martes, 2 de enero de 2018

EL SUEÑO DEL CELTA


"Cuando abrieron la puerta de la celda, con el chorro de luz y un golpe de viento entró también el ruido de la calle que los muros de piedra apagaban y Roger se despertó, asustado. Pestañeando, confuso todavía, luchando por serenarse, divisó, recostada en el vano de la puerta, la silueta del sheriff. Su cara flácida, de rubios bigotes y ojillos maledicentes, lo contemplaba con la antipatía que nun...ca había tratado de disimular. He aquí alguien que sufriría si el Gobierno inglés le concedía el pedido de clemencia."
Esta indudable que la maestría narrativa de Vargas Llosa esta por encima de cualquier polémica personal o social de las que "tocan" al novelista, 10 años después de su publicación y 10 años después del Nobel de Literatura, me he decidido a leer El sueño del celta y he recuperado un poco las sensaciones que había experimentado con Vargas hace mucho tiempo.
Lo de menos, o no, es la historia de un irlandés que lucha por la libertad de los pueblos, la abolición de la esclavitud y el derecho de Irlanda a ser un país; no conocía al personaje y me ha resultado interesante la figura de Roger Casement y su lucha. Me ha demostrado como una idea brillante puede convertirse en una aberración cuando se sacrifican los medios, para llegar a ciertos fines.....luces y sombras en una de esas "figuras ocultas" de la historia que gracias a esta novela he descubierto.
Al margen de la historia debo destacar la estructura narrativa en un contenido flash-back que consigue atrapar al lector yen el que la historia de Roger Casement y la historia del mundo se superponen y encajan a la perfección. El lenguaje y el ritmo narrativo, excelentes.
Me ha gustado, sin llegar a la altura de La fiesta del chivo, pero quizás porque la "historia" me ha interesado menos. Me ha gustado y me ha reconciliado con Vargas que, en sus últimos libros, esta muy perdido.
La recomiendo para leer sin prisa y sin pausa!

Sinopsis (Ed. Alfaguara)
Una novela mayor del PREMIO NOBEL DE LITERATURA 2010.
Mario Vargas Llosa se adentra en la peripecia vital de un hombre que fue leyenda.
La aventura que narra esta novela empieza en el Congo en 1903 y termina en una cárcel de Londres, una mañana de 1916.
Aquí se cuenta la peripecia vital de un hombre de leyenda: el irlandés Roger Casement. Héroe y villano, traidor y libertario, moral e inmoral, su figura múltiple se apaga y renace tras su muerte.
Casement fue uno de los primeros europeos en denunciar los horrores del colonialismo. De sus viajes al Congo Belga y a la Amazonía sudamericana quedaron dos informes memorables que conmocionaron a la sociedad de su tiempo. Estos dos viajes y lo que allí vio cambiarían a Casement para siempre, haciéndole emprender otra travesía, en este caso intelectual y cívica, tanto o más devastadora. La que lo llevó a enfrentarse a una Inglaterra a la que admiraba y a militar activamente en la causa del nacionalismo irlandés.
También en la intimidad, Roger Casement fue un personaje múltiple: la publicación de fragmentos de unos diarios, de veracidad dudosa, en los últimos días de su vida, airearon unas escabrosas aventuras sexuales que le valieron el desprecio de muchos compatriotas.
El sueño del celta (2010) describe una aventura existencial, en la que la oscuridad del alma humana aparece en su estado más puro y, por tanto, más enfangado.

El sueño del celta (fragmento)

El Congo

I

Cuando abrieron la puerta de la celda, con el chorro de luz y un golpe de viento entró también el ruido de la calle que los muros de piedra apagaban y Roger se despertó, asustado. Pestañeando, confuso todavía, luchando por serenarse, divisó, recostada en el vano de la puerta, la silueta del sheriff. Su cara flácida, de rubios bigotes y ojillos maledicentes, lo contemplaba con la antipatía que nunca había tratado de disimular. He aquí alguien que sufriría si el Gobierno inglés le concedía el pedido de clemencia.
—Visita —murmuró el sheriff, sin quitarle los ojos de encima.
Se puso de pie, frotándose los brazos. ¿Cuánto había dormido? Uno de los suplicios de Pentonville Prison era no saber la hora. En la cárcel de Brixton y en la Torre de Londres escuchaba las campanadas que marcaban las medias horas y las horas; aquí, las espesas paredes no dejaban llegar al interior de la prisión el revuelo de las campanas de las iglesias de Caledonian Road ni el bullicio del mercado de Islington y los guardias apostados en la puerta cumplían estrictamente la orden de no dirigirle la palabra. El sheriff le puso las esposas y le indicó que saliera delante de él. ¿Le traería su abogado alguna buena noticia? ¿Se habría reunido el gabinete y tomado una decisión? Acaso la mirada del sheriff, más cargada que nunca del disgusto que le inspiraba, se debía a que le habían conmutado la pena. Iba caminando por el largo pasillo de ladrillos rojos ennegrecidos por la suciedad, entre las puertas metálicas de las celdas y unos muros descoloridos en los que cada veinte o veinticinco pasos había una alta ventana enrejada por la que alcanzaba a divisar un pedacito de cielo grisáceo. ¿Por qué tenía tanto frío? Era julio, el corazón del verano, no había razón para ese hielo que le erizaba la piel.


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