lunes, 1 de enero de 2018

UN NIDO DE VÍBORAS


Vigésimosexta entrega de la serie de novelas protagonizadas por Comisario Salvo Montalbano, siciliano y vecino de Vigàta.

Cada día me gusta más Montalbano, o sea Andrea Camilleri, la sabiduría, la ironía y hasta la delicadeza con que se enfrentan a lo más podrido del alma humana crecen con los años y hacen sus novelas imprescindibles para mi.
Magnífica, Nido de víboras, a la altura de la hermosa e inquietante portada que Salamandra ha elegido para su traducción al castellano.
Como siempre, he disfrutado mucho!!

Sinopsis (Ed. Salamandra)
Con el paso de los años, las pesadillas que desvelan a Salvo Montalbano se han vuelto más sofisticadas y extrañas. En esta ocasión, el veterano policía cree encontrarse junto a Livia, semidesnudos, en una exuberante selva tropical. Pero no es una selva de verdad: los troncos y el follaje están pintados al óleo, y Livia y él se hallan dentro de un enorme cuadro de Henri Rousseau. Y cuando un trueno ensordecedor devuelve al comisario a la realidad, ésta se materializa con un vagabundo que busca refugio bajo el porche de su casa. Poco sospecha Montalbano que ese encuentro fortuito contiene un elemento clave de su próxima investigación, uno de los casos más turbios y difíciles de su carrera. Esa misma mañana aparecerá muerto el contable Barletta, con señales inequívocas de violencia. Al igual que la falsa jungla del sueño, el muerto no es lo que parecía. Lejos del tranquilo gestor jubilado que simulaba ser, Barletta se revela como un personaje de mil caras, a cuál más sorprendente e inesperada: un hombre de negocios implacable, un verdadero malabarista de la extorsión y el chantaje, y al mismo tiempo un padre de familia hipócrita y desalmado. A pesar de los numerosos casos a los que se ha enfrentado en su brillante carrera, Montalbano comprueba, una vez más, que el ser humano —con sus pasiones, sus deseos, sus debilidades— no deja de ser un misterio insondable.En esta vigesimoquinta obra de la serie, Andrea Camilleri logra superarse y se afianza como maestro de la novela negra contemporánea. Los lectores podrán disfrutar una vez más del singular sentido del humor del comisario Montalbano, un personaje que perdurará como ejemplo perfecto del savoir-vivre mediterráneo.

Un nido de víboras (fragmento)

1De la virginidad de la intrincada selva en la que, sin comerlo ni beberlo, habían acabado Livia y él no cabía la más mínima duda, porque una decena de metros atrás habían visto un letrero de madera clavado en el tronco de un árbol en el que, con letras grabadas a fuego, estaba escrito: «selva virgen.» Parecían Adán y Eva, puesto que estaban los dos completamente desnudos y se cubrían las llamadas vergüenzas (las cuales, pensándolo bien, no tenían nada de vergonzoso) con las clásicas hojas de higuera, en este caso de plástico, que habían comprado en un tenderete de la entrada por un euro cada una. Como eran rígidas, molestaban un poco. Claro que lo que de verdad molestaba era andar descalzos.
Cuanto más avanzaba, más se convencía Montalbano de que ya había estado en aquel lugar en otra ocasión, pero ¿cuándo? Una cabeza de león divisada entre los árboles, que no eran árboles sino helechos gigantescos, le ofreció la explicación.
— Livia, ¿tú sabes dónde estamos?
— Claro que lo sé, en una selva virgen. ¿No has visto el letrero?
— Pero ¡es que se trata de una selva pintada!
— ¿Cómo que pintada?
— ¡Estamos dentro de El sueño de Yadwigha, el célebre cuadro del Aduanero Rousseau!
— ¿Tú estás mal de la cabeza?
— Ya verás como tengo razón, dentro de poco vamos a tropezarnos con Yadwigha.
— ¿Y tú de qué conoces a esa señora? — preguntó Livia, con la mosca detrás de la oreja.
En efecto, al poco rato se tropezaron con Yadwigha, la cual, al verlos, se quedó tan tranquila en el diván, tumbada cuan larga era, aunque se llevó el dedo índice a los labios para pedirles que guardaran silencio, y dijo:
— Está a punto de empezar. En una rama se posó un pájaro, quizá un ruiseñor. Tras hacer una especie de reverencia a los visitantes, atacó Il cielo in una stanza.

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