jueves, 30 de noviembre de 2017

HASTA AQUÍ HEMOS LLEGADO


Novena entrega de la serie de novelas protagonizadas por el Comisario Kostas Jaritos de la comisaría de Atenas (Grecia).
Cuarta entrega de la denominada Trilogía de la Crisis que, obviamente, ha devenido en Tetralogía. 

Ha sido coincidencia o no tanto?......Hoy he terminado esta cuarta entrega de lo que comenzó siendo la Trilogía de la Crisis y ha terminado en Tetralogía (en caso de que termine aquí que, sinceramente, lo dudo).
Termino, como he dicho, Hasta aquí hemos llegado, en un día crucial para Grecia y para la idea de democracia que, los propios griegos, nos han "regalado" desde la antigüedad, y la termino con honda inquietud; si en las primeras novelas de Márkaris me parecía que hablaba de un país similar a la España de los 60, ahora veo a España como Grecia o a Grecia como España, un país asolado por sus políticos, despreciado por sus iguales y arruinado por sus gobiernos cuyas culpas pagan los ciudadanos que eso sí son los que les han elegido.....¡ Y espero que la frase de Adrianí Jaritos sea premonitoria ¡Hasta aquí hemos llegado!
Magnífica y negra, la última de Márkaris con todos los vicios y las virtudes del ciudadano, catalizados por el crimen, la redención, la memoria, la familia y la patria.....¡¡¡
Cuando leo a Márkaris, me pregunto porqué nos atrae la negra-nórdica, si es aquí en la negra del sur en la que nos reconocemos y de la que, verdaderamente, disfrutamos.
Muy, muy recomendable¡¡¡

Sinopsis (Ed. Tusquets)
Atenas no es ya una alegre ciudad mediterránea, sino un escenario de sufrimiento y de pobreza; aunque no hay atascos, porque la gente no tiene dinero para mantener su coche, por la noche las calles desiertas y mal iluminadas parecen abandonadas. Katerina, la hija de Jaritos, sufre una agresión cuando salía de los juzgados, por defender los derechos de unos inmigrantes africanos; todo indica que sus agresores son miembros del cada vez más nutrido partido neonazi Amanecer Dorado. El comisario Jaritos, por su parte, tiene que investigar la aparición del cadáver de Andreas Makridis, un alemán de origen griego que había decidido instalarse en Atenas y abrir una empresa de energía eólica. Aunque Makridis, al parecer, se ha suicidado, un grupo de nuevo cuño, autodenominado los «Griegos de los Años Cincuenta», reivindica su asesinato.
Mientras Katerina se recupera de la agresión, se descubre un segundo cadáver, el del propietario y director de una academia privada. Ha sido ejecutado con un tiro en la sien con una vieja Smith & Wesson, como las que el ejército norteamericano proporcionó a los militares griegos después de la guerra civil. De nuevo, pese a que se trata claramente de un suicidio, los «Griegos de los Años Cincuenta» reivindican esta muerte. No será el último cadáver que se descubra.

Hasta aquí hemos llegado (fragmento)

1
Me la encuentro tendida de espaldas en la calle Evelpidon, delante de la entrada del edificio de los Juzgados. Tiene los ojos cerrados. Una mujer le ha colocado el bolso bajo la cabeza, a modo de almohada. Arrodillada a su lado, la abanica con unos papeles.
Es la una de la tarde y hace un calor sofocante; no me extraña que tenga la frente perlada de sudor. Me inclino y le susurro:
—Katerina, ¿me oyes?
—Parece que el pulso es normal —me informa la mujer.
Es posible, pero Katerina ni me contesta ni abre los ojos. Siento el calor abrasador de la acera atravesándome las suelas de los zapatos y tengo miedo de que le provoque quemaduras a mi hija, aunque no me atrevo a levantarla del suelo. Un hombre trae una botella de agua. Empapo un pañuelo de papel y le refresco la frente y las mejillas.
«Las malas noticias llegan como el granizo», decía mi padre, que en paz descanse: «Cuando menos te lo esperas».
Yo estaba reunido con Guikas y con Gonatás, de la Brigada Antiterrorista, cuando nos interrumpió Stela, la secretaria de Guikas.
—Señor comisario, acaba de llamarme Kula, quiere que baje a su despacho enseguida. Es muy urgente.
—¿Qué ocurre?
—No lo sé, no me ha dado detalles. Kula me esperaba en el pasillo.
—¿Qué pasa? Dime.
—Han llamado los guardias de seguridad de los Juzgados. Unos desconocidos han agredido a Katerina delante del edificio.
- ¿Y dónde está ahora?
—Sigue allí. He preguntado si era grave, pero no han sabido decírmelo. Por si acaso, han llamado a una ambulancia.
—Dile a Vlasópulos que consiga un coche patrulla, rápido.
Mientras llega el coche patrulla llamo a Fanis, mi yerno. También he pensado en llamar a Adrianí, mi mujer, pero enseguida descarto esta idea. Será mejor que compruebe qué ha ocurrido in situ antes de provocar el pánico, posiblemente sin motivo.
A lo lejos oigo la sirena de la ambulancia y aprieto los dientes, mientras espero a Fanis.


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