viernes, 5 de enero de 2018

TIENE QUE SER AQUÍ



«En apariencia, soy marido, padre, profesor, ciudadano; pero si se mira al trasluz, me convierto en desertor, en impostor, en asesino, en ladrón. En la superficie soy una cosa, pero por debajo estoy plagado de agujeros y cuevas, como un paisaje de piedra caliza» (p. 47).

Las palabras de Daniel, protagonista de la novela, definen a la perfección el discurrir de la misma. Parece una cosa pero entre ...tanto "adelante y atrás", personajes banales y prescindibles y situaciones altamente irreales, se convierte en una narración plagada de cuevas y agujeros que esconden, de alguna forma, el talento de la escritora y el interés de la historia.
De alguna manera, y aunque el protagonista es un hombre, me ha parecido una historia sobre la maternidad y como esta nos marca por presencia o ausencia, por amor o sufrimiento, por deseo o consecución, por ser o por recibir; por eso algunos personajes que, a priori, podrían parecer prescindibles pueden ser comprendidos en el contexto de la novela en la que por todas partes "aparecen" hijos, queridos o no, conocidos o no, ausentes o presentes, mayores y pequeños, vivos o muertos, naturales o adoptivos.....multitud de hijos y sus madres.
Me ha gustado porque el estilo narrativo de O'Farrell se mantiene pero la estructura compleja de la novela hace que pierda fuerza y el cúmulo de personajes hace que algunos queden desdibujados o, incluso, tan irreales que "estropean" el efecto general.
He dicho que Daniel es el protagonista porque aunque la pretensión de la autora parece ser que los protagonistas sean Daniel y Claudette, fracasa totalmente en la construcción del personaje femenino que despierta una profunda antipatía y en ningún momento se percibe como plausible.
Ya veis que, superadas las ganas de dejarla a la mitad, me ha dado mucho que pensar e incluso me ha gustado.
Recomendable para leer sin prisa.

Sinopsis (Ed. Libros del Asteroide)
Daniel Sullivan y Claudette Wells son una pareja atípica: él es de Nueva York y tiene dos hijos en California pero vive en la campiña irlandesa; ella es una estrella de cine que, en un momento dado, decidió cambiar los rodajes por la vida en el campo, la fama por el anonimato. Ambos son razonablemente felices.
Sin embargo, esta idílica vida, trabajosamente construida entre los dos, se tambaleará cuando Daniel conozca una inesperada noticia sobre una mujer con la que había perdido el contacto veinte años atrás. Este hallazgo desencadenará una serie de acontecimientos que pondrán a prueba la fortaleza de su matrimonio.
Tiene que ser aquí cruza continentes y atraviesa husos horarios siguiendo a un heterogéneo grupo de personajes durante varias décadas para trazar el extraordinario retrato de una pareja, de las fuerzas que la unen y de las presiones que amenazan con separarla. Una epopeya íntima y cautivadora sobre aquello que abandonamos y aquello en lo que nos convertimos mientras buscamos nuestro lugar en el mundo.
Una novela, la séptima de la autora, que ha confirmado a Maggie O’Farrell como una de las más fascinantes narradoras británicas actuales.


Tiene que ser aquí (fragmento)

Tengo una sensación rarísima en las piernas Daniel, Donegal, 2010
Un hombre.
Está en el peldaño, liando un cigarrillo. Hace un típico día variable, el huerto está exuberante, resplandeciente; las ramas, cargadas de lluvia que no cesa.
Un hombre, y ese hombre soy yo.
Estoy en la puerta trasera, lata de tabaco en mano, y veo algo entre los árboles, una silueta, al borde del huerto, donde los álamos se apelotonan contra la valla. Otro hombre.
Lleva prismáticos y una cámara de fotos.
«Un ornitólogo aficionado —me digo, mientras me paso el papelillo por la lengua—; los hay por estos parajes»; pero al mismo tiempo me digo: «¿De verdad? ¿Observando pájaros tan arriba del valle?»; y también: «¿Dónde estarán mi hija, el pequeño y mi mujer? ¿Cuánto tardaría en llegar a su lado, si fuera necesario?».
El corazón se me pone a mil, me golpea las costillas. Miro el cielo blanco con los ojos entornados. Me dispongo a salir al huerto. Quiero que el tío ese sepa que lo he visto, que vea que lo veo. Que se percate de lo grande que soy, de mis músculos de antigua estrella de la pista de atletismo (un poco más flojos, menos recios ahora, tengo que reconocerlo). Quiero que se imagine quién saldría peor parado si nos enfrentáramos. No puede saber que no me he peleado en la vida ni tengo intención de hacerlo. Quiero que sienta lo que sentía yo cuando mi padre iba a castigarme por algo.
«A mí tú no me la das», decía, señalándose el pecho con el índice, y luego a mí. «¡A mí tú no me la das!», me dan ganas de gritar mientras intento guardar el cigarrillo y el encendedor en el bolsillo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario