de la II Guerra Mundial.
Magníficamente escrita y con un punto de amarga ironía, La solitaria pasión de Judith Hearne, es una obra digna de figurar entre las mejores de la literatura universal.

Sinopsis (Ed. Impedimenta)
Brian Moore, astuto cronista del alma humana, pasó a ser incluido tras la publicación de esta novela, en 1955, en la nómina de los escritores fundamentales de la narrativa en lengua inglesa del siglo XX.
La solitaria pasión de Judith Hearne, considerada la obra más influyente del novelista irlandés Brian Moore, narra la historia de la autodestrucción de una mujer honesta pero débil en el Belfast gris de la posguerra. Heredera directa de las solteronas de Dublineses, de James Joyce, Judith Hearne es una mujer de cierta edad que no conoce el amor, y que poco a poco ha ido cayendo socialmente en desgracia. Es pobre, aunque respetable. Vive en casas de huéspedes. Tiene pocos amigos y aquellos de los que está más cerca solo la toleran por lástima. Sometida a los prejuicios y aprensiones de una educación temerosa de Dios y más preocupada por las apariencias que por la consecución de la felicidad, confinada en una ciudad triste y casi inmóvil, lo que poca gente sabe es que Judith tiene una vida secreta. Una vida marcada por el estigma de la botella.

La solitaria pasión de Judith Hearne (fragmento)

I
Lo primero que sacó de la maleta la señorita Judith Hearne cuando llegó a su nuevo hogar fue la fotografía de su tía, con el marco de plata. Desde aquel día tan triste de su funeral la tía siempre había ocupado su lugar en la repisa de la chimenea de la habitación en la que la señorita Hearne viviera en cada momento. Y ahora, al colocarla en su sitio, los ojos del retrato se mostraban severos e inquisitivos, como si participaran de las cuitas de la propia señorita Hearne respecto al estado de los muelles del colchón, el desgaste del mobiliario y la deteriorada zona de Belfast en la que se encontraba la habitación.
Una vez hubo dispuesto la fotografía en el centro exacto de la repisa de la chimenea, de tal modo que su querida tía pudiera observarla, la señorita Hearne retiró el papel de seda blanco que cubría la oleografía en color del Sagrado Corazón. Su puesto estaba siempre sobre el cabecero de la cama: sus dedos, elevados en actitud de bendición; sus ojos bondadosos y, sin embargo, acusadores. Era una imagen ya vieja y en el halo que rodeaba la cabeza se empezaban a apreciar algunas pequeñas grietas. Había contemplado a la señorita Hearne desde las alturas desde hacía mucho tiempo, casi la mitad de su vida.

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