jueves, 30 de noviembre de 2017

LAS CUATRO GRACIAS


«Hasta las mejores personas guardan un murciélago en el campanario», esto dice la autora en el prólogo de esta deliciosa novela de ambiente puramente británico que discurre en la retaguardia de la II Guerra Mundial.
Las vidas y afanes de las cuatro hermanas Grace y sus vecin@s que van más allá del devenir diario y muestran una forma de vida que quedó atrás al finalizar la contienda, para dar paso a un mundo diferente.
Gran acierto de Alba Editorial, la reedición de las novelas de D.E. Stevenson, un formato cuidado y una excelente opción para nostálgic@s y adict@s al british¡¡¡

Sinopsis (Ed. Alba)
Aunque la señorita Buncle, ya señora Abbott, solo hace una mínima aparición aquí en la boda de Archie y Jane, al principio de la novela, Las cuatro Gracias (1946) prosigue el ciclo de Wandlebury con la habitual desenvoltura, ingenio y dotes de observación de D. E. Stevenson. Ahora la autora centra su atención en el señor Grace, el vicario de Chevis Green, un pueblecito cercano a Wandlebury, y en sus cuatro hijas: Liz, Sal, Tilly y Addie. Éstas tienen cada una su carácter, pero comparten «una forma de pensar especial, de sombrerero loco, rápida, intuitiva y ligeramente ilógica». Juntos, padre e hijas deben hacer frente a las circunstancias de la Segunda Guerra Mundial y a todos los cambios que se han precipitado en su apacible comunidad. Entre ellos, la presencia de una tía imperiosa que huye de los bombardeos de Londres, las visitas de un joven capitán enamoradizo, las incursiones de un patoso arqueólogo en busca de restos romanos y las vicisitudes de un niño refugiado. Esta nueva galería de personajes compone la atmósfera minuciosa que ya sabemos que se respira en los hogares descritos por D. E. Stevenson… sin olvidar que, como se dice en el prólogo escrito por la autora, «hasta las mejores personas guardan un murciélago en el campanario».

Las cuatro gracias (fragmento)

Capítulo I
La voz que insufló en el edén
aquél primer día de boda
la primera bendición matrimonial
esa voz no ha perecido

Matilda Grace cantaba la letra para sí, mientras tocaba el órgano. Le gustaba tocar el órgano en la Iglesia de su padre: en primer lugar porque conocía muy bien el instrumento, (era un amigo de toda la vida, con todas las faltas e inconvenientes de los temperamentos artísticos); en segundo porque disfrutaba de la música en todas sus formas; en tercero - ¿por qué no reconocerlo?- , porque era realmente muy divertido ver a todo el mundo sin que la vieran a una. Esa característica propia de los dioses se debía a que la galería del órgano estaba en un nivel más alto y aislada del conjunto de la iglesia por una verja de hierro forjado; dicha reja aunque no fuera la solución idónea,  era una obra de artesanía tan bonita - adornada con hojas de parra y delicados zarcillos - que nadie tenía el valor de pedir que la retirasen. A Matilda Grace le gustaba, era muy tímida y le habría resultado sumamente incómodo encontrarse ahí arriba a la vista de la totalidad de la congregación.


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