viernes, 5 de enero de 2018

CÁSCARA DE NUEZ



"Pues aquí estoy, cabeza abajo en una mujer, con los brazos cruzados pacientemente; esperando; esperando y preguntándome quién soy yo allí dentro, para qué estoy allí. Mis ojos se cierran con nostalgia cuando recuerdo cómo llegué al interior de mi translúcido saco amniótico, cómo floté entre sueños en la burbuja de mis pensamientos a través de mi océano privado, dando volteretas a cámara lenta. Creo que soy inocente, pero, al parecer, formo parte de un complot. Creo que el corazón de mi madre -bendita sea por siempre-, con su ruidoso chapoteo, está implicado en él”.

Así empieza la novela de McEwan y en este tono transcurre, una mezcla de humor negro y alta literatura que atrapa desde el primer al último párrafo de sus, aproximadamente, 200 páginas.
Creo que no desvelo nada si digo que el narrador omnisciente es un feto que se asoma al mundo a través de su oído y su intuición, con un lenguaje tan poco común que cautiva e intriga al lector empujándole hacia el acto final con una mezcla de intriga y certidumbre que no resta ni un ápice de calidad al conjunto de la novela.
Tampoco desveló nada nuevo si digo que el talento de McEwan consigue llevar a buen puerto un argumento loco que en cualquier otro novelista sería absurdamente patético.
Los personajes, cuatro, están construidos de sentimientos crudamente reales: amor, odio, venganza, rencor, ambición, incertidumbre, egoísmo...... una construcción que se mantiene sólidamente anclada gracias a un narrador atípico y a un escritor magnífico.
Me ha encantado!!


RESEÑA DE CLARA GLEZ. para LIBROS, 31 de Marzo de 2017.
Cascara de nuez - Ian McEwan.
“Pues aquí estoy, cabeza abajo en una mujer”, así comienza cascara de nuez..
Aunque con la sinopsis de este libro nos hacemos una idea de su contenido, no se puede decir que haga spoiler, porque la maraña de pensamientos y preguntas de este feto es lo que merece la pena, la razón del libro.
Nada de lo que cuenta este ser que aún no ha visto la luz , puede dejarte indiferente, desde el lugar donde se supone será su nacimiento, el amor –odio que siente por sus progenitores, según el devenir de los acontecimientos.
La visión del mundo que se supone que le dará cobijo, los planteamientos casi metafísicos del futuro, la complejidad de sus sentimientos, nada te deja indiferente, nada deja de plantearte preguntas sobre la realidad del mundo en que vivimos.
El discurso de este neonato, a veces irónico, a veces redicho, con una visión traumática de lo que siente, hace que no puedas olvidarte de él. Que leas y leas, para que cuando acabe , te plantees una relectura más pausada, porque es un libro que hay que digerir, despacio, quizás con una segunda lectura.
No quiero alargarme en enumerar las sensaciones, las preguntas, los sentimientos que me ha traído esta lectura, sólo diré que no me dejó impasible. Una sensación agridulce, al pensar que se le puede transmitir a los hijos queriendo o sin querer, antes de su nacimiento…

Sinopsis (Ed. Anagrama)
Trudy mantiene una relación adúltera con Claude, hermano de su marido John. Éste, poeta y editor de poesía, es un soñador depresivo con tendencia a la obesidad cuyo matrimonio se está desintegrando. Claude es más pragmático y trabaja en negocios inmobiliarios. La pareja de amantes concibe un plan: asesinar a John envenenándolo. El motivo: una mansión georgiana valorada en unos ocho millones de libras que, si John muere, heredará Trudy.
Pero resulta que hay un testigo de esta maquinación criminal: el feto que Trudy lleva en sus entrañas. Y en una pirueta de triple salto mortal que parece imposible de sostener pero le sale redonda, McEwan convierte al feto –al que todavía no han puesto nombre porque no ha nacido– en el narrador de la novela, desde la primera página hasta la última.
Lo que sigue es una mezcla genial de comedia negra, trama detectivesca y astuta reescritura intrauterina de un gran clásico, por cuyas páginas asoman también una joven poetisa amante de John y una bregada inspectora de policía. Pero además de observar desde primera fila los preparativos del asesinato de su padre a manos de su madre, el feto filosofa sobre el mundo y la vida, lanza preguntas incómodas y se lo cuestiona todo, mientras las copas de vino –y alguna bebida de más graduación– que bebe su madre tienen efectos mareantes sobre él.
Jugando con un narrador inaudito, Ian McEwan plantea un audaz experimento literario que es un auténtico tour de force sólo al alcance de un escritor superdotado. Y el resultado es una novela redonda que avanza con el palpitante ritmo de un thriller, trufada del mejor humor británico.

Cáscara de nuez (fragmento)

1Así que aquí estoy, cabeza abajo dentro de una mujer. Aguardo con los brazos pacientemente cruzados, aguardo y me pregunto dentro de quién estoy, qué hago aquí. Los ojos se me cierran con nostalgia cuando recuerdo que iba a la deriva en mi bolsa corporal translúcida, flotaba en sueños dentro de la burbuja de mis pensamientos a través de mi océano particular de volteretas a cámara lenta, chocando suavemente contra los límites transparentes de mi encierro, la membrana acogedora que vibraba, mientras las amortiguaba, con las voces de unos conspiradores de una ruin empresa. Esto fue en mi juventud despreocupada. Ahora, totalmente invertido, sin un milímetro de espacio para moverme, con las rodillas apretadas contra el vientre, mis pensamientos, al igual que mi cabeza, están muy ocupados. No me queda otro remedio que tener la oreja pegada día y noche contra las sanguinolentas paredes. Escucho, tomo notas mentalmente y estoy preocupado. Oigo conversaciones íntimas sobre un designio mortífero y me aterra lo que me espera, lo que podría arrastrarme.
Estoy inmerso en abstracciones, y sólo las relaciones que proliferan entre ellas crean la ilusión de un mundo conocido. Cuando oigo «azul», cosa que nunca he visto, imagino una especie de suceso mental que se acerca mucho a «verde», cosa que tampoco he vis- to nunca. Me considero inocente, exonerado de lealtades y obligaciones, un espíritu libre, a pesar de mi exiguo habitáculo. No hay nadie que me contradiga ni me reprenda, no hay nombre o dirección anterior, no hay religión ni deudas ni enemigos. En mi agenda, si existiera, sólo figura mi próximo nacimiento. Soy, o era, a pesar de lo que dicen ahora los genetistas, una pizarra en blanco. Pero una pizarra porosa, escurridiza, que no serviría para un aula ni para el tejado de una casa de campo, una pizarra que se escribe a sí misma a medida que crece cada día y se va llenando. Me considero inocente, pero al parecer formo parte de una intriga. Mi madre, bendito sea su corazón incesante que chapotea ruidoso, parece estar implicada.

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