martes, 2 de enero de 2018

BAJO EL ÁRBOL DE LOS TORAYA


He leído en algún sitio que los cincuenta son la vejez de la juventud y los sesenta son la juventud de la vejez"
Esta es una de las muchísimas frases que recordaré de la última novela de Philippe Claudel y es que a los cincuentones nos gusta imaginar que, todavía, disfrutamos de una especie de juventud que no se terminará nunca; me pasa a mí y le pasa a Claudel que toca en esta novela esos dos "grandes temas" que nos asaltan por sorpresa cuando cumplimos ciertas edades y que jamás nos planteamos cuando de verdad somos jóvenes: la amistad y la muerte.
La novela comienza con una "cita" fragmento de una canción de Beht Gibbons:
God knows how I adore life
When the wind turns
On a shore lies another day
I cannot ask for more
Toda una declaración de intenciones, amor a la vida, nuevo día, nada mejor....
Me encanta la prosa de Claudel sus palabras sin artificio me llegan al corazón y enamoran mi mente, de nuevo en esta novela lo ha conseguido, comienza relatando las tradiciones del pueblo toraya, "Los toraya viven en la isla Célebes..." y termina retratando a un hombre maduro con sus filias, fobias, miedos y todo lo que le importa en la vida.
Dicen los críticos que esta novela es un "tratado" sobre la amistad y la muerte, yo creo que es el retrato sincero de un hombre que teme la vejez, la muerte y le aterra no dejar huella. Hay algún giro en la novela que lo confirma y que no desvelaré para no "spoilear", pero sea como fuere, es una gran novela, no la mejor de Claudel pero sí, muy recomendable¡¡¡

Sinopsis (Ed. Salamandra)
En las montañas de la isla indonesia de Célebes vive el pueblo de los toraya, conocido por unos ritos funerarios que se prolongan durante varios días y congregan a toda la comunidad. Cuando un bebé muere, por ejemplo, su cuerpo se deposita en el interior del tronco de un árbol centenario que, poco a poco, lo envuelve y se nutre de él. Así, al crecer, el árbol conduce a los niños hacia el cielo, un símbolo escultórico mediante el cual se mantienen próximos los seres amados que ya no están.
El narrador de esta historia, un cineasta profundamente afectado por el fallecimiento de Eugène, su mejor amigo y confidente, descubre en los árboles de los toraya la síntesis del misterio de la vida y la muerte, como una llave maestra capaz de abrir ese recinto hermético en el que las personas escondemos las vivencias más íntimas. Asomándose al abismo de la pérdida, el narrador se encuentra, paradójicamente, cara a cara con la intensidad del amor, ese enigma insondable que nos liga al futuro mientras el presente desgarra nuestro ser.
Reconocida y celebrada en sus obras más emblemáticas —Almas grises, La nieta del señor Linh y El informe de Brodeck—, la prosa depurada, poética y luminosa de Philippe Claudel brilla aún más en este texto intimista, de gran hondura filosófica, que es a la vez un homenaje a la amistad y una oda a la fragilidad de la vida. Un viaje interior lleno de esperanza que nos invita a valorar la belleza que encierra nuestra efímera existencia.

Bajo el árbol de los toraya (fragmento)

1Los toraya viven en la isla Célebes. Son un pueblo cuya existencia está obsesivamente marcada por la muerte. Cuando fallece un toraya, la organización de su funeral se prolonga durante semanas, meses, a veces años. Lo deseable es que asistan a la ceremonia todos los parientes del difunto, lo que puede suponer miles de personas desperdigadas por el archipiélago indonesio, o incluso fuera de él. El viaje, el alojamiento y la alimentación corren a cargo de sus familiares, que con frecuencia deben contraer fuertes deudas para poder respetar la tradición.
Para hospedar a los invitados se construyen casas de madera finas y gráciles como barcas. En previsión de los banquetes se compra ganado. Se sacrificarán cerdos y búfalos para acompañar al difunto. Durante todo ese tiempo se conserva el cuerpo de quien aún no es considerado un muerto, sino un enfermo, un to masaki, en la lengua de los toraya.
La tumba en la que será inhumado se excava directamente en la roca de ciertos acantilados sagrados. En esos sepulcros en forma de nicho descansan los restos de los miembros de una misma familia, custodiados por ídolos de madera. Al cabo de un tiempo, los ataúdes se pudren y se abren. Los huesos quedan esparcidos por el suelo, mezclados con la tierra y las hojas.
En la primavera de 2012 recorrí la tierra de los toraya.

No hay comentarios:

Publicar un comentario