martes, 28 de noviembre de 2017

HIPOTERMIA


Octava entrega de la serie de novelas protagonizadas por Erlendur Sveinsson, inspector de policía en Reikiavik, Islandia

Si hubiese un sucesor para Kurt Wallander y un escritor de negra-nórdica que pudiese igualar a Henning Mankell, esos serían, sin duda, Erlendur Sveinsson y su "padre literario" Arnaldur Indridason.
Gracias a mi amiga Amelia Ruiz, he dejado todo lo que tenía previsto leer y me he sumergido en la fría Islandia de Indridason, fría por dentro y por fuera, con una calma "anormal" que esconde las más bajas pulsiones del ser humano...., en Hipotermia hay muchas historias dentro de una historia y todas ellas debilitan mi, escasa, fe en la humanidad.
Escribe Indridason con una precisión y una calma que puede confundir al lector menos avezado, porque debajo de ella y tras esa fina capa de hielo, late la pasión del pasado, del presente, de un futuro incierto y, sobre todo, del crimen.
Imprescindible para los amantes de la novela negra, sea nórdica o no¡¡¡

Sinopsis (Ed. RBA)
«Los cardiólogos estuvieron hablando de eso. De la vida después de la muerte. Algo que había sucedido hacía poco. Un hombre que estuvo muerto durante dos minutos en la mesa del quirófano. Dijo que había tenido una experiencia cercana a la muerte».
Una mujer obsesionada con saber si existe algo después de la muerte aparece ahorcada. Un padre sigue buscando a su hijo desaparecido hace veinte años sin dejar rastro.
El inspector Erlendur Sveinsson está investigando extraoficialmente un caso de suicidio que no le cuadra. Para él, la modélica Islandia es como una especie de triángulo nórdico de las Bermudas. A pesar de su envidiable estado del bienestar, de sus banqueros y políticos corruptos en la cárcel y de su bajísimo índice de criminalidad, el clima y la orografía salvaje de la isla hacen que muchos asesinatos pasen por desapariciones fortuitas.

Hipotermia (fragmento)

María casi ni se daba cuenta de lo que sucedía durante el funeral. Estaba sentada en la primera fila y tenía cogida la mano de Baldvin sin llegar a comprender por completo ni la situación ni lo que sucedía a su alrededor. El sermón del pastor y la gente que había acudido al entierro y el canto del pequeño coro... Todo se confundía en su dolor. El pastor, una mujer, había ido a su casa y había anotado una serie de detalles para redactar su sermón. Habló sobre todo de la carrera erudita de Leonóra, la madre de María, de la valentía que había demostrado ante su trágico destino, de la multitud de amigos que había sabido atesorar a lo largo de la vida, y de ella, su única hija, quien en cierto modo había seguido los pasos de su madre. La pastor mencionó cuán avanzada había sido Leonóra en su campo y cuánto había cultivado el cariño de sus amigos, como podía comprobarse en la nutrida asistencia ese triste día de otoño. La mayoría de los congregados en la iglesia procedían de la universidad. En ocasiones, Leonóra había comentado a María lo gratificante que era pertenecer a la comunidad docente. En sus palabras se ocultaba una arrogancia a la que María prefería hacer caso omiso.

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