martes, 28 de noviembre de 2017

EL EFECTO MARCUS



Quinta entrega de la serie de novelas protagonizadas por Carl Mørck,  subcomisario de la Policía criminal en Copenhague (Dinamarca).

He pasado los últimos días sumergida en el cuarto caso del Departamento Q, creado por Jussi Adler-Olsen y capitaneado por el peculiar policía Carl Mørck. Una vorágine de trafico de personas, corrupción institucional, mafias del este, "familias especiales" y crímenes, muchos crímenes.......de la mano de un muchacho, Marcus, cuyo efecto sobre el entorno, será todo menos suave.
De nuevo, Carl, Rose y Assad, han conquistado mi "negro corazón".
En el siguiente enlace, podéis leer el primer capítulo de El efecto Marcus, pero cuidado¡¡ luego no podréis parar¡¡
http://www.maeva.es/colecciones/mistery-plus/el-efecto-marcus

Sinopsis (Ed. Maeva)
Marcus solo tiene quince años, pero no ha tenido infancia. Pertenece a una banda cuyo violento líder, Zola, obliga a sus miembros a robar y a cometer otros actos criminales. Cuando amenaza con mutilarlo para que dé más pena, Marcus huye. Pero antes descubre el cadáver de un hombre cerca del escondite de Zola. Más tarde, Marcus averigua que el muerto era William Stark, responsable de un proyecto de ayudas al desarrollo en Camerún, y se convierte así en un peligro tanto para Zola, que ejecutó el asesinato, como para quienes se lo encargaron, personas poderosas que desviaron los fondos del proyecto.
La investigación arrastrará a Carl, Assad, Rose y Gordon, el nuevo miembro del Departamento Q, a una ciénaga de corrupción y crímenes en el mundo de la política y la economía, cuyos tentáculos llegan hasta la selva africana.

El efecto Marcus (fragmento)

PrólogoOtoño de 2008
La última mañana de la vida de Louis Fon fue dulce como un susurro.
Se levantó del camastro con los ojos cargados de sueño y con la mente embotada, dio unas palmadas a la pequeña que le había acariciado la mejilla, le quitó los mocos de la punta de la nariz morena y después metió los pies en las chancletas sobre el suelo embarrado.
Se enderezó, entornó los ojos y miró la estancia bañada por el sol, entre el cacareo de gallinas y los gritos lejanos de los chicos que cortaban racimos de plátanos de los árboles.
Qué apacible, pensó, inhalando el olor a especias del poblado. Solo los cánticos de los pigmeos baka en torno a la fogata, al otro lado del río, lo deleitaban más que aquel olor. Como siempre, era agradable volver al territorio Dja y al remoto poblado bantú de Somolomo.
Tras la choza, los niños se revolcaban por el suelo, haciendo que el polvo de tierra roja se arremolinara, y sus voces estridentes provocaban que bandadas de pájaros tejedores alzaran el vuelo de las copas de los árboles.
Se levantó hacia la ventana iluminada, apoyó los codos en el alféizar y sonrió a la madre de la niña, que estaba junto a la choza de enfrente, cortando la cabeza a una gallina para la cena.
Después de aquel momento, Louis ya no volvió a sonreír.
A unos doscientos metros aparecieron el hombre nervudo y su guía por la pista junto al platanar, augurando desgracias desde el primer momento. La figura musculosa de Mbomo la conocía de Yaoundé, pero nunca había visto al hombre blanco de pelo clarísimo.
–¿Por qué ha venido Mbomo? ¿Y quién lo acompaña? –gritó a la madre de la niña.


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