miércoles, 3 de enero de 2018

BASADA EN HECHOS REALES


"Pocos meses después de que apareciera mi última novela, dejé de escribir. Durante casi tres años, no escribí una sola línea. Las expresiones estereotipadas deben interpretarse algunas veces al pie de la letra: no escribí ni una carta burocrática, ni una tarjeta de agradecimiento, ni una postal de vacaciones, ni una lista de la compra. Nada que exigiera un esfuerzo de redación, que obedeciese a un...a preocupación formal. Ni una línea, ni una palabra. Ver un bloc, una libreta o una ficha me producía náuseas." Con esta atípica "introducción" comienza la última novela de Delphine de Vigan y con ella se inicia un viaje sin retorno en el que la realidad y la ficción se confunden de tal forma que resulta casi imposible distinguirlas. En tres capítulos (Seducción, Depresión y Traicion) que se inician con citas de novelas de Stephen King, la autora nos introduce en una relación, de esas que los modernos llaman tóxica, que, a ratos resulta increíble y, a ratos, escalofriante.
Sólo un buen conocedor de la vida y obra de De Vigan será capaz de atisbar los detalles inexactos, las contradicciones y las ficciones intencionadas que la autora introduce en un relato que no es autobiográfico pero merecería serlo.
Dejando a un lado el oportunismo de la narración, su componente metaliterario y un cierto tufillo onanista, tengo la impresión de que la autora ha hecho de la necesidad, virtud y supera el vértigo del éxito y el bloqueo consiguiente con una historia que, bien podría ser cierta, pero obviamente no lo es.
La novela tiene un ritmo narrativo intensísimo, un cúmulo de sentimientos y sensaciones bombardean al lector que es incapaz de dejar de leer.
Resumiendo, casi 300 páginas que se leen a la velocidad del rayo y dejan una sensación de inquietud y una necesidad de reflexionar sobre lo leído tan intensa como la propia lectura.
Me ha encantado y la recomiendo encarecidamente!!

Sinopsis (Ed. Anagrama)
«Durante casi tres años, no escribí una sola línea», dice la protagonista y narradora. Se llama Delphine, tiene dos hijos a punto de dejar atrás la adolescencia y mantiene una relación sentimental con François, que dirige un programa cultural en la televisión y está de viaje por Estados Unidos rodando un documental. Estos datos biográficos, empezando por el nombre, parecen coincidir difusamente con los de la autora, que con Nada se opone a la noche, su anterior libro, arrasó en Francia y en medio mundo. Si en esa y en alguna otra obra anterior utilizaba los recursos novelescos para abordar una historia real, aquí viste de relato verídico una ficción. ¿O no?
Delphine es una escritora que ha pasado del éxito apabullante que la puso bajo todos los focos al vértigo íntimo de la página en blanco. Y es entonces cuando se cruza en su camino L., una mujer sofisticada y seductora, que trabaja como negra literaria redactando memorias de famosos. Comparten gustos e intiman. L. insiste a su nueva amiga en que debe abandonar el proyecto novelesco sobre la telerrealidad que tiene entre manos y volver a utilizar su propia vida como material literario. Y mientras Delphine recibe unas amenazantes cartas anónimas que la acusan de haberse aprovechado de las historias de su familia para triunfar como escritora, L., con sus crecientes intromisiones, se va adueñando de su vida hasta bordear la vampirización…
Dividida en tres partes encabezadas por citas de Misery y La mitad oscura de Stephen King, Basada en hechos reales es a un tiempo un poderoso thriller psicológico y una sagaz reflexión sobre el papel del escritor en el siglo XXI. Una obra prodigiosa que se mueve entre la realidad y la ficción, entre lo vivido y lo imaginado; un deslumbrante juego de espejos que propone una vuelta de tuerca a un gran tema literario –el doble– y mantiene en vilo al lector hasta la última página.

Basada en hechos reales (fragmento)

Pocos meses después de que apareciera mi última novela, dejé de escribir. Durante casi tres años, no escribí una sola línea. Las expresiones estereotipadas deben interpretarse algunas veces al pie de la letra: no escribí ni una carta burocrática, ni una tarjeta de agradecimiento, ni una postal de vacaciones, ni una lista de la compra. Nada que exigiera un esfuerzo de redacción, que obedeciese a una preocupación formal. Ni una línea, ni una palabra. Ver un bloc, una libreta o una ficha me producía náuseas.
Poco a poco, el mismo gesto pasó a ser ocasional, vacilante, no lo ejecutaba ya sin aprensión. El simple hecho de empuñar una pluma se me hizo cada vez más difícil.
Más adelante, me entraba pánico sólo con abrir un documento de Word.
Buscaba la postura adecuada, la orientación óptima de la pantalla, estiraba las piernas bajo la mesa. Y luego permanecía así, inmóvil, durante horas, con los ojos clavados en la pantalla.
Tiempo después, empezaron a temblarme las manos en cuanto las acercaba al teclado. Rechacé sin distinción cuantas ofertas me propusieron: artículos, noticias de verano, prólogos y otras participaciones en obras colectivas. La simple palabra escribir en una carta o en un mensaje bastaba para que se me hiciera un nudo en el estómago.
No, ya no podía escribir.
Escribir, ni pensarlo.
Ahora sé que corrieron distintos rumores en mi entorno, en el mundillo literario y en las redes sociales. Sé que se dijo que no escribiría más, que había llegado a un punto final, que los fuegos de paja, o los de papel, siempre acaban apagándose. El hombre a quien amo se imaginó que a su contacto yo había perdido el arranque, o bien el instinto creador, y que por lo tanto no tardaría en abandonarlo.

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