miércoles, 29 de noviembre de 2017

EL NÚMERO DE LA TRAICIÓN


Tercera entrega (primera publicada en castellano) de la serie de novelas protagonizadas por Will Trent  agente especial del DIG, la policía estatal de Georgia

Desde luego, a Doña Karin el apellido le viene como "anillo al dedo".... Comienzo una segunda serie (que se entremezcla un poquito con la primera) de esta sangrienta escritora, ideal para domingos aburridos.
Protagonistas nuevos, dos, policías, el hombre alto-altísimo, huérfano-huerfanísimo, con graves problemas conyugales y para colmo, no sabe leer......; la mujer precoz-precocísima, diabética acelerada y con graves problemas personales.....
El personaje heredado de la serie anterior, médico viuda que cambia de hospital pero no de vida....
En fin, asesino en serie y múltiples vicisitudes que entretienen sin más¡¡

Sinopsis (Ed. Roca)
En la sala de urgencias del hospital más ajetreado de Atlanta, la doctora Sara Linton se ocupa de una mujer muy malherida: desnuda y con evidentes signos de haber sido torturada, está claro que ha sido presa de una mente retorcida.
El detective Will Trent, de la Oficina estatal de Investigación de Georgia y su compañera Faith Mitchell, comienzan la investigación de los hechos pero enseguida se dan cuenta de que la terrible realidad es que la paciente de Sara tan solo es una de las múltiples víctimas de un asesino cruel y sádico.
Además muy pronto, otra mujer –inteligente, atractiva y bien situada– es secuestrada. Will y su compañera Faith Mitchell se encuentran en el ojo de un huracán para dar caza y captura a un asesino. De hecho, ellos son lo único que hay entre un loco y su próxima víctima.

El número de la traición (fragmento)

PrólogoLlevaban casados cuarenta años y Judith seguía teniendo la sensación de que había cosas de su marido que ignoraba. Cuarenta años preparándole la cena a Henry, cuarenta años planchando sus camisas, cuarenta años durmiendo en la misma cama, y seguía siendo un misterio. Quizás esa fuera la razón por la que continuaba haciendo todas esas cosas por él sin quejarse. Había mucho que decir de un hombre que, después de cuarenta años, aún era capaz de llamar la atención de su mujer.
Judith bajó la ventanilla y una fresca brisa de primavera invadió el interior del coche. El centro de Atlanta estaba tan solo a media hora, pero allí en Conyers había campo y algunas granjas. Era un lugar tranquilo, y la ciudad estaba a la distancia justa para que ella pudiera disfrutar de aquella paz. Sin embargo, al divisar los rascacielos allá en el horizonte, Judith suspiró pensando: «Mi casa».

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