miércoles, 3 de enero de 2018

DOMINGO SOMBRÍO


Existe en Hungría una leyenda urbana que gira alrededor de una triste canción llamada “El domingo sombrío”, compuesta por Rezső Seress en 1933. Esta leyenda sostiene que el amor sufrió un revés sentimental y pesa de la desesperación compuso esta canción capaz de inducir al suicidio"
Y este es el título elegido por la novelista Alice Zeniter para mostrarnos la cara más sombría de la Europa del Este a través de una familia húngara que parece predestinada al sufrimiento.
La autora escribe muy bien y su prosa es capaz de sobreponerse al ambiente sombrío de una casita entre las vías del tren cuyos habitantes sobreviven sin atisbar ni un rayo de luz sobre sus vidas grises y estériles.
No es para todos los lectores, ni para cualquier momento.

Sinopsis (Ed. Acantilado)
Generación tras generación, la familia Mándy ha vivido en una casa de madera. Pero lo que un día fue un apartado refugio en medio de los bosques ha terminado convirtiéndose en una choza entre las vías, cerca de la estación de Nyugati, en Budapest, donde los Mándy se ven obligados a recoger la basura que arrojan los viajeros por las ventanillas de los trenes. El joven Imre ha crecido en este rincón, creado en vano por su familia para protegerse de Stalin, contemplando pasar los trenes y soñando con las vidas de las personas que viajan en ellos. Y de ese mundo melancólico intentará escapar en su primera juventud, cuando la caída de la urss traiga consigo los sex-shops, el consumismo y a Kerstin, una muchacha alemana, encarnación del Occidente libre y de una promesa de felicidad que Imre no está seguro de merecer.

Domingo sombrío (fragmento)

Domingo sombrío
Domingo sombrío,
con los brazos llenos de flores blancas,
cuando corría tras mis sueños, un domingo por la mañana,
el carro de mi tristeza ha vuelto sin ti…

Imre oía la voz de su abuelo, que le llegaba desde la otra punta del jardín triangular. no necesitaba fijarse en cómo desaparecían las consonantes en aquel canto pastoso para darse cuenta de que el viejo estaba borracho. berreaba la canción con una rabia inusual.

Y desde aquel momento todos mis domingos son tristes.
Las lágrimas son mi única bebida; la tristeza, mi único pan…

la voz se confundía con el ruido del rastrillo. se oían los sordos topetazos de la herramienta con la que el abuelo golpeaba la valla una y otra vez. los choques debían de hacer vibrar todo su cuerpo y resonar en su torcida columna vertebral. Atravesaba su espalda en diagonal como una carretera que rodea un obstáculo. la pierna inútil del abuelo, la que arrastraba tras él penosamente, había desequilibrado su marcha hasta imponer una desviación en la trayectoria de sus vértebras. cualquier actividad física le producía al viejo dolores lancinantes. Pero él se negaba a dejar de rastrillar.

Las lágrimas son mi única bebida…

No hay comentarios:

Publicar un comentario